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Papá, más dinero

 RAQUEL VIDALES
Nacieron en unos años en los que parecía que todo se podía comprar. Si el sueldo no era suficiente, se pedía un crédito. Aquellos niños son hoy adolescentes y la mayoría entiende que ese es el esquema natural: si la paga semanal se acaba el miércoles, el jueves se pide más. Y a la mayoría de los padres les cuesta decir no: el 80% de los jóvenes españoles entre 12 y 19 años logra algún dinero extra a la semana al margen de su asignación habitual. De esta manera, advierten todos los pedagogos y educadores, los niños no aprenden a distribuir sus gastos en función de sus ingresos, lo que les puede convertir en adultos incapaces de gestionar su economía y acarrear frustraciones.
El informe Adolescentes 2013, presentado esta semana por el equipo de investigación de la cátedra Keepunto de la Universidad Complutense de Madrid, corrobora que cada vez son más los padres que dan dinero a sus hijos a demanda. “En 2001, según un estudio de la Universidad de Valencia, el 62% de los chicos tenían paga semanal o mensual fija. Hoy el porcentaje se ha invertido: el 62,1% van pidiendo a medida que les hace falta”, afirma Francis Blasco, coautora del trabajo, realizado sobre una muestra de 800 adolescentes de toda España. La consecuencia es que acaban por no tener una percepción real de lo que gastan: dicen que unos 12 euros a la semana, cuando en realidad la media es de 38,46.
¿Qué ha pasado en esta década? ¿Son los padres, a pesar de la crisis, más permisivos con sus hijos? “Los datos parecen indicar que sí. Es cierto que la crisis ha mermado la paga [un 38% entre 2008 y 2012, según el Instituto Nacional de Estadística], pero a la hora de educar no importa tanto cuánto se les da sino cómo. Y si se les da a demanda, aunque sea poco, no se les está enseñando a ser responsables”, apunta Blasco.
Es difícil inculcar conceptos como el valor del dinero por la vía del razonamiento. Necesitan vivir determinadas situaciones para aprenderlo. Y lo que la mayoría de ellos ha vivido desde que nacieron es que el dinero se podía conseguir sin demasiado esfuerzo”, coincide el psicólogo Ángel Peralbo, autor de varios libros sobre adolescencia como De niñas a malotas. Según Peralbo, es imposible que un niño entienda el valor del dinero con una explicación. “Tienen que experimentarlo. En este sentido, la paga es un instrumento muy educativo porque les obliga a tomar decisiones sobre cómo gastarla y en qué. Y cuanto antes empiecen a hacerlo, mejor. Pero hay que ser firmes, no darles más de lo estipulado y exigirles algo a cambio para que aprendan también que el dinero no cae del cielo, hay que ganárselo”, aconseja.
En este aspecto los padres también se muestran blandos. Según el informe Adolescentes 2013, casi el 70% no tienen que hacer ninguna tarea en su casa o en su vida cotidiana para conseguir su paga. Y solo el 30% la pierde por malas conductas. “Los padres han confiado en que las instituciones educativas enseñarían a sus hijos el valor del dinero, y estas han considerado que era tarea de los padres. En el medio se han quedado los niños sin que nadie se haya preocupado de transmitirles una verdadera formación financiera. Esto no se aprende de un día para otro, hay que entrenarles para que en el futuro puedan tomar decisiones adecuadas”, advierte Raúl de la Cruz, fundador de Keepunto, una plataforma virtual que funciona como un simulador de banco que enseña a los jóvenes a gestionar su economía.
Javier Urra, que fue Defensor del Menor en la Comunidad de Madrid, está de acuerdo con este diagnóstico. “Los chicos han visto que sus padres manejaban el dinero alegremente. Nos entró la tontería y en lugar de comprar solo lo necesario o tomarnos las tapas justas, pedíamos raciones dobles y tirábamos lo que sobraba. Y ahora, cuando ellos empiezan a disponer de sus primeros ingresos, reproducen ese comportamiento”, razona. “No digo que no se pueda permitir ningún capricho, pero siempre con una reflexión previa con el adolescente sobre la conveniencia de hacer ese gasto. Y no hay que dudar a la hora de decir no por miedo a que se frustre; al revés, es bueno que aprenda a hacer frente a las frustraciones”, añade.
