Ir al contenido principal

Las 'chuches' son cosa seria

MARÍA VALERIO
Viajando por el mundo en busca de nuevos sabores para su cocina, el equipo de Andoni Aduriz en el restaurante Mugaritz se dio cuenta de que había algo común en todos los rincones y culturas del planeta: las chucherías. De aquella observación, y en colaboración con el sociólogo Iñaki Martínez, nació Candy Project, una iniciativa que pretende dar a las gominolas la importancia que se merecen como herramienta de socialización, de adquisición del gusto desde la infancia o como vehículo de innovación y creatividad.
Más allá de constatar que son causantes de caries y obesidad infantil, el Candy project (candy significa golosinas en inglés) pretende abordar con seriedad científica el papel cultural de estos pequeños dulces, casi tan antiguos como el ser humano.
"Una chuchería es cualquier alimento muy denso, rico en grasas, azúcares o proteínas. No tienen porqué ser dulces", explica a EL MUNDO Ramón Perisé, del equipo de I+D del restaurante Mugaritz (dos estrellas Michelín). "Inicialmente eran alimentos fáciles de transportar para los desplazamientos largos, pero esta idea ha ido cambiando a lo largo de los años hasta llegar a la actualidad. Siempre han existido, aunque no se llamasen así".
Porque una chuchería no tiene porqué ser dulce, ni tampoco industrial o de colores, como demuestra un vistazo a la geografía mundial de los dulces. "De hecho, hemos visto que se relacionan mucho con la cultura gastronómica de cada país. Por ejemplo, en México, las chucherías son picantes y ácidas, mientras que en Japón son supersofisticadas, muy acordes con la comida", explica el chef vasco.
En Japón son tradicionales unos pequeños pescaditos secos, con cierto sabor dulce, igual que en otros rincones de Asia se consumen insectos o en Latinoamérca chuches de dulce de leche y aquí en España, se comen peladillas (o cada vez menos, regaliz de palo). "En la época actual conviven chucherías muy tradicionales, más locales, con otras más de tipo industrial, más universalizadas", explica Perisé; "aunque en todos los sitios están asociadas de alguna manera a festividades y rituales".
Iñaki Martínez de Albéniz, sociólogo de la Universidad del País Vasco, reconoce que si se observan estos dulces (sobre todo los más industriales) desde el punto de vista nutricional y su contenido en azúcar, el siguiente paso es "demonizarlas" y mantenerlas alejadas de los niños. Por eso admite que el proyecto no entra tanto en esta cuestión, sino en su dimensión sociológica. "Quizás se debería eliminar el estigma que las rodea e imaginarlas mejor como un vehículo de socializaciación. Porque detrás de su aparente banalidad hay una forma de estructurar el mundo".
Perisé y Martínez coinciden en que tradicionalmente se ha considerado que los caramelos son una cosa banal, pero su proyecto trata de sacarles todo su jugo social, por ejemplo, como vehículos del primer contacto que tienen los niños con el dinero. "Las gominolas son una buena herramienta para educarles en el gusto, en los sabores, pero también son una forma de que aprendan a gestionar su dinero, de que vayan solos por primera vez a comprar", explica el chef de Mugaritz. Quizás por eso no es casualidad que uno de los dulces universales que han encontrado casi en cualquier lugar del mundo son las monedas de chocolate: "Hay euros de chocolate, libras de chocolate, yenes, dólares o las llamadas Hanuka gelt que se reparten a los niños en Israel y también tienen forma de monedas...".
Para Aduriz, el Candy Project es "una oportunidad para realmente entrar de lleno en un proyecto de innovación social y certificar que en el ámbito de la alimentación se proyectan todas las tensiones, oportunidades y dudas del tiempo que nos ha tocado vivir: entre lo local y lo global, entre la industria y lo artesano, entre la tradición y la vanguardia, entre lo sano y lo insano, entre la responsabilidad individual y el magnetismo de la publicidad".
Pueden parecer algo pequeño y sin importancia, pero estos dulces "son un prisma desde el que observar la relación del niño con el mundo", teoriza también Perisé. Quizás el problema, añade, es que tradicionalmente se han empleado como soborno o como premio, para lograr que los más pequeños "se acaben el plato de verduras". Pero como suele decir Aduriz, "si al niño le convences de que el premio pueden ser unas nueces o unas pasas, algo salado, también lo reconocerá como una recompensa".
Por eso Perisé destaca la importancia del contexto en el que se consumen estos dulces; no es lo mismo, apunta, comerlos compulsivamente para aplacar alguna ansiedad ("igual que el alcohol o el tabaco") que hacerlo como elemento de socialización. De hecho, explica, en algunos países nórdicos es tradición llevar una bolsa de chucherías si te invitan a una cena en casa de amigos, "igual que aquí llevamos el vino o en Italia una botella de vino".
"Para nosotros lo ideal sería que la chuche fuese generadora de vida social. Lejos del consumo individual, aislado y compulsivo, las gominolas son un vehículo para generar sociabilidad, algo que se puede compartir alrededor de una buena conversación".
Pero las gominolas no son sólo cosa de niños, como demuestra la proliferación de tiendas para adultos, donde se pueden encontrar los dulces más sofisticados, con todo tipo de formas y colores. "Lo interesante de la industria de las chucherías -que no tiene ninguna vinculación ni financia este dulce proyecto, aclara- es que son grandes productores de innovación. En las gominolas, la forma, el color, el sabor y la textura no tienen porqué coincidir, y eso te permite diseñar una araña azul que al morderla sepa a plátano". O a caldo de rabo toro. Porque en el restaurante guipuzcoano de Aduriz ya sirven entre sus platos, por ejemplo, una gominola con forma de vaca a base de caldo de rabo de toro que, al enfriarse, se solidifica y adquiere un aspecto gelatinoso, como el que tendría una chuchería.
De hecho, Martínez considera que estos dulces son de alguna manera "el photoshop de la comida. Y como está ocurriendo en la alta cocina, cada vez existe más distancia entre el sabor y la forma, como pasa con los alimentos, cada vez son menos reconocibles a primera vista". De hecho, explica, las golosinas solían tener tradicionalmente formas más orgánicas, aunque existe una tendencia hacia la sofisticación, hacia formas más geométricas".
Entre tanta innovación, hay algunas chucherías universales, como los ositos de goma, las nubes o el regaliz ("aunque en algunos sitios es salado"). También las pastillas negras de regaliz tienen un sabor salado en países como Holanda o Suecia, igual que los caramelos tradicionales no son dulces en todas partes ("los hay salados, picante, a base de insectos..."). Mirando a España, añade Perisé, las tradicionales 'moras' recubiertas de bolitas negras o rojas "son más locales, igual que los caramelos masticables sugus [llegados a nuestro país en 1961]".
En el Candy project participa también la Universidad de Ciencias Gastronómicas de Pollenzo (Italia) y el movimiento Slow Food international, que trata también de preservar las peculiaridades locales para que la globalización -también en este terreno- no borre la diversidad. El proyecto cuenta con una primera parte teórica para generar conocimiento sobre el atlas mundial de los caramelos (en el que cualquiera puede participar mandando sus fotos) y una segunda más práctica sobre su posible uso en la gastronomía. Todo este work in progress, como lo define el sociólogo de la UPV, se traducirá probablemente en alguna publicación en los próximos meses.

