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Tener pocos amigos no es de ser rancio, sino más listo que el resto

ALEXANDRA LORES
Desde que irrumpieran las redes sociales hace una década, el modo en que nos relacionamos con otras personas ha cambiado. Si no hace tanto, hablar con un familiar que se encontraba en el extranjero era una odisea e implicaba dejarse parte del sueldo en el proceso, ahora es posible hacerlo desde cualquier parte del mundo y a cualquier hora de manera gratuita, siempre que se disponga de una conexión a Internet. También es posible saber cómo le va a ese amigo del colegio al que hace años que no ve, y a aquel compañero de trabajo del que se acabó distanciando.
Está claro que ahora nos relacionamos más, tenemos más amigos (aunque sean virtuales), pero ¿es eso lo mejor para nuestra felicidad? Sherry Turkle, directora en el MIT de la Iniciativa para la tecnología y el yo, asegura en su libro Juntos pero solos: ¿Por qué cada vez esperamos más de la tecnología y menos de nosotros mismos? (2011) que "aunque estemos conectados de manera continua, nos sentimos cada vez más solos y nuestro miedo a la intimidad crece a marchas forzadas".
En la charla de TED que ofreció un año después de la publicación de este ensayo y que tituló ¿Conectados, pero solos?, Turkle reiteró que “acabábamos escondiéndonos de los demás a pesar de estar constantemente conectados a ellos”. Según ella, en este tipo de interacciones nos sentimos constantemente reforzados en nuestros actos (o con respecto a nuestra apariencia), y así es imposible conocernos, lo que resulta muy poco enriquecedor.

Todo tiene un límite

La ciencia ha llegado a medir con cuántas personas se puede uno relacionar. Un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Indiana Bloomington (EE UU) analizó durante seis meses las conversaciones de Twitter de más de un millón y medio de personas, y concluyó que “los usuarios podían mantener un máximo de 100 a 200 relaciones estables”. Eso está en sintonía con la teoría del antropólogo y psicólogo Rubin Dunbar, que en los años noventa calculó que los seres humanos podíamos llegar a tener un máximo de 150 contactos off line…, de los cuales solo cinco eran cercanos.
El citado Dunbar recurría a una metáfora financiera para explicar cómo nos relacionamos con nuestros amigos en relación con su número. “Supone una inversión de tiempo. Si consigues tener conexiones con más gente, acabas distribuyendo tu capital social fijo de una manera más escasa, así que el capital medio que le dedicas a cada persona es menor”.
La intimidad conlleva un nivel de compromiso y de confianza y para eso hace falta tiempo”, explica la psicóloga Jara Pérez, responsable de Therapy Web. “El ser humano necesita el contacto físico; un buen ejemplo es el de los bebés, que lo necesitan casi tanto como el alimento para poder desarrollarse”.
Este cambio de paradigma en nuestra manera de relacionarnos afecta a la solidez de los lazos que conservamos fuera de Internet, por eso es importante aprender a gestionar el tiempo pensando en qué nos va a hacer más felices. “Si no lo hacemos corremos el peligro de dedicar demasiado tiempo a las interacciones con nuestros contactos para luego darnos cuenta de que, después de todo ese esfuerzo, son solo eso, contactos, y que no tenemos la confianza ni el nivel de compromiso suficiente para que cubran nuestras necesidades como amigos. Por eso es fundamental seguir alimentado nuestras verdaderas amistades: estas son las que cubren las necesidades básicas para lograr un mayor bienestar”, aconseja Pérez.

Popularidad vs felicidad

Pero suponga que se decanta por sus relaciones virtuales y logra conseguir el éxito y la popularidad que tanto anhela. Aun así, ese nuevo estatus acabará afectando su autoestima. Una agitada vida social y las redes sociales "nos ayudan a controlar la imagen que les ofrecemos a los demás y es muy fácil que esta sea una representación pulcra en la que todo es positivo aunque, por supuesto, no sea cierto. La sociedad no le hace un hueco a las zonas más negativas de nosotros mismos: no queremos ver nuestras partes más oscuras y escondemos los sentimientos que no son socialmente aceptables como la envidia o el miedo”, relata Pérez. Nuestro reducido grupo de amigos cercanos nos quiere tal como somos, con nuestras luces y sombras. Quizá por eso, según un estudio publicado el pasado 2016 en la revista British Psychological Society, las personas inteligentes prefieren rodearse de menos amigos.
Como dice la psicóloga Jara Pérez, “debemos mantener esas amistades que nos devuelven una imagen de nosotros mismos ajustada a la realidad; amigos que son capaces de confrontarte y de decirte que no tienes razón o que estás actuando de manera egoísta”. Tener pocos amigos, en definitiva, no significa valorar poco la amistad, sino rentabilizarla al máximo.
EL PAÍS, Miércoles 1 de febrero de 2017

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