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Víctor Carrión: “Sobreproteger a los niños les puede crear mucho estrés”

CRISTINA GALINDO
CÓMO ENSEÑAR a los niños a ser más resilientes? ¿Cómo educarles para que sepan enfrentarse a las dificultades cotidianas? Padres y profesores se hacen esta pregunta a menudo y Víctor Carrión tiene algunas respuestas. El psiquiatra infantil, nacido en Puerto Rico hace 45 años, investiga en la Universidad de Stanford (Estados Unidos) cómo el estrés moldea el cerebro de los niños y hasta qué punto afecta al comportamiento y al rendimiento académico. Está convencido de que hay que guiar a los menores para que aprendan a gestionar la ansiedad desde pequeños, y por ello él y su equipo han impulsado en varias escuelas públicas de San Francisco un programa para enseñar unos cuantos trucos a 3.500 alumnos, que reciben a diario clases de yoga y relajación, con unos resultados, dice, bastante prometedores.
Son muchas las situaciones que generan estrés en los niños: el miedo a no cumplir con las expectativas sociales y académicas, a no hacer amigos, problemas familiares, con los profesores… Las investigaciones de Carrión han concluido que, en un nivel óptimo, este estrés puede ser positivo o fácil de controlar. Pero en otros casos no basta con la meditación. Cuando los episodios son muy frecuentes o intensos (malos tratos físicos o psicológicos, acoso escolar, abandono, conflictos bélicos y catástrofes naturales) suele ser necesario recibir tratamiento. Se estima que cerca de un tercio de los niños sufren alguna experiencia traumática, más o menos grave, antes de llegar a los 18 años. De ellos, al menos un 6% llegará a sufrir estrés postraumático, cuyas secuelas pueden dejarse ver también en la edad adulta.
Sentado en el salón de un luminoso apartamento con vistas a la Plaza Mayor de Madrid, cedido por un conocido para la entrevista, Carrión conversa sobre la especial vulnerabilidad de los niños y cómo enseñarles a ser más fuertes y autónomos. Está de visita unos días en España para realizar un taller con profesionales de la salud de la Comunidad de Madrid organizado por la psicóloga clínica y terapeuta de familia Susana de ­Cruylles. El hablar de Carrión, suave y pausado, y su expresión relajada hacen que resulte muy fácil imaginarle dirigiendo con éxito una terapia antiestrés.
Afirma que se puede enseñar a los niños a ser más resilientes. 
Por supuesto. En primer lugar, es importante tener el apoyo de un adulto en el que confiar, sea un familiar, un maestro, un entrenador… Alguien interesado en su vida y a quien el niño pueda hablar de las cosas que le hayan molestado. Así les vamos guiando. Por ejemplo, explicarles que sus temores, como sacar malas notas, los tenemos todos. También es bueno que practiquen deportes o realicen actividades artísticas que les ayuden a gestionar el estrés cotidiano. 
¿Qué importancia tiene la escuela? 
Mucha. Allí pasan buena parte del día. Allí se relacionan y conviven con muchas otras personas. Por eso pusimos en marcha el proyecto de San Francisco. Hemos añadido en el ­currículo escolar una nueva actividad que incluye yoga y mindfulness. Llevamos tres años. Hemos comparado estos colegios con otros que no tienen estas actividades y, aunque los resultados que tenemos son muy preliminares, hemos visto que hay un menor ­absentismo y los niños duermen mejor. Falta por ver si influye en el rendimiento académico. También ­enseñamos a los maestros a conocer qué estresa a los niños para entenderlos y saber cuándo necesitan ayuda. 
El mindfulness parece ahora la panacea. 
Consiste en hacer unos ejercicios de meditación y respiración que te ayudan a centrarte más en ti y en el momento que estás viviendo, sin juzgar, vivir el momento. Está resultando una herramienta genial de gestión del estrés y la concentración. Al principio, los niños de nuestra investigación se movían sin parar por el aula. Era difícil decirles siéntate y céntrate en esto. Así que les animamos a moverse con el yoga. Combinamos las dos cosas. Vimos enseguida que les beneficiaba, les hacía sentir bien y lo decían. Hay juegos para respirar profundamente. Parece una tontería, pero si uno respira mejor, con una buena postura, lleva más oxígeno a los músculos y los relaja. Son técnicas de prevención. Pero cuando ya hay niños con síntomas de estrés importante hay que ir a terapia. 
¿Y qué papel desempeñan los padres? 
Ahora se habla mucho del apego. Hay que proteger al niño, intentar que no le pase nada malo, estimularle para que se desarrolle y ayudarle a afrontar las dificultades, porque esas dificultades le hacen crecer como persona. El adulto debe acompañarle y ayudarle a entender lo que sucede, pero tiene que darle autonomía. Es importante enseñarle que a veces se sentirá frustrado y dejar que, en la medida de lo posible, solucione él mismo sus problemas. Eso le puede ayudar a gestionar el estrés en el futuro. Pero si se lo haces todo, no le ayudas a aprender cómo enfrentarse al mundo. El niño sobreprotegido es más vulnerable al estrés. Hay apegos que son excesivos. No es fácil, pero se trata de encontrar el equilibrio.
