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El desarrollo emocional del niño de entre 3 y 6 años

REBECA RECIO
Las emociones parecen estar programadas de forma biológica, apareciendo algunas de ellas a los pocos meses de vida. Posteriormente se produce una complejización de estas emociones básicas gracias al desarrollo cognitivo (toma de consciencia de uno mismo como individuo, comprensión de las normas sociales, etc.) dando lugar a emociones más complejas.
Alrededor de los cuatro años de edad el niño se da cuenta de que las otras personas no piensan ni sienten igual que él. Esto se produce gracias a la teoría de la mente, que es la habilidad para comprender y anticipar la conducta, intenciones y emociones de otras personas. Es el inicio del proceso que ayuda al niño a empatizar con el otro y ponerse en su lugar. Este aprendizaje tiene gran relevancia en la afectividad, ya que permite contemplar a la otra persona como un ser completo y complejo (tanto como uno mismo) con deseos, afectos y diferentes formas de modularlos y expresarlos.
La autoestima es un pilar clave a esta edad, ya que la valoración positiva de si mismo permite al niño alcanzar sus objetivos desde la ilusión y la seguridad que otorga el creer en sus propias capacidades. Durante el proceso, el niño descubre el orgullo del éxito, que le conduce a un mayor nivel de concentración y persistencia, asimismo surge el deseo de probar nuevas experiencias que le permiten seguir aprendiendo. Para que un niño se sienta orgulloso de sus actuaciones y de si mismo, necesita que sus figuras de referencia (padres, familiares y maestros) hayan mostrado de forma realista que se es merecedor de él. 
En esta franja de edad suele aparecer también la vergüenza (aunque hay autores que la clasifican como una emoción primaria). Esta tiene un origen externo, proviene de saber que alguien podría ver y criticar lo que uno ha hecho. Es importante resaltar que la vergüenza no tiene por qué ser negativa. Como consecuencia de la vergüenza la persona puede limitar sus acciones, por lo que puede actuar tanto como elemento regulador de la conducta, como de elemento represor.
Aprendiendo a controlar las emociones
Sin duda, el logro fundamental entre los dos y los seis años es la capacidad de inhibir, aumentar, dirigir y modular las emociones. La adquisición de esta capacidad, llamada regulación emocional, permite a los niños ser más competentes en todas las áreas de sus vidas.
El sistema límbico forma parte del encéfalo y es el encargado de la regulación y expresión de las emociones. Este sistema es muy sensible a las expresiones faciales, especialmente a las de miedo, por lo que si uno de los padres expresa temor ante una situación o un objeto, el niño para el cual ellos son un referente va a interpretar ese estímulo como potencialmente peligroso. Por el contrario, un niño podrá variar sus sentimientos iniciales respecto a una situación que le provocaba, por ejemplo miedo, si observa que la expresión de sus progenitores ante esa situación difiere emocionalmente (curiosidad o indiferencia).
Durante este periodo, las rabietas y los miedos terroríficos disminuyen a medida que aumenta la capacidad de autocontrol. Esto responde en gran medida al desarrollo neurológico que se produce en el sistema límbico. En las emociones, como en el resto de áreas, hay que tener en cuenta las diferencias intersubjetivas, ya que a pesar de los aspectos evolutivos, cada persona es única.
Debido a la adquisición de la capacidad de regularse emocionalmente, la educación emocional es muy recomendable en esta etapa.
¿Cómo se puede favorecer el desarrollo emocional de los niños?
Los niños mejoran su desarrollo socio-emocional mediante sus experiencias relacionales. En la medida que los adultos que se relacionan con ellos y lo hagan de manera adecuada, les será fácil integrar estos aprendizajes. Del mismo modo, los niños aprenden no sólo de los que se les dice, si no de lo que ven que hacemos, por lo que es importante que haya congruencia entre la comunicación verbal y no verbal. Algunas claves para ello son:
  • Observarnos: ¿Qué estamos diciendo con nuestras palabras? ¿Qué estamos diciendo con nuestros gestos? ¿Qué estamos diciendo con nuestras acciones? ¿Mis actos son coherentes con lo que quiero enseñar a mis hijos?
  • Escuchar: ¿Qué nos están diciendo con sus palabras? ¿Qué nos están diciendo con sus gestos? ¿Qué nos están diciendo con sus acciones?
  • Conectar con su estado emocional. ¿Cómo se sienten? Y con el propio ¿Cómo nos sentimos? Y transmitirle que entendemos lo que le sucede.
  • Intentar observar el contexto en el que suceden las cosas y ver las influencias de este.
  • Respetar sus tiempos. Los niños tienen tiempos y ritmos diferentes a los adultos.
  • Intentar ponerse en su lugar. Y ayudarles a ponerse en el nuestro ¿Cómo crees que se siente papá cuando pierde en un juego?
  • Recordar que como adultos algunas de las labores más importantes son: contener, apoyar, comprender y enseñar.
Es normal que durante el proceso de adquisición de estas habilidades el niño tenga conductas desajustadas (por ejemplo grita o no comparte). En estas ocasiones el esfuerzo irá dirigido a enseñarle otras nuevas más adecuadas y respetar el tiempo que necesita para modificarlas. Los cambios exigen mucho esfuerzo y resultan difíciles incluso para los adultos. Algunas formas en las que podemos ayudarles son:
  • Ayudarle a reflexionar sobre como se siente cuando tiene estas conductas y como se sienten los demás.
  • Motivarle para que pruebe otras formas de relacionarse.
  • Explicarle de manera clara y paciente cuales son las consecuencias de los comportamientos inadecuados.
  • Enseñarle a través del juego o de ejemplos actuados y no sólo de repetitivas indicaciones verbales.
Valorar los nuevos intentos y el esfuerzo. Cuando se corrija alguna conducta o actitud se debe hacer de forma sencilla, manifestando lo inadecuado de la conducta, no de la persona y explicitando cual sería el comportamiento correcto, diciendo, por ejemplo: “Nico, ¿te acuerdas que no puedes levantarte de la silla cuando estamos comiendo? Me gustaría mucho que volvieras a sentarte, tú sabes hacerlo muy bien”. A diferencia de: “Luis, cuántas veces te he dicho que no te levantes de la silla, eres terrible”. No es adecuado usar los términos “siempre” y “nunca” a la hora de corregir, ya que no permiten reconocer aquellas ocasiones, aunque no sean muchas, en que el niño a actuado de otra manera. Evitar hacer por él lo que puede hacer por sí mismo, aunque el resultado final no cumpla todos los requisitos esperados. Mantener la paciencia activa y el buen humor, es la forma más efectiva de enseñar y aprender.

EL CONFIDENCIAL, 21/02/2013

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