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Lo que mis perros y otros animales me enseñaron sobre psicología humana

PABLO HERREROS
Soy poco espiritual, debo admitirlo. Me tira más lo científico. Pero la excepción está en algunas relaciones con animales que he mantenido, con quienes  aflora mi parte mágica. Pero el perro con el que convivo actualmente y otros animales, por cómo aparecieron y se desarrolló nuestra convivencia, estoy seguro de que se infiltraron como espías en mi día a día para enseñarme algunas lecciones sobre la vida que casi todo ser humano necesita aprender. Porque aunque al principio pensé que yo le estaba dando una segunda oportunidad a Lupo, en realidad era él quien me la estaba dando a mí. 
Ten paciencia y no fuerces situaciones
La historia de cómo nos conocimos Lupo y yo no es romántica ni de película. No fue un regalo, ni adoptado en una protectora o comprado. Apareció una madrugada de finde en la Calle Edisson de Salamanca, hace ya 18 años, lugar donde yo estudiaba. Estaba regresando de marcha un poco pedo, lo admito, y ahí nos encontramos. Como si fuera mi colega de parranda, le miré fijamente y dije: ¿te hace la última? Accedió y subimos juntos en el ascensor, hasta el día de hoy. Aquella noche no dormimos en la misma habitación ni recuerdo haberle tocado. 
Las buenas cosas emergen
Lupo no tiene raza ni "marca", como suelo decir vacilando. A veces, también digo que es un "streeter ", palabra spanglish que me inventé para " callejero ". Pero lo importante es que fueron pasando los meses y nos adaptamos el uno al otro. La distancia física o perímetro de seguridad de Lupo fue descendiendo y en pocos días ya dormía conmigo, junto a mi cama. La estrategia me ha servido para gatos, perros y caballos. Os aseguro que funciona con casi cualquier ser vivo. Dejad que ellos se acerquen porque " los humanos desconocidos abrazatodo " son amenazadores y les asustan. Todo llega con el tiempo y emerge de forma natural si compartís tiempo de calidad, como ocurre en la amistad o en el cortejo. Se crean escenarios donde eso sea posible que surja pero no se pide directamente jamás. Además, cada animal tiene su personalidad y no tiene que gustarle lo mismo que a ti, lo que nos conduce a la aceptar la diversidad
La importancia del contacto físico.
Cuando descansa, Lupo suele echarse sobre mí, con alguna parte de su cuerpo en contacto con el mío. También durante los meses que me dediqué a escribir el libro " Yo, mono ", recuerdo su afilada cabeza posada sobre uno de mis pies. No era muy cómodo para mí pero, como os he dicho, en esto de los animales soy débil y me hacía  feliz sentir que estaba a mi lado durante todo ese los meses trabajo. Incluso de acampada con los amigos en los valles pasiegos no fue capaz de quedarse fuera. Teníamos que hacerle hueco, y os chivo que es de esos que te roban la almohada y roncan. 
Este patrón de búsqueda del contacto físico cumple varias funciones sociales. Por un lado es un un indicador del estado de la relación y la confianza entre ambos. Un perro o gato que tenga miedo de su dueño jamás busca su consuelo o seguridad, como tampoco un niño o niña lo hacen con sus padres si han sentido que no pueden confiar en ellos.
Cuando el que ofrece resistencia es el humano porque no ha tenido contacto con perros o porque les tiene miedo, ellos son grandes expertos en esto de la diplomacia del tacto y el contacto físico.  Si están alegres, rompen tus barreras invitándote a jugar, llamando tu atención o posando una pata sobre el humano arisco. La mayoría de personas no pueden resistirse y acaban sonriendo. El efecto es milagroso. 
Concepto de la amistad
Otra de las cosas que me tiene fascinado de algunos mamíferos es su concepto de la amistad y el significado de ser aliado. Nuestra especie es de las más cooperadoras del planeta pero a veces nos olvidamos y ahí están los perros para recordarnos lo que significa ser amigo. Los perros, cuando estás triste se acercan y consuelan como han demostrado varios estudios científicos. También los chimpancés y otros grandes simios lo hacen entre ellos. Algunas especies, como por ejemplo perros y delfines, traspasan la barrera de su especie y salvan a humanos.