¿Sobreproteger a los niños les causa ansiedad?
 Les puede crear mucho estrés. Insisto en que los niños se tienen que sentir cuidados. Pero también que las personas que se encargan de su cuidado tienen autoridad, que saben qué hay que hacer. Si tengo unos padres que siempre me están diciendo qué quieres hacer, qué te quieres poner, qué quieres comer, adónde quieres ir…, empiezo a pensar que no tienen ni idea de nada, que soy yo, el niño, quien debe tomar las decisiones. Y eso causa mucha ansiedad. Los niños piensan así. Hay que encontrar el equilibrio entre dejarles que a veces decidan por sí mismos algunas cosas y que lo decidan todo. Conviene apoyarlos para que tengan experiencias de engrandecimiento y crecimiento emocional y social. Que sean autónomos.
¿Qué etapa de la vida de un niño es más importante? 
¡Todas! Cada minuto es crítico. Pero la etapa de 0 a 5 años es esencial porque se desarrolla mucho el cerebro. También es importante la edad escolar, entre los 7 y 8 años, y la adolescencia temprana. Hemos visto que la parte frontal del cerebro es clave y sabemos que esa parte se desarrolla hasta la veintena y más. Así que hay mucho margen para que se produzcan cambios positivos.
Estar enganchados al móvil, a la tableta, al ordenador…, ¿es una nueva fuente de generación de estrés? 
Por supuesto que afecta. No solo al cerebro, que se ve estimulado de forma constante, sino que también genera un problema de conexión. Los chavales suelen decirnos que se sienten desconectados de su entorno. No perciben que participen en los asuntos de la familia, en la clase, con los amigos. Hay escuelas en las que todos los niños tienen tableta y a veces la relación es con ese aparato y no con el resto de la clase, con el compañero de al lado. Es importante disfrutar de la tecnología y de lo nuevo, de los avances, pero todo debe tener sus límites. De la misma forma que hay que poner límites en cuanto a la comida, el dormir…, hay que poner límites al uso de la tecnología. De nuevo, buscar ese equilibrio. Me gustan esas familias que, antes de sentarse a la mesa a cenar, pasan una cesta para que todos dejen allí su móvil.
El acoso ahora llega además por el móvil.
El acoso ha sido siempre un ­problema. Afecta a la víctima, al per­petrador, que normalmente ha sido víctima a su vez de bullying de alguna forma, el ­sistema, los padres… Pero la dificultad específica del ciberbullying es que suele suceder en silencio. Cuando yo era niño, se veía al acosador, quién era. Ahora no siempre se sabe. Solo lo sabe el niño. El ciberacoso puede llegar a ser muy cruel. 
¿Cómo perjudica el estrés a los niños? 
El estrés es necesario, es clave para desarrollarnos. En un nivel óptimo, mejora nuestro rendimiento. Estar preocupados por el examen de mañana nos hace esforzarnos más. Es una señal de que nos importa. Pero si el estrés sobrepasa unos límites, el rendimiento empieza a bajar y puede afectar al desarrollo académico, emocional, cognitivo y social. El estrés depende de una acumulación de experiencias. Cuando un niño vive un acto terrorista, un episodio violento o un desastre natural, como un huracán, puede llegar a desarrollar un trastorno de estrés. Pero lo que ves más a menudo es una vida con acumulación de distintas vivencias traumáticas que van sumándose, como violencia en el hogar, pobreza, problemas en el colegio. Ahí aparece el estrés traumático, que es crónico. Y que debe ser tratado.
¿Esos niños se convierten en adultos enfermos?
Exactamente. Si no se trata, se pueden desarrollar trastornos de estrés traumático crónico, adicciones a las drogas y al alcohol, depresión y ansiedad, problemas en las relaciones sociales. Es muy habitual que se autolesionen. Hay que reconocerlo y tratarlo temprano, porque el cerebro de un niño no está completamente desarrollado y es más vulnerable al estrés que un adulto. Por eso es importante el diagnóstico. A veces está muy claro, pero no siempre se tiene el trastorno al completo, no se tienen todos los síntomas, y es más difícil verlo. Por eso son necesarios profesionales de la salud formados, y que los padres y los profesores tengan información. Existe también el problema de que mucha gente, suele ser la familia, no quiere ver el problema. Es una lástima porque en verdad se responde muy bien a la terapia.
Se suele decir que los niños lo superan todo, que se adaptan bien, que todo lo olvidan. 
