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Niños de siete años con un trastorno alimenticio, ¿qué está pasando?

JESÚS MARTÍNEZ
Estaba leyendo sobre temas de salud, no solo para informarme sino para encontrar temas para mis publicaciones y debo reconocer que me gusta revisar de vez en cuando la más que interesante prensa regional, fuente de grandes artículos y temas, y que pueden pasar desapercibidos.
Llama mi atención, por indicación de mi editora, un titular de la Opinión de Murcia, firmado por Marina Galera, en el cual se informa del aumento de los casos de bulimia y anorexia en la región, denuncia que hace la asociación ADANER.  Lo que me parece más relevante es que hable de casos entre 7 y 11 años, edades demasiado tempranas. Cuando se habla de estos temas se piensa en adolescentes y preadolescentes, pero ¿siete años? Realmente, esto me descuadra y me da pie a reflexionar sobre el asunto.
El niño puede sufrir trastornos de la alimentación a todas las edades, está claro, desde bebé “mi niño no me come” puede dar la lata porque no se adecua a lo que necesita y las expectativas que tenemos los padres sobre las cantidades que debe ingerir. No es este el caso, me refiero a niños con graves problemas de alimentación donde se deteriora su estado físico y desarrollo, rechaza el alimento, las texturas o sabores, que requieren de tratamientos complejos en psiquiatría y psicología. Más adelante pueden surgir trastornos igualmente, pero es cierto que en consulta vemos como una época tranquila tanto para niños como para padres desde los tres o cuatro años hasta los 10 u 11 que empiezan con las “tonterías” propias de la edad. Y es ya a los 13 o 14 cuando saltan todas las alarmas en los casos más habituales de trastorno de la alimentación por defecto.
Voy a dejar de lado, a propósito, el otro gran tema de la alimentación, la obesidad infantil, la gran epidemia de nuestros días, que cada vez sensibiliza más a profesionales dietistas, nutricionistas o pediatras especializados y cada vez tienen más predicamento en lo público y en las redes sociales. Quiero recordar, a este respecto, campañas como Obesidad Infantil Cero de los chicos de EsportiRevolution, y expertos como Julio BasultoCarlos Casabona o Natalia Moragues que apuestan por dar la batalla a los azúcares y alimentos ultraprocesados causantes de que cada vez tengamos más niños obesos y mal alimentados. Es solo un reconocimiento a su labor y que, aunque parece que no tiene nada que ver con el tema de la anorexia o bulimia, al fin y al cabo, la obesidad, no es más que un trastorno alimentario “aceptado” por la sociedad.
En las sociedades primitivas, los neandertales invertían gran parte de su tiempo en lo relacionado con la alimentación, era difícil pintar en la cueva con el estómago vacío y cazar un dinosaurio (ya sé que no son coetáneos) o un mamut debía ser harto complejo y llevaría días, o aún hoy por hoy el ir a por agua en algunos poblados africanos puede llevar horas. No digo ya intentar preparar algo que llevarse a la boca. Nuestras abuelas y bisabuelas echaban la mañana en el mercado o tenían que esperar al martes a que pasara el del pescado. Alimentarse era el eje central alrededor del cual se vivía y consumía gran parte del tiempo, cuando comenzó el desarrollo la comida pasó a un segundo plano, lo importante era consumir, un 600, un BMW, ropa, un pisito en la playa; consumir cultura, libros, discos, cine o invertir el tiempo en ocio, pero no había ya tiempo para comer, se comía cualquier cosa y a seguir consumiendo.
En la modernidad en la que nos envolvimos llegamos hasta el extremo de consumir comida basura, primaban otras cosas por lo que la hasta la lactancia materna pasó a un segundo plano en pos de las leches de bote que te permitían seguir consumiendo.
En la actualidad, ya tenemos de todo, consumimos cosas rápidas, series de Netflix, vídeos cortos, imágenes, pirateamos libros que luego no se leen, tenemos medicamentos para todo hasta para enfermedades que nos inventamos, incluso consumimos homeopatía que no tiene efecto y sabemos que es un fraude, pero algo habrá que tomar, hemos encontrado tiempo, tiempo que podemos dedicar a cosas nuevas o no tanto, ahora podemos perder el tiempo con la boca abierta mirando la tele o viajando a países cada vez más lejanos para poder presumir luego con los amigos, podemos perder el tiempo leyendo libros de autoayuda o viendo a gurús que nos enseñan sus pretendidos éxitos, podemos perder el tiempo cultivando el cuerpo, midiendo los pasos que damos con el gadget de pulsera que parece un reloj.
Medimos calorías, comemos vitaminas, nos alimentamos de omega 3, ya no hay alimentos, ahora hay productos alimenticios con supuestos beneficios, no me como un puñado de nueces porque me gustan, me las como porque tienen grasas saludables o porque van bien para mi colesterol. Estoy sano, pero por si acaso pierdo el tiempo comprando cosas inútiles leche sin lactosa, dieta sin gluten, productos detox.

¿Qué mensaje les estamos dando a nuestros hijos?

¿Cuáles son los estándares de belleza y culto al cuerpo que transmitimos? ¿Qué aprende una chica o un chico, que en ambos se da el problema, sobre su cuerpo?
A los 9 años el menor empieza a ser consciente de su cuerpo, que hasta entonces no le había importado lo más mínimo. Se ve. Se ve gordo, se ve flaca, se ve guapo, se ve fea, se vuelve un hipocondriaco... Consultan porque han notado el corazón latiendo, o porque notan algo en el estómago cuando tienen hambre. Quieren conocer cómo funciona y lo que les enseñamos es a contar calorías, a ser esqueléticos como las modelos, a decidir si comer productos con nombre de fantasía y ultramodernos y de nombres impronunciables como la quínoa, chía, espelta, tofu, independientemente que esquilmen a las tribus productoras, eso sí, nos preocupamos de no darle aceite de palma no sabemos muy bien por qué. Sus ídolos adolescentes hacen idioteces y las publican en YouTube o Instagram, dietas absurdas y consejos alimentarios de riesgo.
9 años, a los 9 años se inicia esa capacidad para reconocerse, por eso me llamó la atención el artículo que citaba al principio, anorexias y bulimias a los 7 años y en aumento ¡Qué barbaridad! Algo estamos haciéndolo muy mal. Soy capaz de apostar que los neandertales no sufrían de anorexia o bulimia, nuestro tiempo consumista y medicalizado hasta el extremo de alimentarnos como si una lista de medicamentos fuera, nos está llevando a crear monstruos, nuestros propios monstruos.
EL PAÍS, 14/06/2018

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