Personalmente, la importancia de esta lealtad en forma de ayuda la aprendí una mañana de octubre en el que unos jóvenes borrachos me intentaron intimidar mientras estaba aparcado en un polígono a las afueras de Santander. De repente, me amenazaron con un cuchillo desde su coche y solo se me ocurrió hacerle una foto, con lo que el pardillo se encabronó más. Salió del coche, se acercó a mi ventanillas y entonces Lupo saltó a por él desde el asiento de copiloto. Tuve que pararle porque se hubiera tirado a su cuello y al final íbamos a acabar los dos en el calabozo. Los muy tontos no habían visto que tenía guardaespaldas. 
La importancia de los encuentros
A la gente le encanta cuando regresa a casa y su mascota se vuelve loco de alegría. Los perros saltan y te lamen, mientas que los gatos se enroscan entre tus pies. Ambos son magníficos. En mi caso, las mejores bienvenidas era las de Tara, quien murió con 25 años de edad, a tan solo dos del record Guinnes. Tara, a diferencia de Lupo, a quien encontré ya con un año de edad, nació debajo de mi cama. Ella no era tan carismática como Lupo pero sí mucho más sabia y me conocía mejor. 
Tara captaba mis estados de ánimo rápidamente. Recuerdo escondernos debajo de la cama en malos momentos. Esta conexión con la familia también se detectaba en los rituales de bienvenida a los que nos tenía acostumbrados. Tara era una perra de aguas mestiza, y como ya sabéis, estos perros son saltamontes en versión canina. Le encantaba alcanzar tu cara de un solo salto y fregarte a lametazos. Tras tantos años, entre otras cosas, nos enseñó la importancia y lo felices que nos hacen las bienvenidas, las fiestas y las celebraciones a los humanos. Son rituales de actualización y recuerdo de lo que nos une a todos. 
El autocontrol es fundamental para la vida en grupo
Como os he dicho, Lupo ya era adulto cuando nos hicimos pareja de hecho. Por su aspecto tipo oso de peluche, la gente da por hecho que es un perro tierno y sensible. Pues nada que ver. Para empezar, según se animaba el juego, se notaba que carecía de experiencia temprana con otros perros. Probablemente fue destetado antes de tiempo y no aprendió a relacionarse con otros, algo que se adquiere con tus hermanos y en algunos casos otros perros. Pero lo de mi aliado perruno no es maldad, simplemente no sabe los códigos y límites de otros animales, humanos incluidos. Esto se traducía en mordiscos en los tobillos y un juego agresivo que no gustaba ni a perros ni humanos. No se controlaba.  La consecuencia es que ningún perro del barrio quiere jugar con él porque no sabe lo que es el fair play o juego limpio, algo fundamental para el aprendizaje y supervivencia de los mamíferos sociales como ha demostrado el etólogo Marc Bekoff. No puedes vivir en grupo si no  adaptas  tu comportamiento. Esto es aplicable tanto a lobos, como a perros o personas.
Disfrutar el presente
A Lupo se le pasan rápido los malos rollos y me recuerda lo importante de estar aquí y ahora. En la calle se transforma y no aparenta la edad que tiene. Se cae, tropieza una y otra vez pero no le importa y continua. El ser humano, para bien y para mal, no puede evitar viajar al presente y el futuro con la mente. Fue uno de los grandes logros de nuestra evolución pero también una tortura si nos dejamos llevar por los pensamientos negativos.  Aprendamos de otros animales a desconectar, y si es con ellos, aún mejor. 
Nunca dejes de jugar
Como ya os he contado, mi perro Lupo carece de algunos conocimientos necesarios para ser aceptado a la hora de jugar con otros de su especie, así que me ha tocado a mí ser su osito de peluche. Cuando le tiro un palo o una pelota, los coge y se va corriendo. Ahora está mayor y no puede, pero por entonces no creo que su intención fuera que le siguiera porque se marchaba bien lejos. Otro de sus juegos favoritos era correr y lanzarse sobre mí como si fuera un jugador de rugby. En fin, cuestión de personalidades...