Muchas personas están convencidas de que un niño puede superar cualquier problema porque es joven. Es completamente lo opuesto. No hay nada en la literatura científica que concluya que por ser niño exista una protección especial. Los niños se enteran más de lo que creemos y les afecta más de lo que parece. 
¿Un solo evento puede cambiar la vida? 
Si uno va a Haití después del terremoto, lo que se ve es que los niños con más estrés traumático ya habían vivido anteriormente experiencias estresantes. La mayoría de las veces no basta con un solo evento. Puede pasar si la persona es especialmente vulnerable desde el nacimiento, aunque todavía sabemos poco de la influencia que tiene la genética en la fortaleza personal. Por otra parte, en términos de estrés cotidiano vemos que las expectativas académicas y sociales excesivas o poco realistas que algunos padres tienen en relación con sus hijos pueden provocar mucho estrés. Sobre todo puede haber dificultades cuando ese joven no se siente conectado a unos amigos, familiares o algún apoyo de referencia.
¿Hay más traumas ahora que antes? 
Siempre han existido. Incluso hay traumas históricos que han pasado de generación en generación. Como la esclavitud o el Holocausto. Continúan afectando a generaciones posteriores. 
Algunos dicen que a veces se piensa demasiado en el pasado
Hay que reconocer lo que pasó y que se hable de ello, porque si no se repara el problema, no desaparece. La reparación es importante. Si algo no ha sido procesado cognitivamente, el problema sale somáticamente, en enfermedades mentales y generales. El sueño, por ejemplo, es importante. Si no hay suficientes etapas profundas durante el sueño, se tienen problemas procesando los eventos del día. Cuando no se procesan las cosas, no se crea una narrativa de lo que ha pasado y cómo nos ha afectado. Lo que queda en la memoria son unas señales o imágenes que no se procesan. Entonces, cuando uno les hace frente en su vida cotidiana reacciona de una forma y no sabe por qué. Puede ser una reacción pequeña o a veces grande. 
¿Cómo son esas reacciones?
Un chaval que de repente sale corriendo de la clase, sin un motivo aparente. Se le etiquetará casi seguramente como problemático, y cuando uno es niño, el desarrollo de la identidad es muy importante y se absorben esos nombres fácilmente y se incorporan a su personalidad. Pero quizá hay algo detrás de su comportamiento. Puede que esté respondiendo a algo que pasa en la clase. Quizá el volumen de las voces haya subido y le recuerde que, cuando eso pasa en casa, está a punto de haber violencia de algún tipo. Echar a correr es lo mejor que puede hacer. El cuerpo aprende de manera automática que, cuando oye ruidos fuertes, hay que huir. Ese niño responde así y no sabe ni por qué. Durante la infancia, las vivencias y los sentimientos no siempre se relacionan. Hay que ayudarles a hacer esa conexión, porque ellos no las ven. Cuando esto sucede, se les debe ayudar a entender qué pasa y se les debe ofrecer alternativas a huir de la clase, otras vías de escape
¿Reaccionará igual el hermano de ese niño que haya vivido en casa lo mismo que él? 
Hay cierta predisposición. La resiliencia es una fórmula matemática en la que hay muchas variables. Hay factores genéticos que nos hacen más vulnerables al estrés y eso cambia de persona a persona. Como decía antes, todavía no sabemos mucho de esa vulnerabilidad genética. Es algo que estamos investigando. Pero sabemos que el estrés influye en el desarrollo del cerebro y afecta a áreas que son importantes en términos de regulación de las emociones y de la función ejecutiva (realización, concentración, atención). 
Usted es más partidario de la terapia que de la medicación para tratar a los niños con problemas. ¿Se les da demasiados fármacos? 
Sí. En Estados Unidos hay estudios que demuestran que están sobremedicados. Los hay que necesitan fármacos, pero también terapia. Cuando estudiaba psiquiatría infantil en los noventa, algunos niños llegaban a la consulta con notitas del profesor en las que me decían que el niño sufría déficit de atención e hiperactividad (TDAH), que le diera Ritalin [un popular fármaco destinado a calmar los síntomas de ese trastorno]. Pero después veía que muchos de ellos sufrían en realidad las consecuencias del estrés. Sus miedos y la tendencia a huir de las situaciones y meterse en peleas se confundían con la falta de atención, hiperactividad y agresión asociados al TDAH. El problema es que si a un niño con un trastorno de estrés le das Ritalin, no solo no mejora, sino que puede empeorar. 
¿El sistema de salud está preparado para atender esos problemas infantiles? 
Hay carencias en todo el mundo. En temas de salud mental hay siempre tres problemas que dificultan el tratamiento: el acceso a los servicios sanitarios, los recursos limitados que restringen mucho el número de terapeutas a disposición de los pacientes y la falta de interés de los responsables públicos en la prevención. Hay que trabajar para que los niños que lo necesiten puedan ser tratados.
EL PAÍS, Lunes 4 de diciembre de 2017

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