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Nueve rasgos que definen la personalidad de un niño



El modo de ser de un niño está condicionado por el ambiente que le rodea, las experiencias que tiene y la forma en que se le trata. Sin embargo, hay una parte de la personalidad que traemos con nosotros al nacer, que permanece a lo largo de la vida y que se manifiesta con independencia del trato y educación.
Es lo que se llama temperamento. De esto podemos sacar dos consecuencias:

  • Los padres de un niño difícil no deben culparse pensando que se debe a que ellos lo están haciendo mal.
  • Lo que vale para un niño puede no valer para otro. Así que habrá que tratarles de forma distinta.

Nueve rasgos que definen el temperamento de los niños

1. Nivel de actividad

Si el niño es muy activo, habrá que darle muchas oportunidades para moverse. Necesita espacio, tanto dentro de casa como fuera de ella. Con este tipo de niños hay que procurar reducir, en la medida de lo posible, las salidas largas que les obliguen a estar mucho tiempo quietos. Y si no consigue parar ni un minuto, es mejor sacarle de la situación que intentar que se tranquilice. No es que se porte mal, es que es así. Cuando madure se adaptará mejor, pero por ahora no puede controlarse. Si nosotros somos tranquilos, quizás soportemos peor a un niño muy activo. Pero pensemos que tendrá sus ventajas cuando crezca.
Si, por el contrario, el niño es tranquilo y nosotros somos muy activos, puede extrañarnos o frustrarnos su pachorra, pero es mejor aceptarle como es y disfrutar de las ventajas de su modo de ser. Digamos para terminar que un verdadero exceso tanto de actividad como de pasividad puede indicar problemas.

2. Regularidad

Se refiere a la regularidad de funciones biológicas como el hambre, el sueño o las deposiciones, entre otras.

  • Los niños muy regulares facilitan a los padres la organización del día, aunque también, como contrapartida, es difícil cambiar sus rutinas ante viajes u otros imprevistos.
  • Los irregulares comen o duermen mal hasta que los padres se dan cuenta de que les falta un ritmo estable. Conviene imponerles suavemente un horario. Acostarse y comer a horas fijas les hará sentir que la vida es predecible, aunque sus ritmos internos no lo sean. Estos niños pueden tardar más en aprender a controlar el pis y la caca, por lo que hay que ser especialmente tolerantes con ellos.

3. Adaptabilidad

Los niños que se adaptan fácilmente a los cambios son una bendición, pero los padres deben recordar que, como todos los de esta edad, también ellos necesitan estabilidad y rutinas.
Para los que soportan mal los cambios, lo mejor es mantener lo más posible las rutinas diarias. Pero como un cierto nivel de cambios y novedades es inevitable y hasta conveniente, el truco está en graduar esos cambios. Las comidas nuevas, por ejemplo, se harán poco a poco y de una en una. Si les damos oportunidades fáciles y frecuentes de probar cosas nuevas, les ayudamos a tolerar mejor los cambios.

4. Reacción a la novedad

La facilidad de algunos niños para aceptar personas y situaciones nuevas allana muchas dificultades, aunque el problema puede ser su excesiva sociabilidad con extraños o la tendencia a alejarse solos. Los que se retraen no han de ser presionados por ello, sino todo lo contrario: conviene prepararlos y darles su tiempo. Es fundamental informarles de antemano de los cambios y circunstancias nuevas. Tenemos que comprenderles en este rasgo de su carácter y no hacerles sentir que los valoramos menos por eso.

5. Intensidad de reacción
Es la intensidad con la que el niño expresa sus emociones. Se manifiesta, por ejemplo, en la fuerza de su risa y de su llanto.

  • Con los niños más intensos, hay que distinguir, por ejemplo, cuándo se les ha de consolar porque su desesperación está justificada, o cuándo hay que ignorarles porque sus estallidos de rabia son más teatrales.
  • Con los niños más suaves, el peligro puede estar en que sus necesidades resulten ignoradas. Si no arman jaleo y no protestan, puede que no reciban la atención que merecen. Hay que diferenciar los matices más sutiles con los que expresan sus sentimientos y animarles a ser más firmes y hacerse valer.

6. Atención y persistencia

A esta edad, la atención es inestable, pero mientras algunos niños pasan de una actividad a otra en menos de un minuto, otros pueden dedicarse a un objeto o actividad durante cinco, diez, quince minutos e incluso más.

  • Los más inestables necesitan que les acompañemos en sus juegos, les hablemos sobre ellos y les animemos a persistir. No es bueno ofrecerles demasiados juguetes a la vez.
  • Los más persistentes tienen más autonomía para pasar ratos entreteniéndose solos. Como contrapartida, será más difícil distraerles cuando se empeñen en hacer o tocar algo que no deben.

7. Distracción

  • La gran actividad y capacidad de distraerse de muchos niños de un año lleva a muchos padres a pensar que su hijo es hiperactivo, circunstancia difícil de diagnosticar a una edad tan temprana. En cualquier caso, siempre conviene mantener a su alrededor un ambiente tranquilo, bajo en estímulos. Tienen la ventaja de que es fácil hacerles pasar de una actividad a otra sin que se opongan (del baño a la cena, por ejemplo).
  • Los más difíciles de distraer pueden ser más testarudos y oposicionistas, por lo que conviene avisarles con antelación de los cambios. Por contra, son más autónomos.

8. Sensibilidad sensorial

Los niños muy sensibles reaccionan con fuerza a las variaciones (incluso las más leves) de sabores, texturas, luces, olores y temperaturas, con lo que son más propensos a las manías. Como contrapartida, más tarde serán personas muy detallistas y sensibles. Por ahora no les torturemos imponiéndoles muchos más cambios de los que pueden soportar.
Los que tienen un nivel bajo de este tipo de sensibilidad dan muchos menos problemas, aunque como toda cara tiene su cruz, también se darán menos cuenta de si necesitan un cambio de pañales o de si una ropa áspera les irrita la piel.

9. Tipo de humor

En unos predomina la alegría, en otros la seriedad y en otros el enfado. Es muy fácil descubrir de qué tipo es nuestro hijo:

  • Los alegres son una delicia, pero conviene estar alerta para ver cuándo tras sus sonrisas hay alguna frustración o malestar, ya que no lo expresan tan fácilmente como los malhumorados.
  • Con aquellos en los que predomina el mal humor hay que echarle filosofía para admitir este detalle como una característica suya y no culparles ni culparnos (salvo que ese mal humor responda a alguna causa ambiental que esté afectando a su vida).
  • A los serios hay que hacerles sentir que los queremos y valoramos como son, que nos parecen encantadores sin que necesiten hacer monerías todo el rato.

Por: Luciano Montero, psicólogo.
SER PADRES
Fotografía: Septiembre 2012 

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