En general todos mis perros y gatos han sido muy juguetones. Los perros te invitan a hacerlo agachando las patas delanteras, dando saltos o te dan la espalda mirándote para que les sigas y juguéis a persecuciones, peleas y riñas fingidas, lo que en inglés llaman roughand-rumble. A muchos les gusta que les tires cosas y te las devuelven, lo que indica una implicación, es decir, un acto cooperativo, lo que en definitiva es el juego. Por otro lado, los gatos, muy suyos, te traen objetos o animales muertos. También se tumban boca arriba o persiguen tus pies cuando te despiertas en las madrugadas a por agua, además de un sinfín de estrategias divertidas más. 
¿Pero realmente de qué va esto del juego? y ¿cuáles son sus funciones? Todos sabemos que cuando lo hacemos, animales y humanos entrenamos habilidades físicas y psíquicas. Se ensayan movimientos necesarios para la caza y la huida. Hasta aquí nada nuevo. Pero pocos caen en la cuenta de que también se establecen jerarquías sin la necesidad de imponerlas. Del mismo modo, podemos saber en quién confiar y quién no. Si un niño, perro u otro mamífero social no puede con otro jugando a peleas, es mejor no intentarlo, ¿verdad?. Por lo tanto, es un entorno seguro en el que practicar y poner a prueba a los otros sin peligro. 
El juego es otro de esos regalos de la evolución. Nos deja entrenar y evaluar a otros con menos peligros, mejora nuestra salud y genera lazos entre los sujetos. Todos los mamíferos nos sentimos más unidos cuando jugamos. La sensación de complicidad y de " ey, este es mi colega gente! " aumentan después de jugar. Además, a diferencia de la creencia popular, aunque desciende el tiempo que empleamos en el juego según avanza la vida, nunca dejamos de hacerlo. Lupo, a pesar de su artritis y artrosis, aún viene a llamar mi atención y aunque apenas levanta tres centímetros del suelo él lo intenta. Su intención y estado de ánimo es manifiesto: quiere jugar. 
En humanos sucede de idéntica forma, solo que gracias al desarrollo de ciertas capacidades, el juego adopta una diversidad de versiones asombrosa: desde lo más básico, como es jugar a " policías y ladrones " hasta el sofisticado ajedrez o los juegos de palabras, gracias a que poseemos lenguaje hablado. Por si fuera poco, nos gusta verlo aunque no participemos, como a Homer Simpson. La prueba está en los millones de personas que pasan el fin de semana en el sofá viendo deportes por la televisión.
El valor del perdón y la reconciliación para la supervivencia del grupo
Hace más de 18 años me compré mi primera y última pata de jamón ibérico en el supermercado. Me había gastado un pastón para lo que yo ganaba en aquella época. Lo puse en su jamonero sobre la encimera y salí a la calle de nuevo por unas horas. Cuando regresé, Lupo y el jamón se habían hecho muy amigos. El muy desgraciado se había subido a la encimera, saltando desde una silla, y lo tiró al suelo para hacerse con él. Cuando abrí la puerta de casa ambos estaban abrazados. Me pillé un cabreo de narices y les di voces a los dos. De milagro, el descarado de Lupo no se fue con el jamón al contenedor. No le dejé acabar de comerse a su nuevo coleguita como venganza. Estuvimos varias horas  enfadados y ni siquiera se acercó al despacho, algo que siempre hace. Para ser suaves, vamos a decir que estuve acordándome de la madre que lo parió, a la cual, por cierto, nunca conocí. 
Tras ese rato de cabreo, vi que una cabeza asomaba reptando por el pasillo como un lagarto y me miraba de lejos, haciéndose el sueco pero buscando el contacto visual, un requisito previo para cualquier reconciliación, tanto en perros como en primates y humanos. Y es que afortunadamente, para los animales que vivimos en sociedades o somos gregarios, es fundamental que existan mecanismos para resolver problemas que emergen en cualquier relación. De no existir este tipo de conductas y tendencias que tienden a la reconciliación " escritas en nuestro cerebro y ADN ", la vida en grupo no se hubiera desarrollado jamás. Necesitamos de herramientas que devuelvan el equilibrio a la comunidad o los conflictos de intereses sin posibilidad de resolución nos conducirían a la extinción o a convertirnos en especies solitarias como los tigres. 
