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El fin de los deberes: profesores frente a padres en la trinchera educativa

OLGA R. SANMARTÍN
El Instituto de Enseñanza Secundaria Bovalar de Castellón se ha declarado un «centro sin deberes». Los profesores que así lo desean firman un contrato en septiembre por el que se comprometen a dejar tiempo suficiente en el aula para hacer las tareas de su asignatura y a no mandar «actividades de repetición o de respuestas basadas en la copia de datos». Este curso lo han rubricado 30 de los 70 docentes, que han abolido los análisis sintácticos y las raíces cuadradas durante las tardes de los críos.
El proyecto se enmarca en un cambio metodológico más amplio que se inició hace dos años para frenar el abandono. Este centro público tiene un elevado porcentaje de niños de barrios marginales o con situaciones familiares complicadas. En 1º de la ESO hay siete clases, que se reducen a dos cuando llega el Bachillerato. Por el camino, más de un centenar de chicos cuelga los libros. «Tenemos a alumnos que cuando salen del colegio tienen que cuidar a sus hermanos pequeños, otros se pasan la tarde en la calle. La mitad de las familias no puede ayudarles con los deberes, bien porque no están, bien porque no saben», explica el director, Toni Solano.
Sostiene este responsable que el nuevo sistema -que también implica aprender por proyectos, trabajo colaborativo y un plan de convivencia- ha tenido ya algunos efectos: han bajado las repeticiones y ha crecido la asistencia. «Teníamos un 15% de absentismo. Esos alumnos nunca venían. Ahora lo hacen porque se encuentran a gusto en clase», resume orgulloso. La mayoría de profesores que han suscrito el compromiso considera que no mandar deberes ha mejorado el rendimiento académico y el clima escolar.
Institutos como el Bovalar, sin embargo, son raros en el sistema educativo español. Mientras que cada vez más colegios rebajan o directamente erradican los deberes en Primaria, hasta ahora se consideraba que en Secundaria sí que eran necesarios para preparar a los alumnos de cara a la universidad. La Ley de Derechos y Garantías de la Infancia y Adolescencia de la Comunidad Valenciana, en vigor desde el pasado diciembre, los restringe tanto en Primaria como en la ESO. Es la primera norma de este tipo que se aprueba en España y en ella se dice que las tareas no pueden «menoscabar» el «derecho al ocio» de los alumnos.
La sensación cada vez más generalizada entre las familias de que se abusa de los deberes ha forzado a las administraciones a tomar medidas, siempre en la línea de limitarlos. El Congreso ha instado al Gobierno a regularlos, mientras que los parlamentos regionales de la Comunidad de MadridCantabriaMurcia o Canarias han aprobado diferentes propuestas de racionalización. Aragón, por su parte, prepara una orden con recomendaciones para los colegios, según explican en la Consejería de Educación. No hay ningún político que haya salido a defender esta práctica. Eso desespera a los profesores, que mayoritariamente están a favor. Pero no lo tienen fácil, porque la doctrina de la OCDE, que advierte que España es el quinto país que más tareas pone (6,5 horas a la semana, frente a una media de 4,9), ha contribuido a dar impulso a todo un movimiento antideberes que llevó en 2016 a familias españolas a protagonizar una insólita huelga de lápices caídos.
¿Qué pasaría si lo que se está implantando en el instituto Bovalar se generalizara en toda la escuela? ¿Se puede aprender sin trabajar en casa? «Los niños serían más felices y estarían menos estresados. Perderíamos un viejo hábito del que, por miedo, no somos capaces de librarnos», responde Eva Bailénla madre que ha recogido 230.000 firmas instando al Ministerio de Educación a rebajar la carga de estas actividades.
«En un mundo sin deberes los niños se motivarían más, no cogerían rechazo a la escuela, tendrían más tiempo para jugar y se reducirían las discusiones familiares», añade Almudena Cano, responsable de Innovación del colegio Khalil Gibran de Fuenlabrada (Madrid). Este centro privado no pone ningún ejercicio hasta 6º de Primaria, un curso en que, como mucho, hay 15 minutos de trabajo en casa. Incluso ha nombrado alumnos delegados que contabilizan los tiempos y, si el profesor los rebasa, le advierten de que ya no puede enviar más minutos de ejercicios ese día.
El profesor de Filosofía Gregorio Luri alerta, por el contrario, de esa moda «antiintelectualista» que considera que «el trabajo intelectual disciplinado fuera de horas de clase es un castigo». «Una de las funciones de los buenos deberes es ayudar al niño a organizar su tiempo. Las disciplinas escolares no coartan, sino que crean un orden en el caos del mundo. El niño debe aprender a hacer las cosas aunque no tenga ganas», recalca. En su opinión, para averiguar qué efectos tendría ese mundo sin deberes, bastaría con observar qué hacen ahora los niños en vacaciones: «No creo que pasaran el día viviendo aventuras maravillosas como Huckleberry Finn. Más bien se pondrían a ver la televisión».