Gominolas del mundo

  • India: El jalebi es un caramelo rojo a base de lentejas blancas fritas (Urad dal) y sirope de azúcar.
  • China: Los caramelos de barba de dragón se parecen bastante al algodón de azúcar hilado
  • Colombia: El bocadillo es un caramelo masticable tipo toffee a base de una fruta tropical, la guayaba.
  • México: El día de los difuntos suelen consumirse calaveras, dulces de colores llamativos en forma de cráneos.
  • Rusia: El chak-chak es un caramelo con aspecto de patatas fritas a base de pan y azúcar recubierto de miel que suele tomarse con el café.
  • Noruega: La troika es una deliciosa mezcla de mazapán, gelatina y crema de chocolate negra.
  • Filipinas: La llamada nata de coco son unos caramelos gelatinosos y traslúcidos a base de agua de coco.
EL MUNDO, Miércoles 18 de noviembre de 2015

Comentarios

Entradas populares de este blog

«Los buenos modales no están de moda, pero es imprescindible recuperarlos»

FERNANDO CONDE Hoy en día es frecuente enterarte por los medios de noticias relacionadas con la falta de respeto, el maltrato, el acoso, etc. Podemos observar muchas veces la ausencia de un trato adecuado a los ancianos, la agresividad incontrolable de algunos hinchas de fútbol; la poca estima a la diversidad de opiniones; la destrucción del medio ambiente; el destrozo del mobiliario urbano y un largo etcétera que conviene no seguir enumerando para no caer en el pesimismo que no conduce a nada y el problema seguirá ahí. Un problema que podríamos resumir en que se ha ido perdiendo el valor de la dignidad humana en general. Los modos para alcanzar la felicidad, siempre deseada, se apartan de las reglas y normas de conducta más elementales de convivencia colectiva que han acumulado las culturas y los pueblos a través de los siglos. La idea de que «la dignidad empieza por las formas» que resume este artículo es una afirmación bastante cierta, porque la forma, no pocas veces arrastr

¿Qué hay detrás de las mentiras de un niño?

ISABEL SERRANO ROSA Los niños no son mentirosos, pero mienten . Lo hacen cuando tienen algo que decir o que aprender. Hasta los cuatro años, con sus historietas sorprendentes, quieren narrarnos su mundo de fantasía. Somos la pantalla en la que proyectar su película. Entre los cuatro y los siete años construyen su mini manual de moralidad con ideas muy sencillas sobre lo que está bien y mal, basado en sus experiencias "permitido o no permitido " en casa y en el colegio. Con su gran imaginación, las mentiras son globos sonda para saber hasta dónde pueden llegar. Entre los ocho y los 12 años la realidad se abre camino y la fantasía se vuelve más interesada.  El pequeño pillo de nueve años desea ser bueno, pero se le escapan las trolas por el deseo de gustar a los demás, ocultar alguna debilidad o evitar castigos. En general, mienten a sus crédulos coetáneos o, por el contrario, les escupen a la cara alguno de sus descubrimientos del trabajo de campo que significa crecer.

Qué le pasa a tu bebé cuando dejas que llore sin parar

  GINA LOUISA METZLER Muchos padres creen que es útil dejar llorar a su bebé. La sabiduría popular dice que unos minutos de llanto no le hacen daño, sino que le ayudan a calmarse y a coger sueño. Se trata de la técnica de la espera progresiva , que fue desarrollada por el doctor Richard Ferber, neurólogo y pediatra de la Universidad de Harvard en el hospital infantil de Boston (Estados Unidos) , y que sigue utilizándose en la actualidad en todo el mundo. Casi nadie sabe en realidad lo que ocurre a los bebés cuando siguen llorando, pero las consecuencias físicas y psíquicas podrían afectarles toda su vida. Cuando un bebé llora sin que sus padres lo consuelen, aumenta su nivel de estrés , ya que, a través de su llanto, quiere expresar algo, ya sea hambre, dolor o incluso necesidad de com