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¿Qué hay detrás de las mentiras de un niño?

ISABEL SERRANO ROSA
Los niños no son mentirosos, pero mienten. Lo hacen cuando tienen algo que decir o que aprender. Hasta los cuatro años, con sus historietas sorprendentes, quieren narrarnos su mundo de fantasía. Somos la pantalla en la que proyectar su película. Entre los cuatro y los siete años construyen su mini manual de moralidad con ideas muy sencillas sobre lo que está bien y mal, basado en sus experiencias "permitido o no permitido" en casa y en el colegio. Con su gran imaginación, las mentiras son globos sonda para saber hasta dónde pueden llegar.

Entre los ocho y los 12 años la realidad se abre camino y la fantasía se vuelve más interesada. El pequeño pillo de nueve años desea ser bueno, pero se le escapan las trolas por el deseo de gustar a los demás, ocultar alguna debilidad o evitar castigos. En general, mienten a sus crédulos coetáneos o, por el contrario, les escupen a la cara alguno de sus descubrimientos del trabajo de campo que significa crecer. "¿Todavía no sabes quién es Melchor?", dice, poniendo cara de enterado. Cada edad tiene su embuste.
La ciencia reconoce que estas mentiras evolutivas están al servicio del desarrollo del niño. Son estrategias para aprender a moverse en la sociedad y descubrir el mundo. Algunos estudios de neurociencia refieren que para mentir utilizamos funciones cerebrales tan significativas como intuir qué desea y piensa la otra persona -la llamada teoría de la mente que es la base de la empatía cognitiva- para planificar una respuesta creíble. Paul Ekman, en su libro Cómo detectar mentiras en los niños, se declara un firme defensor de la verdad, pero reconoce que «la mentira reafirma el derecho del niño. Su derecho a desafiarnos. Su derecho a la intimidad. Su derecho a decidir qué cosas va a contar y qué cosas no».

¿CÓMO ACTUAR?

Las mentirijillas ayudan a crecer pero eso no quiere decir que hemos de dejarles mentir a mansalva, manipularnos o tolerar sus patrañas ¡ni mucho menos! Las mentiras son también una gran oportunidad educativa que los padres pueden aprovechar para crear confianza, favorecer la sinceridad, enseñarles a diferenciar la fantasía de la realidad, asumir responsabilidades y enseñarles sus valores. Por fortuna, el cerebro prefiere la verdad, porque para mentir se necesita mucha más energía. ¿Qué podemos hacer?
Hasta cuatro años. La edad de la magia. Si su hijo le sorprende con la frase «un pájaro gigante me quiere atrapar», no está mintiendo. Su fantasía está en plena ebullición, de nada sirve decir que "eso es imposible" porque no comprenden las reglas de la verdad. Es mejor permitirles expresar lo que viven, a través del dibujo o la narración de sus propias historias. El juego de "hacer como si..." es una divertida oportunidad para utilizar expresiones nuevas y manejar emociones. Pregúntale "¿qué harías con el pájaro si fueras tan alto como una torre?" y escucha su respuesta, pronto te invitará a participar.
De cuatro a siete años. Entre la fantasía y la realidad. Los niños son más conscientes de sus mentiras y las usan para ocultar un error o agradar a sus padres. Pero lo más significativo de esta etapa es su necesidad de "evadirse en fantasía" de vez en cuando, creando un mundo mágico paralelo que les sirve para protegerse de emociones y situaciones que no saben manejar. Pueden aparecer los amigos imaginarios. Si quieres que tu hijo valore la sinceridad siga una regla sencilla: di la verdad usando el lenguaje del niño y basta. Cualquier excepción en esta etapa crea confusión. El objetivo es ayudarle a poner palabras a lo que pasa y que en un ambiente de confianza pueda expresar lo que piensa.
De ocho a 12 años. La verdad de la mentira. El rigor absoluto de la etapa anterior donde el mundo es blanco o negro deja paso a la verdad adulta sobre las mentiras: hay que ser sincero, pero no "sincericida". A esta edad aprenden a discriminar las mentiras piadosas, a medir sus palabras y la repercusión que éstas tienen en los demás. El diálogo es la clave para que discriminen donde están los límites: mentir es una excepción no la norma, no manipular con embustes o falsear la realidad para hacer daño a los demás o a sí mismo. Ver películas juntos y analizar los personajes puede ayudar, en muchas abundan los villanos tramposos.
En la naturaleza, los animales engañan con sus camuflajes para sobrevivir a los depredadores, en la vida diaria los adultos mentimos para protegernos o para no dañar a otras personas y en su descubrimiento de la realidad los niños mienten para vivir y moverse en su nuevo mundo. Pero la educación ha de propiciar siempre un ambiente donde todos puedan decir la verdad. Si esto es así "existirá una gran diferencia en la cantidad de mentiras que cuente su hijo", afirma Ekman, para aclarar que en estos temas educativos el humor, a veces, es tan crucial como la misma honestidad.

¡No les mientas!

Los padres mienten con buena intención para: conseguir algo de sus hijos, no herir sus sentimientos, mantener su privacidad, porque creen que no están preparados para asimilar ciertas verdades, prefieren protegerlos de la realidad o porque no saben cómo contar ciertas cosas. Como norma educativa esto no ayuda a desarrollar la honestidad y rompe la confianza en los adultos. Pero, sobre todo, no mienta en asuntos importantes. Esta es la historia real de Yolanda: "Cuando tenía tres años hice una trastada, cerré la puerta de la casa y dejé a todos los adultos fuera. Yo me quedé dentro sola con mi amado abuelo. Oí los golpes en la puerta para que abriera, pero era pequeña y lloraba. Recuerdo ver llegar a mi abuelo que venía como siempre a mi rescate. Fue la última vez que le vi. Murió esa tarde. Los adultos me dijeron que no lo iba a volver a ver nunca más, que se había ido. Durante años pensé que se marchó porque yo era una niña mala". A partir de ese momento empezó a mentir para ocultar a los demás su maldad. Hoy sufre de mitomanía, la mentira compulsiva, su baja autoestima le hace querer ser quien no es. Según la psicoanalista Melania Klein todos los niños tienen un sentimiento de culpa y según su educación se verá canalizado de manera saludable o bien amplificado e incluso volverse insoportable. En los momentos difíciles tendemos a sobreproteger a los niños y les mentimos. En estos casos es imprescindible decir la verdad adaptada a su edad. Si no sabe cómo hacerlo busque libros terapéuticos que le ayuden en la tarea de poner palabras a la muerte, las separaciones y las catástrofes. Los niños necesitan asimilar la realidad, despedirse y hacer sus propios duelos. Yolanda está empezando a asimilar que no hay nada tan malo en ella que no merezca decir la verdad.
EL MUNDO, Martes 22 de mayo de 2018

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