GEMA LENDOIRO
Se lleva muchos años hablando de educación en igualdad y
parece que, al menos en lo que a enseñanza pública se refiere, se ha
avanzado. Sin embargo queda mucho por hacer, especialmente desde las
casas que es donde, verdaderamente, se hace la labor de educar a los ciudadanos del futuro.
Todas las personas adultas sin excepción somos la
consecuencia de la educación recibida en nuestra infancia y adolescencia
y, también, resultado de lo visto y vivido, de las experiencias
acumuladas. España ha cambiado mucho en los últimos veinte años pero los
padres de hoy, entre treinta y cuarenta año (y más)
nadan entre dos aguas; de un lado recibieron una educación a la antigua
usanza, de otro, cuando les ha tocado ejercer una paternidad
responsable se encuentran con que el mundo ha cambiado mucho y que los
valores recibidos, algunos, no todos, se han modificado sustancialmente.
Y ahí es donde entra el conflicto generacional que,
poco a poco, gracias a la ayuda de los psicólogos, docentes y, sobre
todo a la información y orientación dada a los adultos, se va
solventando.
Es una situación muy común la de un hombre de cuarenta años
con una educación recibida en casa, (generalmente por su madre pero
sustentada por el padre) en la que se establece que él es la parte fuerte, el que sale a trabajar fuera de casa y
que, por tanto, al llegar a su confortable hogar todo tiene que estar
en orden, colocado y perfecto con unos niños a punto de irse a la cama y
todo hecho por una mujer que, a su vez, trabaja también fuera de casa.
Este tipo de hombre educado así se enfrenta ahora a una sociedad que ha cambiado radicalmente.
Según Elena Mayorga,
escritora, bloguera, experta de la pedagogía Blanca y editora de la
revista Mente Libre, «para educar en la igualdad, también tenemos que hacer un trabajo en casa de concienciación, liberarnos de otorgarle a nuestros hijos roles predeterminados según su sexo. Somos sus modelos
así que en las tareas del hogar y en las decisiones prácticas e
importantes sobre la familia, todos debemos participar en ellas.
Nuestros hijos e hijas deben ver, aunque cada uno tengamos nuestros
gustos y preferencias, que los dos limpiamos, cocinamos, pintamos la
pared, montamos muebles, sacamos la basura, hacemos la compra,
pagamos... Es muy buen aprendizaje para ellos puesto que, desde muy jóvenes, sabrán valerse por sí mismos y sabrán respetar como
iguales tanto a mujeres como a hombres. Con respecto a este punto, los
niños y las niñas se van interesando paulatinamente por las tareas del
hogar. No tenemos que angustiarnos porque con dos años no quieran
recoger o con cuatro no les guste poner la mesa. Dejémosles ir a su ritmo, experimentar y cuando veamos que se despierta el interés por
alguna actividad hogareña, será el momento de integrar al niño en las
tareas prácticas de casa. Si con dos años tu hijo o tu hija quiere
barrer o fregar, dale una escobita o una pequeña fregona y déjale un
espacio para que barra y friegue, cada vez que tú o tu pareja vayáis a
fregar o barrer, si os pide hacer lo mismo, alentad ese interés, que sea
para él o para ella algo normal. Si con tres años os piden cocinar,
pensad en platos poco complejos en los que ellos os puedan ayudar, tal
vez amasar, remover, untar, etc. Si con seis desea sacar la basura o
fregar los platos, otorgadle poco a poco esa responsabilidad, que la
realice porque le gusta, porque se siente parte del hogar y de las
decisiones de la familia, por haber sido él o ella quien la haya
escogido. A todos nos gusta ser partícipes de nuestra familia, sentirnos
integrados y si confiamos en nuestros hijos, les dejamos ir a su ritmo,
ellos mismos van pidiéndonos y asumiendo responsabilidades,
responsabilidades que les ayudan a madurar y a aprender a ser adultos
autónomos».
«Tal vez, —prosigue— la parte más difícil de abordar cuando
queremos educar en la igualdad sea la de superar el sesgo social y
cultural. Resulta incómodo, pero necesario, el percatarse de que la
mayoría de las películas que ven, los programas de la televisión o los cuentos que les contamos son marcadamente sexistas. Como madres y padres, en
nuestra mano está el mostrarles a nuestras hijas e hijos que la
realidad no es tal y como la pintan en las series o en los cuentos.
Tenemos que acompañarles, sobre todo cuando son muy pequeños, en sus
lecturas, en sus juegos, cuando ven la tele o navegan por internet y
mostrarles que muchas de las ideas que les intentan transmitir les
discrimina por ser niña o niño».
«Para contrarrestar todos estos estereotipos e ideas
negativas con respecto al rol de niñas y niños —explica—, tenemos que
hablar mucho con ello y enseñarles a detectar esos mecanismos
discriminatorios. Además, debemos mostrarles respeto hacia sus ideas,
hacia su físico, nuestra admiración hacia su persona, hacia su forma de
ser, nuestro cariño incondicional. Ellos van a amarse, valorarse y construir su autoestima a partir de nuestras palabras,
de nuestros actos; si se sienten amados, escuchados y respetados como
personas, ellos aprenderán a valorarse a respetarse y a hacer que les
respeten, no sólo en casa, sino también en el colegio y en la sociedad».
«Con frecuencia leemos noticias sobre colegios en los que
se han producido situaciones de discriminación, de acoso o de
sometimiento sexista. Resulta fundamental que aprendan a detectarlas y
defenderse de ellas. Si tienen una alta autoestima, se valoran y tienen un concepto positivo de sus personas, nuestros hijos sabrán plantarle cara a la discriminación y al sexismo. También los maestros y profesores tienen una ardua labor que
realizar, no sólo para detectar estas situaciones y cortarle de raíz,
sino también, para concienciar a niños y niñas de que ellos pueden hacer
lo que se propongan sin importar que sean niñas o niños. Las niñas
también son buenas en ciencia, los niños pueden ser grandes en
humanidades, un niño puede no querer practicar deportes muy físicos, a
una niña puede encantarle el rugby. El quid está en que también en el
colegio puedan estudiar, divertirse y explorar sus propios intereses
independientemente de su sexo y que realicen sus tareas en libertad sin
ser discriminados o denigrados por sus elecciones», concluye.
ABC, 18/01/2014
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