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Niños tiranos

El síndrome del emperador: De las rabietas y los llantos a las exigencias, los insultos y los ataques. Así se transforma un niño mimado en un tirano, capaz de destruir la convivencia y la paz familiar. Para evitar llegar a esta situación, conviene marcar límites a los hijos desde que son bebés, ser firmes y educarlos en la tolerancia, desarrollando su conciencia y empatía

Por qué los mimamos


Es inherente a la naturaleza humana que los padres remuevan cielo y tierra para evitar que sus hijos padezcan incomodidades o dolor. Cuesta mucho tolerar que se enfaden con nosotros. ¿Quién no ha sufrido con los: “¡Te odio!”, “¡Eres la peor madre del mundo!”, “Los padres de mis amigos no les obligan nunca!” u “¡Ojalá no viviera en esta familia!”? Si no estamos muy seguros de estar haciéndolo bien, lo último que necesitamos es que nuestros hijos verbalicen nuestros peores temores. El resultado será que muchos padres harán lo que sea para evitar esto, cambiando las reglas y dándole lo que quiera. Un niño contento con sus progenitores es más fácil de “educar”.

Otro motivo frecuente por el que los padres se rinden ante sus hijos es porque así se ahorra tiempo. Muchas veces es más sencillo darle al niño lo que pide que tomarse el tiempo necesario para discutir, con la ansiedad y el esfuerzo que ello conlleva. También es más rápido hacer algo por un niño que esperar a que él mismo haga el trabajo. Los pequeños se dan cuenta de esto rápidamente y, como es natural, toman el camino fácil, que en seguida se convierte en un patrón de conducta. Hacer que los padres se desesperen se convierte en el pasatiempo de los hijos.

Los atareados papás de hoy en día tienen un enorme sentimiento de culpa por el poco tiempo de calidad que pasan con sus hijos. Llegan a casa tarde y cansados y lo último que les apetece es discutir con ellos. Así que les permiten cenar lo que más les gusta, jugar con el ordenador mucho rato e irse a la cama cuando les apetezca. Cuanto más ofrecen, más exigen.

Otra razón es compensar los fallos de la propia infancia. Los padres de ahora no quieren educar a sus hijos como les educaron a ellos, quieren entenderles y ponerse en su lugar, dándoles aquello que les hubiera gustado tener o hacer y que no pudieron por las estrictas normas de sus progenitores.

Finalmente, uno de los motivos más importantes por el que nos rendimos a nuestros hijos es que queremos gustarles. Si les gustamos, se portarán mejor y seremos más generosos. El problema es que sabemos que no les agradaremos cuando nos pidan algo y no se lo demos o si les pedimos hacer algo aburrido para ellos (como poner la mesa).


El síndrome del emperador


Y de mimar a los niños se pasa al siguiente paso: convertirlos en pequeños tiranos que amargan la vida a sus padres.

Los hijos tiranos tienen dificultades para sentir culpa y mostrar empatía. Son niños que desde pequeños insultan a los padres y aprenden a controlarlos con sus exigencias. Cuando crecen, los casos más graves pueden llegar a la agresión física. Los psicólogos recomiendan a los padres poner límites a sus hijos desde bebés.

La mayoría de los llamados niños tiranos han sido criados sin límites familiares ni sociales. Cuando un hijo arremete a sus padres, es porque busca una sensación de poder y dominio, no la violencia por sí misma.

Estas dificultades cotidianas acaban con la paciencia de los papás y crean un cúmulo de tensiones que hace que la convivencia familiar se convierta en un auténtico infierno.


Cómo reconocer a un niño tirano


- Tienen un sentido exagerado de lo que les corresponde y esperan que los que están a su alrededor les atiendan.


- Tienen una baja tolerancia a la incomodidad, especialmente a la causada por la frustración, el desengaño, el aburrimiento, la demora o la negación de lo que han pedido; normalmente la expresan con rabietas, ataques de ira, insultos y/o violencia.


- Desarrollan escasos recursos para resolver problemas o afrontar experiencias negativas.


- Están muy centrados en sí mismos y creen que son el centro del mundo.