Aunque algunos patrones de reconciliación son comunes a casi todos los mamíferos, como la mencionada aproximación física o contacto visual, otras especies poseen señales y rituales propios. Los primates usamos los abrazos, y algunos grandes simios también los besos. Los delfines, tras una pelea, se acarician nadando juntos, rozándose piel con piel. Con el mismo fin, otras sociedades humanas, como los mbuti del Congo, se pegan por turnos. La diversidad es enorme pero el objetivo es el mismo: evitar que la violencia se extienda, mantener los beneficios superiores a los costes y asegurar así la continuidad del grupo. 
Volviendo al robo del jamón, el final de la historia es que como yo quería asegurar la continuidad de la relación entre Lupo y yo, es decir, mantener nuestra alianza, no pude resistirme a esos ojos de cordero degollado y me eché sobre la alfombra para iniciar nuestro ritual de reconciliación. Poco a poco, nos acercamos y al final acabamos acariciándonos con el cuerpo. La lección es que el perdón es importante para la supervivencia del grupo y es un recurso social que no nació con nuestra especie, sino con la primera en la que hubo conflictos de intereses entre diferentes individuos. 
Conecta con tu cuerpo
La mayoría de las personas vivimos a toda prisa sin caer en la cuenta de los sabores, olores o texturas de las cosas que nos rodean, desde las más simples hasta las más sofisticadas. Somos robots con el piloto automático puesto, poco conscientes de lo que estamos sintiendo en los pies al andar o las caricias del aire en la cara. Varias técnicas de relajación entrenan esta habilidad de sentir el presente mediante el repaso de las partes del cuerpo. Sus consecuencias son beneficiosas según diversos estudios y tiene efectos positivos en la salud de las personas en varios sentidos. Entre otras, la reducción de la ansiedad y el aumento de la concentración. 
Los animales no humanos no pueden repasar su cuerpo con el mismo detenimiento que un humano, pero sí están conectados con su cuerpo y con lo que sienten, aunque no puedan explicarlo como nosotros. Por ejemplo, cuando iba en coche, a mis perros Moe y Lupo les encantaba sacar el morro por la ventanilla y sentir el viento en su cara. Disfrutaban de ese momento y yo me contagiaba de ese buen rollo y lo hacía también con el brazo. 
Esa conexión también la expresan con vocalizaciones. Gatos y perros, cuando encuentran un lugar en el que están cómodos suspiran o emiten pequeños gemidos de placer, como si dijeran, " ay, qué a gustito que estoy". Los chimpancés, con una conciencia mayor, inspeccionan su cuerpo continuamente y se acarician tanto a sí mismos como a sus amigos. A veces buscan parásitos, claro que sí, pero también disfrutan del placer del tacto.
Del mismo modo, los monos araña que observé durante días en Costa Rica usan " peines de mono ": unos frutos que gracias a sus flexibles pinchos sirven para acicalarse el pelo y rascarse. Cuando les ves usarlos, parecen relajados y obtienen placer. Además, por el gran número de horas que dedican a esta actividad debe ser cierto que proporciona bienestar. Varios estudios indican que estas caricias provocan la segregación de endorfinas y otras hormonas asociadas al placer. 
También me llama la atención el modo y técnicas tan sofisticadas que emplean tanto perros como gatos para estirarse. Es fascinante cómo arqueando su cuerpo son capaces de hacerlo tan bien. Por lo mucho que lo practican debe ser muy beneficioso. De hecho, son los mejores yoguis que he conocido. Propongo menos gurús o psicología del Starbucks y más imitación animal. Porque en esto de quererse a sí mismos y tener bien claras las prioridades en la vida, los animales nos llevan mucha ventaja. 
En conclusión, podemos aprender mucho sobre nosotros mismos observando a los animales. Son una fuente inagotable de conocimiento. En ellos está la esencia de lo que somos, pero también se encuentran las raíces de las cosas más importantes de la vida: amar sin límites, compartir tiempo y aventuras con nuestros seres queridos y hacer muchas tonterías. En definitiva, disfrutar y ser felices en mayúsculas. 
EL MUNDO, 10/17 de junio de 2017
Imagen: Diego y Roscón, junio de 2017

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