La crisis, opina Urra, ha sido buena en este sentido. “La austeridad enseña que también se puede disfrutar con una ración de patatas. Y hace más responsable el consumo”, subraya. Aunque los padres han intentado apretarse el cinturón para que a ellos no les repercuta tanto la crisis, algo les ha llegado. Lo sorprendente, según los expertos, es lo rápido que han sabido adaptarse a la nueva situación. “Tienen menos dinero, pero eso no significa que no intenten seguir consumiendo al mismo ritmo. ¿Cómo? Gastando más de lo que ingresan —pidiendo dinero extra aparte de la paga— y, por otro lado, asumiendo la cultura del low cost y del casi gratis o gratis total en Internet. Son expertos en el manejo de las web de ofertas y descargas de la Red”, explica Guillermo Ricarte, director general de la fundación Creafutur, dedicada a predecir el comportamiento de los consumidores.
Según un estudio realizado por esta institución en 2010, los adolescentes de hoy son consumidores más expertos que sus padres. Tienen una gran influencia en las decisiones de compra y deciden especialmente sobre su propia alimentación, ropa y productos para la higiene personal. También, destaca el estudio, son grandes creadores de tendencias e inspiran tanto a otros adolescentes como a adultos.
Saben mejor que cualquier adulto encontrar la mejor ganga en Internet y en muchos casos conocen mejor el mercado”, coincide Miguel González-Durán Muñoz, director de la división de marketing infantil de la agencia Arista. “Y eso las empresas lo saben. Por ejemplo, si una familia va a comprar un coche con un adolescente a un concesionario, el vendedor se dirigirá también a él porque probablemente sepa más que su padre de marcas y precios”, apunta.
La fundación Creafutur calculó en su estudio de 2010 que los adolescentes gestionaban unos 8.000 millones de euros al año. ¿En qué se lo gastan? Aparte de salir con los amigos, sus compras preferidas son la ropa y la tecnología. Aunque si pueden, comenta Ricarte, intentan que los productos más caros (sobre todo tecnológicos) se los regalen sus familiares para no mermar su paga. El director de Creafutur destaca otro dato interesante: “Si se les pregunta, aseguran que tienen conciencia medioambiental y que rechazan a las empresas que no son responsables socialmente. Pero en la práctica no les interesa dónde ni por quién ni cómo se han hecho los productos que quieren, y no creen que cambiar sus hábitos de compra sirva para cambiar el mundo. En este sentido, la mayoría son bastante cínicos”.
En realidad, los adolescentes se comportan como lo harían sus padres si pudieran. “Si a mí me dieran todo sin exigir a cambio nada, ¿por qué iba a rechazarlo? Si no saben controlar sus gastos, es porque no les estamos enseñando a hacerlo. Ni los educadores ni los padres”, insiste Raúl de la Cruz. “Unos por dejadez, otros por la excusa de que no quieren que a sus hijos les falte de nada y algunos porque les resulta más cómodo que estén entretenidos con un dispositivo electrónico en lugar de prestarles atención”.
¿Lo están haciendo peor los padres de hoy que los de anteriores generaciones? “No, pero tienen más recursos. Se ha sobredimensionado la inversión en los hijos, pero este proceso no ha ido acompañado de un refuerzo en la educación en valores”, opina Ángel Peralbo. “Es lo mismo que pasa con la información. No es malo que tengan acceso a toda esa información que hay disponible hoy día en Internet, pero hay que enseñarles a manejarla y a interpretarla con sentido crítico”, concluye el psicólogo.
EL PAÍS, 28/02/2014

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