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Esta es la edad a la que tu hijo debería salir solo de casa

NACHO MENESES
Una de las decisiones más difíciles a la que se enfrentan los padres, tras años de crianza intensiva y dependencia absoluta, es la de permitir que los polluelos empiecen a volar solos. Cuándo, cómo y dónde hacerlo de la manera más segura posible, sabiendo desde el principio que no todos los niños están preparados a la misma edad y que dependerá de su madurez y de la autonomía que hayan ido adquiriendo, pero también de otros factores como el entorno físico y la red de apoyo con la que contemos. Lo importante es no dejar que los miedos nos lleven a sobreproteger al menor, como asegura el doctor Jesús Paños, psicólogo infantil del Hospital San Rafael en Madrid: “Es posible que algunas familias tiendan a sobreproteger para evitar riesgos potenciales. En España desaparecen al año unos 200 menores, la mayoría se resuelven, aunque desde 2010 hay acumulados 1.300 niños desaparecidos. Efectivamente, el 40% en el país de los casos activos de desaparecidos —6.801 a fecha 3 de mayo, según datos del Ministerio de Interior— corresponden a menores. De ellos, tal y como explicó el secretario de Estado de Seguridad, José Antonio Nieto Ballesteros, más de la mitad pertenecen niños y adolescentes que se han fugado de centros de acogida. Pero es igual de cierto que no podemos polarizar y destacar siempre el riesgo y el peligro. Los niños necesitan ganar en autonomía y en responsabilidad y para ello hay que prepararles, no hacerlo es irresponsable. Hay que enseñarles a enfrentarse a situaciones desconocidas, de forma progresiva y segura. La sobreprotección desprotege en el futuro”.

Para Paños no es aconsejable dejar salir solos a los niños antes de los 12 años si no ha habido una preparación previa, ya que presentan limitaciones en su capacidad de atención, razonamiento y orientación: “No están preparados para valorar posibles situaciones de peligro ni para reaccionar ante ellas”. El saber cuándo hacerlo depende del entorno físico (de los lugares que van a recorrer, la distancia, la iluminación, la presencia de otras personas, la intensidad del tráfico, etc.) y de su grado de madurez. “Muchos padres piensan erróneamente que sus hijos están preparados para afrontar una conducta llegada una determinada edad aunque no hayan sido entrenados con anterioridad. Pero si nuestros hijos han sido preparados, la edad ya no es un factor tan determinante”. Sí lo es el desarrollo de determinadas habilidades y el aprendizaje adquirido, que se puede observar en competencias como la autonomía, la capacidad de organización, la destreza motora, el autocontrol o las habilidades sociales y emocionales, que “son un requisito básico para la interacción social y la convivencia y deberían de estar presentes en la educación en la familia y en la escuela”, afirma Rafael Bisquerra, director del Postgrado en Educación Emocional y Bienestar de la Universidad de Barcelona.
La manera en que los padres se aproximan a esta cuestión varía mucho de un país a otro. Para el psicopedagogo italiano Francesco Tonucci los niños deberían de poder ir solos a la escuela desde los seis años, y defiende que las ciudades deberían repensarse teniendo en cuenta a la infancia. Lo que a nuestros ojos puede parecer una quimera es una realidad en países tan cercanos como Suiza, donde se recomienda encarecidamente -y se facilita- que los niños adquieran esa capacidad desde una edad muy temprana. También sucede en Japón, donde la confianza social depositada en los miembros de la comunidad hace que los menores adquieran pronto un elevado grado de autonomía. El programa televisivo Hajimete no Otsukai, en antena desde 1990, muestra a niños de solo dos o tres años realizando en su barrio y por sí solos algún tipo de recado para sus familias, como en este vídeo donde la pequeña Ao recibe el encargo de su madre de ir a comprar tofu y visitar el templo local. En Estados Unidos, hace pocas semanas que Utah se convirtió en el primer estado en permitir por ley que los niños puedan realizar solos actividades como pasear por sus barrios, jugar fuera de sus casas o ir a la escuela sin que sea considerado un delito. Por contra, muchos estados poseen leyes según las cuales dejar a los niños sin supervisión es ilegal si se considera que la seguridad o la salud del niño se ha visto amenazada, y las familias pueden tener serios problemas legales por simplemente dejar que sus hijos vayan solos al parque. El estilo de crianza en libertad, o free-range parenting, tiene numerosos detractores en el país por defender que los niños deberían de aprender a actuar independientemente, y la autora neoyorquina Lenore Skenazy, una de sus defensoras más visibles, fue tachada en 2008 como “la peor madre de América” por permitir que su hijo de nueve años, provisto de mapa y dinero, volviera a casa solo desde unos grandes almacenes.
Facilitar que nuestros hijos adquieran la autonomía y la madurez necesarias para moverse solos con seguridad es una tarea que requiere de los padres tiempo y dedicación. “Educar no implica solo cuidar de las necesidades básicas de nuestros hijos, hay que ayudarles a entrenar habilidades y desarrollar ciertas competencias”, sostiene Paños. Y hacerlo desde pequeños y progresivamente, para que sepan enfrentarse a nuevas situaciones, razonar y buscar soluciones. Tareas como organizar su habitación, poner la mesa, preparar su cartera o quedarse solos por breves periodos de tiempo les ayudan a darse cuenta de su autonomía y su valía, porque autonomía y autoestima van de la mano. “Veo con frecuencia que algo tan básico como esto no ha sido entrenado en algunos niños; se lo hacen los papás y mamás o la cuidadora”. Para Bisquerra, hay que “educar en un difícil equilibrio entre la conciencia de los riesgos y el desarrollo de la autonomía personal. Lo importante no es tanto si salen solos a los dos, a los cuatro o a los 10 años, sino que cuando lleguen a la adolescencia estén realmente preparados para salir solos o en grupo, adoptando un comportamiento responsable y cívico, evitando comportamientos de riesgo (violencia, vandalismo, consumo de sustancias, etc.) y no confundiendo valentía con imprudencia o temeridad”.
Aprender a ser autónomos en un lugar seguro como nuestra vivienda nos permite después progresar en el exterior; primero en un entorno cercano (mandándole a sacar la basura, a ir a por el pan o a buscar algo a casa de un vecino, etc.) y luego en trayectos más alejados.