Los deberes, como todo, tienen cosas buenas y malas. Ayudan a sedimentar lo aprendido en clase, fomentan el hábito de estudio y son un estímulo para que el alumno trabaje de forma individual. Por eso la fórmula de hacerlos en horario lectivo, bajo la tutela de un profesor, no convence del todo a los expertos. El problema, según la OCDE, es que también pueden suponer «una carga para los alumnos en desventaja socioeconómica», que no siempre tienen un espacio de estudio adecuado o padres que puedan ayudarles. El sociólogo Rafael Feito explica que las familias de barrios deprimidos son las que más reclaman que los deberes se hagan dentro del colegio.
¿Mejoran el rendimiento académico? «Hay estudios que dicen que sí y otros que no», dice Feito encogiéndose de hombros. Harris Cooper, investigador de la Universidad de Duke (EEUU), concluyó que no hay evidencias de que la cantidad de tareas beneficien a los resultados de Primaria. Trabajos más recientes realizados por el Grupo de Investigación Psicológica Evolutiva (Giped) de la Universidad de La Coruña muestran que los deberes sí que afectan para bien al desempeño.Eso sí, a medida que los alumnos van pasando de curso, hacen un peor aprovechamiento del tiempo y su motivación decae. «Y, conforme pasan los años, los estudiantes sienten que sus padres están menos interesados y menos satisfechos con los resultados», apunta Bibiana Regueiro, investigadora del Giped. Hay, en definitiva, una especie de hartazgo que afecta tanto a los alumnos como a sus progenitores.
«Son una herramienta educativa que tiene una finalidad y hacer deberes es, sin duda, mejor que no hacerlos, siempre que se prescriban bajo unos estándares de calidad», sostiene Regueiro, que añade que, en cualquier caso, los críos no deberían pasarse más de una hora diaria trabajando en casa.
Hay consenso en que a los deberes les falta calidad, pero los expertos no creen que sea buena idea regularlos por ley. Opinan que deberían formar parte de los proyectos de cada centro para que se prescriban de «forma coordinada y equilibrada» y no queden al albur de lo que decida cada profesor, en palabras del catedrático de Sociología de la Universidad Complutense Mariano Fernández Enguita. Los malos deberes se ponen, entre otras cosas, porque a los maestros «no se les ha formado» en este tema, que no se aborda a lo largo de la carrera de Magisterio.
En este sentido, el director general de Política Educativa del Gobierno valenciano, Jaime Fullana, apunta que su ley antideberes va a ser complementada con formación específica a docentes y un control sobre las prácticas, tanto las buenas como las malas.
Porque otro problema son los extensos temarios, que obligan a los profesores a mandar para casa lo que no da tiempo a hacer en el colegio. El director del instituto Bovalar admite que no pueden dar todos los contenidos porque trabajan «más lento», así que se centran «en las competencias». «Los deberes no son más que un reflejo de cómo funciona la escuela. Sin ellos, el sistema ahora se ahogaría porque es demasiado dependiente. Lo primero que hay que hacer es reducir los planes de estudios», indica Feito.
Y hay otra cosa más que tener en cuenta. «El derecho al juego no está impedido por los deberes, sino por la cantidad de extraescolares que los padres tienen que buscar para mantener ocupados a sus hijos», recalca el pedagogo José Antonio Marina. «Si el objetivo es que los niños puedan jugar y pasar más tiempo con sus padres», concluye la divulgadora Catherine L' Ecuyer, «quizá lo más útil sería legislar medidas concretas para conciliar la vida familiar con la laboral y no inmiscuirse en el ámbito escolar con parches normativos».

El debate sobre los deberes en Europa

En Finlandia, cuna de la excelencia educativa, los deberes no se regulan por ley, pero tienen menos que en España y en otros países, sobre todos los asiáticos. En 1º de Primaria vienen a durar entre 15 y 30 minutos al día y luego van aumentando. La consejera del Gobierno finlandés, Emilia Ahvenjärvi, señala que sirven para «repasar algo aprendido y ofrecer información al profesor del avance de sus alumnos». Es frecuente que el docente ponga tarea diferente a cada niño. «Deben ser adecuados para que los alumnos los hagan por su cuenta. No son para los padres».Mercedes Hernández, directora del British Council School, explica que Reino Unido eliminó en 2012 las recomendaciones sobre los deberes y cada director tiene desde entonces libertad para fijar sus normas. «Algunos colegios han intentado prohibirlos, pero ha habido mucha presión por parte de los padres para que se mantengan. La mayoría pone deberes, como es nuestro caso». Además, algunos centros alargan la jornada para dar apoyo a alumnos desfavorecidos con homework clubs. En Francia, donde hubo huelga de deberes, el Gobierno de Macron ha puesto fondos para que se puedan hacer en la escuela con la ayuda del profesor.
EL MUNDO, Lunes 14 de enero de 2019

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