Ir al contenido principal

Siete desagradables errores de higiene personal que cometemos a diario

MIGUEL AYUSO
En las sociedades contemporáneas aprendemos desde pequeños una serie de hábitos de higiene personal que cumplimos a rajatabla el resto de nuestra vida. Nos lavamos las manos antes de cocinar y después de ir al baño, nos cepillamos los dientes antes de acostarnos y tenemos como (buena) costumbre tirar de la cadena. Pero no siempre fue así.
La higiene personal sólo empezó a preocuparnos en la segunda mitad del siglo XIX y su promoción por parte de las autoridades fue toda una revolución. La humanidad –o más bien, Luis Pasteur, que estudió el origen de las enfermedades infecciosas– descubrió que las malas condiciones de higiene, que empezaron a ser preocupantes a medida que crecían las ciudades, eran culpables de gran parte de las enfermedades, que podían evitarse con el sencillo hábito de lavarse las manos.
Desde entonces, la higiene ha pasado de ser un capricho a ser una obsesión. Cada vez nuestro aseo es más insistente, pero como dice un refrán que parecemos haber olvidado: “no es más limpio el que mucho se lava sino el que poco se ensucia”. En ocasiones el exceso de limpieza puede ser contraproducente para la higiene en conjunto, otras veces, sencillamente, nos olvidamos de ciertas cuestiones: nos lavamos las manos diez veces al día pero nos importa poco lo que se esconde en nuestro oído o nuestro ombligo.
Estas son nueve costumbres bastante extendidas que ponen en peligro nuestra salud a diario y que solemos pasar por alto.

1. Lavar la ropa en frío y tender en el interior
No hace tanto tiempo era costumbre generalizada hacer coladas distintas con la ropa blanca y de color para que, al lavar con agua caliente, no se mezclaran los colores. De un tiempo a esta parte, en cada vez más casas (por falta de tiempo o porque descuidamos más el cuidado del hogar), es habitual mezclar todo tipo de prendas: algo que solo puede hacerse sin miedo a arruinar nuestra ropa utilizando agua fría.
Cada vez menos gente utiliza programas de lavadora de más de 60 grados centígrados, la única temperatura a partir de la cual la ropa quede libre de gérmenes. En cada calzoncillo o cada braga hay, como poco, una décima de gramo de heces. Según explicó Charles Gerba, profesor de microbiología de la universidad de Arizona, a ABC News,si pones una lavadora sólo de ropa interior se liberarán 100 millones de E.coli en el agua, y estas pueden trasmitirse a la próxima colada”. Da igual el detergente que utilicemos: este tipo de bacterias sólo se eliminan si se utiliza agua caliente y tendemos la ropa al sol, algo en lo que, de nuevo, solemos fallar.
Pero lo peor de lo peor, el error definitivo que puede acabar con toda nuestra ropa, es dejar la colada en la lavadora sin tender durante todo un día: la humedad hace que las bacterias se multipliquen, la ropa se pudra y su olor (tan característico de los pisos de estudiantes) se extienda toda la casa. El horror.

2. Acumular cacharros en la pila de la cocina
Todos sabemos que no es muy limpio dejar los platos sin lavar en la pila, pero es un descuido que solemos tolerar cuando nos puede la pereza. Lo que no sabemos es que la pila de la cocina puede llegar a acumular 500.000 bacterias por metro cuadrado y, si somos de acumular vajilla, convertiremos el fregadero en el lugar más sucio de nuestra casa, por encima del váter. Aunque la mayoría de la gente toma medidas para desinfectar sus inodoros, pocos tienen las mismas preocupaciones por su fregadero, en el que suelen acumularse todo tipo de bacterias como la E.Coli o la Salmonella.

3. Abusar del jabón
Los dermatólogos coinciden al señalar que no debemos abusar del uso del jabón sobre nuestra piel. En España, sobre todo en verano, hay muchas personas que se duchan, incluso, más de una vez al día, algo que puede acabar siendo dañino. El jabón es, por definición, un disolvente de la grasa y, si lo utilizamos con demasiada frecuencia, nuestra piel perderá el manto graso que la protege.
Mención aparte merece la utilización del jabón antibacteriano, que se popularizó enormemente tras la propagación mundial de la gripe aviar entre 2004 y 2006. Este tipo de jabones, muy habituales en forma de gel para manos, suelen incluir triclosán, un potente agente antibacteriano y fungicida sobre el que pesan serias dudas sanitarias desde que se demostrara su carácter de disruptor endocrino en animales. 

4. No bajar la tapa del inodoro cuando tiras de la cadena
Dejar abierta la tapa del váter es otro descuido habitual (y enormemente tolerado) en hogares y aseos públicos. Y el asunto es preocupante teniendo en cuenta que, cuando tiramos de la cadena, los gérmenes fecales se reparten por la estancia como si rociáramos un aerosol de heces por el baño. Y sí, las bacterías llegan hasta nuestros cepillos de dientes, tal como comprobaron los populares cazadores de mitos, Jamie Hyneman y Adam Savage, en uno de sus programas de televisión.
Según explicó a The Atlantic Charles Gerba, uno de los mayores expertos del mundo en lo que a brechas higiénicas se refiere, si la tapa del inodoro está abierta cuando tiramos de la cadena los gérmenes fecales se desplazan casi dos metros a todas las direcciones, así que es mejor que coloquemos nuestros cepillos algo más lejos.

