ANDREA VEGA SEOANEZ
Psicoterapeuta
Es habitual encontrarnos con personas que parecen permanecer impasibles e inmóviles ante injusticias o ante acontecimientos vivenciados de forma repetitiva y muy desagradable en los que una simple actuación, incluso comentario, probabilizaría la aparición de notorios cambios, a priori, a mejor. Dichas consecuencias se darían tanto a nivel relacional, bien sea con el hecho o la persona implicada, como a nivel personal en cuanto a las emociones y modos de proceder que el acontecimiento conlleva.
Este fenómeno tan molesto como habitual es lo que en psicología se denomina indefensión aprendida, es decir, la creencia de que haga lo que haga no tendré control alguno sobre las consecuencias, por lo tanto, mi actuación no tiene importancia y me muestro indefenso y en un rol de completa pasividad ante los acontecimientos que me rodean.
¿Cómo se genera esta sensación de indefensión?
Educar consiste, entre otras cosas, en reforzar mediante consecuencias apetecibles para el emisor aquellos comportamientos deseados y esperados (vestirse solito, recoger los juguetes o pedir las cosas por favor), y castigar o ignorar aquellos no deseados (pegar a los compañeros o las rabietas en el supermercado). Así, el niño aprende a asociar que unas acciones van seguidas de consecuencias positivas, de modo que aumenta la probabilidad de aparición de tal respuesta en situaciones similares posteriores; mientras que otras no producen resultado alguno o, si lo tienen, son consecuencias negativas, con lo que dicha respuesta tendrá menor probabilidad de reproducirse en futuras ocasiones.
Sin embargo, es frecuente que debido a factores externos al niño, se rompa la relación entre un determinado comportamiento y sus consecuencias habituales, lo que genera en este gran incertidumbre y la incapacidad de predecir y controlarqué pasará.
En el primer caso, este factor externo depende del estado de ánimo de los padres, de modo que no existe una coherencia a la hora de castigar una conducta inaceptada; mientras que en el segundo, el niño aprende que, a pesar de todos sus esfuerzos, siempre habrá un motivo que haga bajar su puntuación.
De forma generalizada, bien sea por inestabilidad e incoherencia en la administración de consecuencias, bien sea por la administración reiterada de castigos (centrándonos únicamente en el resultado y no en el proceso), ambos casos fomentan sentimientos de incertidumbre, de la incapacidad de poseer cierto control sobre aquello que nos rodea y, por lo tanto, el pensamiento de que hagan lo que hagan, no obtendrán la consecuencia esperada o merecida, para bien o para mal. Es decir, fomenta en los niños una actitud de observador pasivo frente a aquello que les atañe y hiere, aceptando determinadas formas de relación y determinadas emociones dañinas sin los recursos necesarios para gestionarlos.
¿Qué consecuencias tiene tal fenómeno en los niños?
El hecho de que ejemplos similares a los citados ocurran con cierta frecuencia, no solo da lugar a un aprendizaje a nivel conductual en el que el niño recibe, acepta y asume todo aquello que se le imponga en los diferentes contextos (familiar, académico y social), sino que produce una serie de déficits emocionales y cognitivos característicos de patologías severas que, en numerosas ocasiones, permanecen latentes y en continua gestación hasta la adolescencia y la etapa adulta donde cualquier estímulo actúa como desencadenante final. Entre estos síntomas iniciales cabe destacar desesperanza, baja autoestima, desmotivación y dificultades para la adquisición de nuevos aprendizajes.
Para ser más explícitos, tendría que ver con aquellos niños que en presencia de uno de los progenitores acatan las normas mientras que parecen obviarlas en presencia del otro; la aparente desgana a la hora de realizar cualquier tipo de actividad incluso proponiendo que sea este quien elija qué hacer o a qué extraescolar apuntarse; la total indiferencia ante todo tipo de castigos, continuando una y otra vez con la conducta inadecuada; o la pasividad con la que se enfrenta a los objetivos y demandas académicas, así como a los resultados a corto plazo en forma de notas finales, faltas o comentarios del profesor.
¿Cómo combatir los sentimientos de indefensión?
Al contrario de lo que parece imponerse cada vez con más firmeza, no se trata de satisfacer todas y cada una de las necesidades y deseos de los niños, ni de evitar el castigo en todas sus formas o permitir que sea el menor el que se dé cuenta por sus propios medios y con el transcurso de los años de aquello que se debe o no se debe hacer.
Los niños aprenden de diferentes modos:
- De forma instintiva mediante el vínculo y la relación de apego establecida con sus padres
- De forma relacional mediante la observación de la conducta de terceros
- De forma experiencial a partir de las consecuencias de sus actos
- De forma verbal a través del lenguaje y explicaciones tácitas
Cada uno de estos aprendizajes tendrá mayor o menor peso en función del momento evolutivo en el que se encuentre, no obstante existe un criterio universal en este proceso, y es que habrá de pasar de un control externo, una co-regulación de la conducta, a un aprendizaje cada vez más autónomo y personal basado en la propia experiencia.
Por ello, habría que conjugar todos los tipos de aprendizaje mencionados de una forma práctica en la cual:
1. Padres
Los padres sirvan de modelo conductual y emocional en la gestión de actividades y conflictos, de modo que ante acontecimientos inesperados o respuestas de rechazo a partir de las propias demandas, se muestren firmes en cuanto a su objetivo, a la par que aceptando una derrota sin que interfiera en la consecución del mismo a partir de diferentes alternativas
2. Límites
Establecer límites razonables desde las primeras conductas de individuación del niño, fomentando así un aprendizaje en cuanto a la necesidad de contención a la par que habituando al menor a la existencia de contratiempos en ningún modo inhabilitantes.
3. Negociación
En relación al punto anterior, alentar y reforzar cualquier puesta en práctica de negociación por parte del niño. Lo que no quiere decir satisfacer sus deseos en todo momento y de forma inmediata. Sino de hacerle comprender en caso de no considerarlo oportuno, el mantenimiento del no inicial, pero acogiendo y valorando positivamente su actitud activa ante el posible cambio.
4. Conflictos
Acompañar y orientar al niño en la gestión de sus primeros conflictos, si su figura de protección y seguridad se muestra tranquilo ante determinados acontecimientos, yo actuaré en consonancia.
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