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¡A las 11 en casa! el eterno conflicto

ANA R. CARRASCO
"¿A las 11? ¡Pero si soy la que más pronto tiene que llegar a casa!". "¿No te das cuenta de que a todos mis amigos les dejan llegar más tarde y tengo que volver sola?". "Pues Fulanito puede llegar a las 12:30 y es un año más pequeño". ¿Le resultan familiares estos argumentos? Seguro que en su adolescencia pronunció más de una vez estas frases o, ¿quién sabe? Puede que sea su propio hijo quien ahora las utiliza con usted.
Retrasar lo máximo posible la hora de llegada a casa es el caballo de batalla de la inmensa mayoría de los adolescentes. Algo así como ley de vida. "El dinero que pueden manejar, las responsabilidades que deben tener y el toque de queda son los tres conflictos más habituales con los jóvenes", explica Juan Antonio Abeijón, psiquiatra del Servicio Vasco de Salud. "Es un conflicto natural".
Para muchos padres, el deseo de su hijo de pasar tiempo fuera de casa con sus amigos genera inquietud y ansiedad. "Los adultos quieren que los menores sean autónomos y responsables pero, en muchos casos, no son capaces de darles el espacio que necesitan", asegura Alicia Liñán, terapeuta de parejas y familia y directora del centro de terapia Atenea. "El control parental debe basarse en una relación segura con los hijos que implica amor y comprensión y la imposición de ciertos límites, claro". Los progenitores deben darse cuenta de que sus vástagos han crecido y que no pueden seguir tratándolos como niños pequeños. "A partir de los 13 años no podemos usar el porque lo digo yo como argumento", indica la terapeuta. Es entonces cuando llega el momento de la negociación. "El adulto debe dar respuestas a las demandas de los menores y eso implica llegar a acuerdos", argumenta Abeijón. "Eso sí, sin perder de vista que una familia es una estructura en la que los padres deben tomar decisiones, no es una democracia parlamentaria".
Entonces, ¿cuál es la hora más adecuada? La respuesta es complicada ya que influyen multitud de factores: la edad del menor, la madurez que haya demostrado, la confianza, el entorno... En este caso, como en casi todo, la lógica le dirá cuál es el horario oportuno. "Cuanto más pequeños son, más hay que estar pendientes de con quién van, qué hacen, si conocemos a sus amigos y a sus padres, mejor", explica Liñán. "Si hay una relación sana de confianza con los hijos -que se trabaja desde mucho antes- se saben todas estas cosas. Cuando los padres tienen que preguntar mucho, malo".
El plan también puede hacer fluctuar los horarios. "Si van a casa de un amigo, si celebran una fiesta, si van a quedarse en el barrio, qué tipo de transporte tienen que coger", apunta el psiquiatra del Servicio Vasco de Salud. "También podemos ser flexibles, si estamos ante una situación excepcional: un cumpleaños, una graduación... Siempre con cuidado de que la excepción no se convierta en norma y su hijo se invente un cumpleaños cada semana".

Mantenerse firme

Tan importante como ser flexibles y conciliadores a la hora de establecer un horario es ser consecuente con él. "Los menores deben conocer de antemano cuáles serán las represalias si llegan tarde", afirma Liñán. "Este es un aprendizaje fundamental para la vida adulta: no cumplir con los compromisos implica consecuencias", confirma Abeijón. Si el adolescente se retrasa 20 minutos, los terapeutas recomiendan mantener la calma -nada de montar un escándalo según entra por la puerta-, decirle "llegas 20 minutos tarde, ya conoces las consecuencias: el próximo día debes llegar 20 minutos antes". Si acumula varios días de retraso, los terapeutas recomiendan castigarle sin salir el próximo día.
En ningún caso se debe asignar un horario distinto a hijos e hijas. "La necesidad de un espacio propio es común en ambos géneros. ¿Qué tipo de mensaje le damos a los menores si les decimos que las chicas son más vulnerables o que necesitan que se las proteja más?", concluye Liñán.

Móviles, ¿sí o no?

A la hora de gestionar la hora de llegada de los menores, un buen uso del teléfono móvil -tanto por parte de los padres como de los hijos- puede ser un gran aliado. "Algunos adultos entregan un móvil a sus hijos con 12 o 13 años pero luego se quejan de que los menores no quieren compartir el contenido. El teléfono supone un espacio propio que debe ser respetado por los progenitores. La gestión de los asuntos personales también forma parte del proceso de maduración", asegura Juan Antonio Abeijón, psiquiatra del Servicio Vasco de Salud.
Úselo con moderación. Llamar a los menores cada hora es contraproducente. "Lo único que conseguiremos es que desconecte el teléfono y nos diga que se ha quedado sin batería", razona Alicia Liñán, directora del centro de terapia Atenea. "El adolescente sabe responder de forma que el padre no se preocupe o puede usarlo como excusa para buscar una confrontación".
Hágase con los números de sus amigos. También con los de sus padres. Así sabrá si están juntos y podrá confirmar coartadas del tipo "me quedo a dormir en casa de mi amiga". La lógica le dirá cuándo es oportuno utilizarlos y cuándo resulta excesivo.
EL MUNDO, Jueves 22 de junio de 2017

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