Algunas de las pautas que podemos seguir son:

  • Ofrecerles información adaptada a su edad de los riesgos y los peligros que pretendemos evitar. Enseñarles a mirar antes de cruzar, a buscar el lugar más seguro para hacerlo, a usar casco si montamos en bici, a hacernos visibles… Es fundamental que conozcan el significado de las señales de tráfico, las rutas más seguras y las razones para ello.
  • Educarles en seguir instrucciones y en prepararse para las situaciones. Enseñarles a evitar personas sospechosas o desconocidas y comportamientos de riesgo.
  • No agobiarles con demasiadas advertencias de peligro si no van acompañadas de conductas de enfrentamiento y prevención. De nada sirve asustarlos sin ofrecerles recursos, pues generaríamos inseguridad.
  • Cuando llegamos a un lugar nuevo y desconocido, acordar con ellos dónde encontrarnos si nos perdemos y asegurarnos de que llevan anotado en una pulsera o papel nuestro número de teléfono y su nombre. Si tienen más de seis años, que lo memoricen.
  • Darles la oportunidad de expresar su opinión sobre cómo afrontar algunas tareas antes de enfrentarse a ellas. Esto les obliga a organizarse y razonar antes de actuar. Además transmite que valoramos su aportación y sus decisiones y les anima a ser responsables.
  • Practicar las nuevas conductas. La práctica nos permite mejorar y nos enfrenta a los errores; no debemos dar por sabido algo que solo se ha explicado verbalmente. Háganlo juntos.
  • Una vez entrenado, hacer seguimiento y acompañarles desde la distancia los primeros días, observando su conducta. Después pasar a acompañarles una parte del trayecto y permitir que cubran el resto solos, facilitando la comunicación antes y después.
Vemos muchos niños que llegan a la consulta con diferentes problemas en los que la causa es la falta de aprendizaje de nuevos comportamientos”, avisa el doctor Paños. “Los propios padres, en ocasiones, son la dificultad. Sus miedos, sus angustias y su falta de tiempo (...) Por favor, hay vida más allá de los centros comerciales. Fomenten en sus hijos la exploración del medio, su barrio, su pueblo o su ciudad, las actividades en la naturaleza, la práctica del deporte, la conducta de ayuda a otros en acciones solidarias, el aprendizaje de nuevas actividades… Enséñenles a organizar sus propias reuniones con otros amigos, a organizar excursiones o planificar actividades familiares”.
EL PAÍS, Miércoles 30 de mayo de 2018

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