5. Confiar en los secadores de manos
Por suerte la popularización de los secadores de manos se ha limitado a gasolineras, restaurantes y bares de copas. Sus ventajas son claras: evitan la acumulación de toallitas de papel en las papeleras. Pero sus inconvenientes ganan por goleada: gastan electricidad, secan peor y, lo que es más importante, son menos higiénicas. Según un estudio de la Universidad de Westminter, las tradicionales toallas de papel son mucho más eficaces, ya que secan nuestras manos mucho más rápido y evitan la acumulación de bacterias: los secamanos de aire de alta velocidad incrementan su presencia en un 42% y los de aire caliente en un 254%. Además, el chorro de aire puede llevar las bacterias hasta a 2 metros del lugar donde se encuentra el aparato esparciéndolas por todo el cuarto de baño. Al margen de esto, son pocos los que secan sus manos eficazmente con estos aparatos. No nos engañemos: hasta el santo Job se aburriría secando sus manos en los dichosos aparatos, que abandonamos siempre con las manos húmedas hartos de su calamitosa ineficiencia.

6. “Rescatar” la comida que se cae al suelo
Cuando se nos cae algo de comida al suelo, a no ser que la vianda en cuestión sea muy pringosa, muchos tenemos la tentación de soplar un poco y llevárnoslo de nuevo a la boca. Parece que si rescatamos la comida del suelo a toda velocidad los gérmenes no harán mella pero, según un estudio de la Universidad Clemson, el 99% de las bacterias se trasmiten a la comida inmediatamente en cuanto esta toca el suelo. Patógenos como la salmonella tienen capacidad de sobrevivir en superficies secas hasta cuatro semanas y de transferirse a los alimentos con el contacto inmediato.

7. No tratar debidamente las lentillas
El uso prolongado de las lentes de contacto requiere unas pautas de limpieza que muchos descuidan. Si las lentillas no se desinfectan se puede llegar a sufrir una queratitis bacteriana, infección de la córnea que suele incrementarse en los meses de verano, cuando nos bañamos con las lentes puestas en piscinas tratadas con cloro y productos químicos.
Si se quiere evitar la formación de hongos y bacterias en la superficie de las lentillas estas deben limpiarse, aclararse y desinfectarse debidamente. Para ello debemos lavarnos las manos antes de manipularlas, usar líquido limpiador (nunca agua corriente) y renovar este en cada uso, un paso que muchos se saltan y que puede acabar haciendo que el estuche donde se guarden las lentillas se contamine.
EL CONFIDENCIAL, Viernes 15 de noviembre de 2013

Comentarios

Entradas populares de este blog

«Los buenos modales no están de moda, pero es imprescindible recuperarlos»

FERNANDO CONDE Hoy en día es frecuente enterarte por los medios de noticias relacionadas con la falta de respeto, el maltrato, el acoso, etc. Podemos observar muchas veces la ausencia de un trato adecuado a los ancianos, la agresividad incontrolable de algunos hinchas de fútbol; la poca estima a la diversidad de opiniones; la destrucción del medio ambiente; el destrozo del mobiliario urbano y un largo etcétera que conviene no seguir enumerando para no caer en el pesimismo que no conduce a nada y el problema seguirá ahí. Un problema que podríamos resumir en que se ha ido perdiendo el valor de la dignidad humana en general. Los modos para alcanzar la felicidad, siempre deseada, se apartan de las reglas y normas de conducta más elementales de convivencia colectiva que han acumulado las culturas y los pueblos a través de los siglos. La idea de que «la dignidad empieza por las formas» que resume este artículo es una afirmación bastante cierta, porque la forma, no pocas veces arrastr

Qué le pasa a tu bebé cuando dejas que llore sin parar

  GINA LOUISA METZLER Muchos padres creen que es útil dejar llorar a su bebé. La sabiduría popular dice que unos minutos de llanto no le hacen daño, sino que le ayudan a calmarse y a coger sueño. Se trata de la técnica de la espera progresiva , que fue desarrollada por el doctor Richard Ferber, neurólogo y pediatra de la Universidad de Harvard en el hospital infantil de Boston (Estados Unidos) , y que sigue utilizándose en la actualidad en todo el mundo. Casi nadie sabe en realidad lo que ocurre a los bebés cuando siguen llorando, pero las consecuencias físicas y psíquicas podrían afectarles toda su vida. Cuando un bebé llora sin que sus padres lo consuelen, aumenta su nivel de estrés , ya que, a través de su llanto, quiere expresar algo, ya sea hambre, dolor o incluso necesidad de com

¿Qué hay detrás de las mentiras de un niño?

ISABEL SERRANO ROSA Los niños no son mentirosos, pero mienten . Lo hacen cuando tienen algo que decir o que aprender. Hasta los cuatro años, con sus historietas sorprendentes, quieren narrarnos su mundo de fantasía. Somos la pantalla en la que proyectar su película. Entre los cuatro y los siete años construyen su mini manual de moralidad con ideas muy sencillas sobre lo que está bien y mal, basado en sus experiencias "permitido o no permitido " en casa y en el colegio. Con su gran imaginación, las mentiras son globos sonda para saber hasta dónde pueden llegar. Entre los ocho y los 12 años la realidad se abre camino y la fantasía se vuelve más interesada.  El pequeño pillo de nueve años desea ser bueno, pero se le escapan las trolas por el deseo de gustar a los demás, ocultar alguna debilidad o evitar castigos. En general, mienten a sus crédulos coetáneos o, por el contrario, les escupen a la cara alguno de sus descubrimientos del trabajo de campo que significa crecer.