- Buscan las justificaciones de sus conductas en el exterior y culpan a los demás de lo que hacen, al tiempo que esperan que sean otros los que les solucionen los problemas.


- No pueden, o no quieren, ver el modo en que sus conductas afectan a los demás y frecuentemente carecen de empatía.


- Piden, piden y piden. Una vez conseguido, muestran su insatisfacción y vuelven a querer más cosas.


- Les cuesta sentir culpa o remordimiento por sus actos.


- Discuten las normas y/o los castigos. Tachan a los padres de injustos, malos, etc. Si hacen eso debe ser porque les trae alguna compensación (ante el sentimiento de culpa, los padres ceden y otorgan más privilegios).


- Exigen atención, no sólo de sus padres, sino de todo el mundo. Y cuanta más se les da, más reclaman.

- Les cuesta adaptarse a las demandas de las situaciones extra familiares, especialmente en la escuela, porque no responden bien a las estructuras sociales establecidas ni a las figuras de autoridad.


- Se siente permanentemente tristes, enfadados, ansiosos y/o emocionalmente frágiles, y frecuentemente tienen una baja autoestima.


- Cumplen los criterios de algún trastorno conductual o mental grave, aunque no se encuentren alteraciones biológicas, fisiológicas, del desarrollo o genéticas ni ningún otro motivo observable o evaluable que explique las dificultades que presentan.


¿Qué hacer?


- Ante todo hay que cuidar la confianza primordial. Ya durante el embarazo hay que cultivar el diálogo. El periodo más sensible de la vida es el nacimiento y el tiempo inmediatamente posterior.


- Durante el primer medio año los mimos nunca son excesivos. Sus necesidades de consuelo y alimento hay que satisfacerlas al momento, dándole todo el amor posible. Pero a partir del año de edad, hay que empezar a marcarle límites, aunque sea de una manera muy primitiva.


- Restaura el equilibrio familiar. La estructura familiar ha de ser jerárquica. El equipo de mando son los padres, una familia no es una democracia, aunque se permita a los niños opinar y se les pueda tener en cuenta. Sé autoritario cuando haya que serlo.


- Es fundamental la coordinación entre los padres. No se puede enviar mensajes contradictorios al niño.


- Desarrolla su conciencia y su sentimiento de culpa. Para que de mayores no lleguen a ser personas violentas con sus padres, es necesario educarles en la tolerancia y potenciar su conciencia. Conviene enseñar desde la primera infancia que los actos positivos, el altruismo, la generosidad, compensan: darles la oportunidad de sentirse bien por hacer algo positivo.


- No le sobreprotejas. Tienen que aprender que en la vida no todo es bueno ni fácil. Cuando el niño sufre consecuencias negativas intentará evitarlas en el futuro siendo más cuidadoso. Sin consecuencias no hay límites.


¿Cómo marcar límites?

1- El procedimiento de verificación: Consiste en asegurarnos de que el niño ha entendido lo que le hemos pedido que hiciera. Si vemos que está distraído y que no nos ha hecho ni caso, hay que ponerse enfrente de él y decirle: “¿Me has entendido?”. Si su respuesta es afirmativa, estamos seguro de que se responsabiliza de hacer lo que hemos dicho o que asume las consecuencias en caso contrario.


2- La técnica del corte: Pon fin a sus quejas, llantos, intentos de negociación… Córtalo diciéndole que si sigue así, le castigaremos. Tienes que ser firme.


3- La tregua: Aplaza la solución de un problema hasta que ambas partes estéis calmadas. Resolver conflictos bajo los efectos de la ira hace que se tomen decisiones equivocadas, de las que luego podemos arrepentirnos.


Si eres tú el que está nervioso dile: “Estoy muy enfadado y ahora no puedo pensar. Cuando me calme continuamos”.  Si es el niño el que está alterado, le puedes decir: “Te veo nervioso, cuando estés más tranquilo, seguimos”.


Así podréis resolver los problemas con más serenidad y llegar a una solución constructiva.


Fuentes: El pequeño tirano, Jirina Prekop. Niños mimados; cómo evitar que se conviertan en tiranos, Maggie Mamen.
Redacción: Irene García

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