HOGAR SOSTENIBLE
Aquí donde está siendo escrito este
artículo, la máquina expendedora de bebidas ofrece botellines de agua a
bajísima temperatura. Probablemente a usted le ocurre igual en su trabajo, en
la estación o en el cine, y quizá le asalten las mismas dudas: ¿me hará daño si
la bebo tan fría?, ¿no será mejor esperar a que se atempere? La respuesta de
los expertos, que coinciden en dos ideas principales, es que no debe
preocuparse: en condiciones normales, y de forma general, no hay nada que
contraindique el consumo de agua fría, así que puede tener una botella
refrigerada en cualquier época del año o echar mano del dispensador de cubitos
de su frigorífico cuando le apetezca. Y la segunda idea: lo realmente
importante es que beba –ya sea agua tibia o casi helada, mineral
o del grifo– para que su hidratación sea correcta.
La OMS recuerda que somos
un 60% de agua y que debemos mantener ese nivel consumiendo, en función de la
edad y el sexo, hasta
tres litros al día, de los cuales el 80% debe provenir directamente de la
ingesta líquida y el resto, de los alimentos. “La hidratación es mucho más
compleja de lo que parece”, asevera Jesús Román, experto en nutrición y
secretario del Comité Científico del Instituto de Investigación Agua y Salud (IIAS). Según esta entidad, las
funciones del agua son unas cuantas: “Transporta nutrientes y otras sustancias
en el organismo, a la vez que proporciona soporte para toda la actividad
celular. Es vehículo para excretar sustancias de desecho, favorece la
digestión, previene el estreñimiento, mantiene el buen funcionamiento de los
riñones y elimina toxinas a través de la sudoración”.
Entonces, ¿la temperatura no importa en ningún caso? Tampoco es eso
exactamente. Abramos la botellita dispensada al principio del artículo y
bebamos: el agua fría entra en contacto en primer lugar con la garganta. ¿Qué
opina un otorrino? “Hay mucha gente que la toma y no le sienta mal. Depende de
sensibilidades personales. Es cierto que el agua helada disminuye un poco la
movilidad de los cilios de defensa de las células respiratorias, y eso podría
crear molestias en algunas personas, pero no hay una indicación general sobre
lo perjudicial que puede ser”, afirma el doctor Ignacio Cobeta, jefe de
servicio de Otorrinolaringología del Hospital Ramón y Cajal de Madrid. ¿Ni
siquiera hay motivo para decir a un niño que la beba más despacio? “No
necesariamente: más frío está un helado”, argumenta Cobeta, director del Máster
en Patología de la Voz
y Voz Profesional que imparten conjuntamente la Universidad de Alcalá de Henares y el Instituto de Ciencias del Hombre. “Solo
cuando hay una patología el agua fría puede molestar más, pero, normalmente,
con un proceso catarral o una amigdalitis al paciente ni siquiera le apetece
tomarla”, añade el especialista.
Así pues, el agua sigue su curso: pasa por el esófago y enseguida llega al estómago.
¿Qué ocurre ahí abajo? ¿Algún problema? La respuesta es la misma. “Si no hay
una patología de por medio, no voy a decir a nadie que no tome agua fría”,
sostiene el doctor Gonzalo Guerra Flecha, fundador del Centro Médico-Quirúrgico de Enfermedades
Digestivas. “La digestión se hace un poco mejor con agua tibia, de acuerdo,
porque cualquier reacción química se acelera con el aumento de temperatura y se
ralentiza si la temperatura es baja, pero debo recordar que el agua que toma
usted con hielo alcanza la temperatura adecuada en el estómago en dos o tres
minutos”, indica Guerra.
En realidad, esté fría o no, esta bebida esencial para tantas cosas no se
lleva bien con la digestión: “Recomendamos que durante la comida se tomen pocos
líquidos. El estómago recibe el peso de los alimentos, más el del líquido que
fabrica para hacer la digestión. Si a eso le añadimos dos vasos de agua, el
peso es excesivo. Además, lo que estamos haciendo es diluir los jugos gástricos,
lo cual dificulta la digestión”.
En caso de que haya enfermedad gástrica, el asunto cambia y “no se debe
tomar agua fría bajo ningún concepto. El estómago de una persona con diarrea es
muy sensible a los cambios de temperatura. Si le llega agua a baja temperatura,
el reflejo gastrocólico se reactiva y a los cinco minutos esa persona está en
el baño”. (En ese caso, la hidratación debe venir mediante el agua tibia: “Con
un poquitín de bicarbonato y limón, a 27 o 28 grados y a sorbitos pequeños”).
HIDRATACIÓN PURA
Si pensamos en la tarea fundamental del agua, hidratar, el asunto se decanta ligeramente hacia las temperaturas suaves. “El agua fría refresca más, pero hidrata más despacio. Por eso se recomiendan unos 15º, especialmente después de hacer deporte”, expone Javier Román. Tras el ejercicio intenso, de hecho, hay quien rechaza el líquido muy frío por temor al mal llamado corte de digestión: en teoría, al contacto con el cuerpo muy caliente, el agua produciría un reflejo cardiovascular de causa nerviosa que alteraría el ritmo cardiaco y podría llevar a la parada. Esta situación se repite con frecuencia en el mar o en la piscina, pero, como explicaba la Esther Samper en su blog La Doctora Shora, la posibilidad de que esto ocurra mediante la ingesta es muy reducida: “La persona tendría que ser especialmente susceptible a este reflejo y, además, tendría que tener detrás un trastorno cardíaco que le volviera vulnerable ante la más mínima perturbación. En personas normales se produciría como máximo un síncope (pérdida de conocimiento) y de forma muy poco frecuente”.
En el lado contrario (los supuestos beneficios del agua muy fría), también hay creencias erróneas, según Jesús Román: “Existe la leyenda de que adelgaza, basada en que el cuerpo tiene que calentarla y así gasta más calorías. Es un buen chiste”. De hecho, un estudio de 2003 quiso demostrar esta teoría –el texto afirmaba que el metabolismo basal aumentaba un 30% por esta razón–, pero fue rebatido tres años después por otro informe científico. “También dicen que si se ingiere durante la comida engorda, pero eso es imposible porque el agua tiene cero calorías. Al contrario, si bebes antes de las comidas, da sensación de saciedad y comes menos”, añade el secretario del Comité Científico del IIAS. Así lo atestigua una investigación de la Universidad de Birminghan, que comprobó este hecho en un estudio realizado con 84 personas. “Es recomendable tomarla un rato antes de sentarse a la mesa y en general entre horas –considera el doctor Gonzalo Guerra–, porque entonces el estómago, que no tiene ocupación, la va a vaciar en un santiamén y se absorbe muy bien. Solo tiene que calentarla y dejarla salir”.
Si con este artículo le están entrando ganas de beber, abra el grifo, el
frigo o la botella y dé pequeños sorbos durante todo el día: “La recomendación
es tener un hábito de bebida que nos impida sentir sed, porque la sed es como
el pilotito amarillo del coche: cuando aparece es que uno ya está en la
reserva”, sostiene Jesús Román. Concretamente, es síntoma de que nos falta el
1% del agua corporal. Debemos reponer constantemente la que vamos expulsando,
unos dos litros y medio diarios, por la orina (1500 ml), las heces (150 ml), el
sudor (350 ml) y la respiración (400 ml). Eso sí, tenga en cuenta que tampoco
hay que exagerar: “En circunstancias basales normales, el hígado tiene
dificultades para metabolizar más de tres litros de agua”, advierte el doctor
Guerra.
Comentarios
Publicar un comentario