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¿Qué mi hijo acosa? ¡Imposible!

LAURA PERAITA
¡Imposible! ¿Qué mi hijo acosa a otros niños? ¡No puede ser!». La primera reacción de los padres al conocer que su hijo es un acosador es negarlo a toda costa. En algunos casos pueden tener la sospecha por su comportamiento en casa, pero no se atreven a asumirlo y siempre echan la culpa a la otra parte de provocarlo. En otras ocasiones, es una verdadera sorpresa y la no aceptación se debe a que no quieren reconocer que no saben cómo es su hijo, que no le conocen. Pero, la realidad es la que es. ¿Cómo deben actuar los padres de un acosador?

El proceso habitual es que lo padres se enteren porque los progenitores de la víctima acosada ha acudido al centro escolar a manifestar su queja. Cuando los responsables del colegio citan a los padres para ponerles al corriente, «deben acudir y escuchar lo sucedido porque en la mayoría de las escuelas, si se sigue un protocolo riguroso, la detección de este tipo de comportamientos está muy contrastada antes de comunicarlo a los padres –asegura Óscar Cortijodirector corporativo de personas de Ceu España y co autor del libro «Cómo prevenir el acoso escolar»–.
«Lo importante —prosigue— es que escuchen cuál es la situación y no nieguen los hechos por mucho que quieran a sus hijos. Bajo el asesoramiento de los docentes, orientadores o psicólogos del centro se debe acordar la magnitud de lo sucedido y las medidas a tomar, desde sanciones a cambios de grupo o de clase. Hay que buscar soluciones siempre».

Sin justificación alguna

Enrique Pérez, presidente de la Asociación Española para la Prevención del Acoso Escolar (AEPAE), aconseja a los padres que no justifiquen nunca a su hijo por sus actos y que le hagan responsables de su comportamiento. «Es una lástima –añade– que las sanciones que determinan conjuntamente padres y escuela sean habitualmente punitivas, y no educativas, aquellas que le haga darse cuenta del mal que han hecho a otro compañero».

Frente a frente con el menor

Cuando unos padres se sientan frente a frente con su hijo acosador en la intimidad de su salón, no deben dejarse llevar por un primer impulso de gritarles por lo ocurrido. «Es más efectivo mantener una escucha activa para indagar qué es lo que ha ocurrido y por qué, dejando que se exprese, aunque lo más normal es que eche la culpa a los demás de lo sucedido. Debe establecerse una comunicación y, posteriormente, transmitirle al niño que es una conducta inadmisible que no se puede volver a repetir jamás –afirma Óscar Cortijo–. Aunque el castigo está demonizado es necesario para que asuma y sea consciente de las graves consecuencias de sus actos».
El niño acosador se hace, no nace siendo violento. Sin embargo existen circunstancias que favorecen este tipo de comportamientos. Los expertos coinciden en desterrar el mito de que el acosador lo es porque pertenece a una familia con pocos recursos económicos o desestructurada donde posiblemente ha aprendido comportamientos agresivos, tanto físicos como verbales. No siempre es así. Sin consecuencias, insiste Enrique Pérez, «sus actos quedan impunes y el menor percibirá que acosar solo tiene beneficios: le hace más popular, consigue que se le respete aunque sea por la fuerza, logra cosas, objetos e, incluso, dinero por sus amenazas...». Pero explica que además de las consecuencias, la familia deben investigar las causas que le han llevado a su hijo a actuar así, si es por un motivo puntual o por las propias circunstancias del menor. «Los padres deben analizarse incluso a ellos mismos para que se den cuenta de cómo se comportan en casa y qué ejemplo dan a sus hijos. También deben hacerles ver que les preocupa mucho lo sucedido y que van a estar a su lado para prestarles ayuda, más allá de la sanción como, por ejemplo, realizando juntos actividades de ocio o apuntándole a entrenamientos deportivos, en los que se trabaje en equipo y se fomente el respeto a los demás».

Falta de valores

Por desgracia hay muchas familias de nivel medio y alto donde el estilo educativo de los padres «no es el adecuado y fomenta en el menor un comportamiento violento: o bien son padres muy sobre protectores, o bien no tienen tiempo para ocuparse de sus hijos», asegura Óscar Cortijo.
Explica que se trata de aquellas familias en las que ha habido, de forma consciente o no, una pérdida de valores. «No transmiten a sus hijos la importancia del respeto, banalizan la violencia, no imponen autoridad, no ponen límites, se olvidan de la disciplina, acceden a todos los deseos y caprichos de los hijos, evitan a toda costa que sientan frustración, que se esfuercen para conseguir objetivos, manejan a corta edad las nuevas tecnologías sin control... Es un gran error que tiene graves consecuencias, como que el niño se vuelva acosador».
Los expertos en la materia advierten que la buena noticia es que el menor, al serlo, está a tiempo de interiorizar las normas y valores básicos para rectificar su comportamiento porque aún se está formando su personalidad. Pero cuando esto no ocurre y la conducta agresora se hace repetitiva, es cuando se hace necesaria la ayuda profesional de un psicólogo.

Ayuda externa

Según Miguel del Nogal, psicólogo especialista en acoso escolar, hay muy pocos organismos que se encarguen de velar por el menor acosador, «casi ninguno», matiza. «Sin embargo, desde la implantación del Plan Nacional contra el acoso escolar, en la AEPAE también nos ocupamos de ellos cuando el trabajo de los docentes y padres no da sus frutos».
Explica que cuando se da un caso organizan dos sesiones individuales de hora y media cada una en la que tratan a chicos de 6 a 13 años fundamentalmente. «Eso no quiere decir que a partir de los 13 no se de acoso, lo que ocurre es que está más enmascarado porque lo hacen en las redes sociales y porque a esas edades es más humillante para la víctima reconocerlo».
En cada consulta se abordan las razones de su actitud violenta: si es porque obtiene beneficios secundarios, estatus, por impulsividad, envidia, porque no tiene habilidades sociales...

Manejo de la ira

Debe darse cuenta de que su actitud no es buena y de que sus herramientas son inadecuadas y que hay otras formas de resolver conflictos. También se trata con él el manejo de los pensamientos agresivos, las creencias que justifican la violencia y cómo cambiarlas, el manejo de la ira, la empatía, el entrenamiento  para dar solución a los problemas... «Lo fundamental es que el menor se de cuenta de que va a estas sesiones para cambiar su actitud agresiva y ser mejor personal, no porque le obligan sus padres», concluye Miguel del Nogal.
ABC, 30/10/2016

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