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“Una mala palabra a un niño puede llevarle a la autodestrucción o la destrucción de los otros”

BEATRIZ PORTINARI

Frases como “Si suspendes no vas a ser nada en la vida”, “Si no estudias, no sales de casa”, “No vas a aprobar”, “Mejor ni lo intentes”, “Esto no se te da bien” han sonado, al menos, una vez en la vida de cualquier estudiante en nuestro país. ¿Qué consecuencias tiene utilizar este tipo de expresiones cuando nos dirigimos a los menores?
El pionero en la investigación del lenguaje Luis Castellanos propone un cambio educativo en su último libro Educar en lenguaje positivo (Paidós). Los fundamentos científicos y la metodología de su Proyecto “Palabras Habitadas”, que recientemente se ha puesto en práctica en el Instituto Profesor Julio Pérez, de Rivas-Vaciamadrid, se exponen en este libro como recurso educativo para padres y profesores.
Pregunta. ¿Cómo influye la palabra en el pensamiento y este en el comportamiento del niño?
Respuesta. Que el pensamiento moldea el cerebro está demostrado científicamente, con estudios que analizan cómo una mala palabra disminuye la capacidad cognitiva del sujeto. Hasta ahora, la Humanidad ha sobrevivido gracias a una serie de emociones negativas, como el miedo, porque el miedo nos defendía ante las amenazas. Pero esto ya no es necesario. Influimos en las capacidades de los niños a través del lenguaje y de las palabras que usamos con ellos.
P. ¿Y cómo se puede motivar a un niño a que estudie o se esfuerce a través de un lenguaje positivo?
R. No se trata de un optimismo buenista, sino de dar herramientas para el día a día. El error ha sido pensar que el éxito en la vida dependía de una consecución de cosas: estudios, trabajo, casa, pareja, hijos. ¿Eso garantiza una vida feliz? No, los padres no quieren que los hijos sean clones de ellos, sino que sean felices, que su historia de vida sea digna. El mundo nos duele porque nos han apretado los tornillos en la cabeza que son las palabras. No hemos prestado atención en la enseñanza y en casa al lenguaje que utilizamos hacia nosotros mismos y hacia los demás.
P. Un cerebro al que han hablado con malas palabras, ¿es diferente al cerebro que ha escuchado palabras positivas?
R. Rotundamente, sí. Nosotros lo llamamos “palabras habitadas”, que elegimos conscientemente. El cerebro es maleable y las conexiones sinápticas se ven influidas por las palabras, como expusimos en el libro anterior, La ciencia del lenguaje positivo. Hace años publicamos en Plos One los resultados de un experimento que hicimos con deportistas y estudiantes. Buscábamos “palabras clave”, positivas o negativas, y medíamos cómo reaccionaba el sujeto a los estímulos cuando escuchaba unas u otras. Medimos las reacciones cerebrales con resonancia magnética y electroencefalografía. Y comprobamos cómo, ante las palabras positivas, los sujetos eran más rápidos en la prueba y acertaban mejor a los estímulos. Esto es clave en la enseñanza y la comunicación con los estudiantes. Mejora su rendimiento cognitivo y su memoria con solo introducir cambios en el lenguaje con el que nos dirigimos a ellos.
P. ¿Qué consecuencias tiene a medio y largo plazo estas palabras negativas o el silencio?
R. No somos conscientes del daño que hace el castigo del silencio. Se le pasan mil cosas por la cabeza a ese niño: “¿qué he hecho mal, y si mis padres ya no me quieren, y si no me vuelven a hablar?” Su autoestima empieza a descender. El silencio se convierte en el mayor bullicio negativo en la cabeza de una persona. Un niño al que sus padres han castigado con el silencio en la infancia lo usará también como presión hacia sus iguales en su madurez. Tenemos que tomar conciencia de todo esto y “habitar” las palabras: escogerlas. Hasta ahora no sabíamos que una mala palabra a un niño puede llevarle a la autodestrucción o la destrucción de los otros. Pero ahora que lo sabemos, no podemos ignorarlo. El futuro de nuestros hijos, sus vidas, depende de ese uso del lenguaje.
P. ¿Qué han descubierto en el experimento “Palabras Habitadas” puesto en práctica en el instituto Profesor Julio Pérez de Madrid?
R. Fue asombroso comprobar cómo un año de trabajo introdujo grandes cambios en las clases, incluso con los niños más “disruptivos”, aquellos sentados en la última fila, capaces de romper una clase. Utilizamos todas las herramientas disponibles, como pegar palabras concretas en sus zapatos, escribir una frase motivadora en la pizarra… escribir el “Cuaderno de las Palabras Habitadas”, con objetivos. En un curso escolar vimos el cambio, que nos sorprendió a todos: los niños mejoraron su rendimiento, su capacidad de concentración y su relación con los iguales, con los profesores y sus padres. Solo hizo falta cambiar el lenguaje que se utilizaba en el día a día.
P. En su metodología propone a padres y profesores unas “listas de comprobación” para introducir estos cambios. ¿En qué consisten y para qué sirven?
R. Consiste en escribir listados con las palabras que usamos, para ser conscientes de cómo nos expresamos. Una anécdota curiosa sobre esto es cuando trabajamos con padres, que no se dan cuenta del lenguaje que usan con sus hijos. Las listas de comprobación les hacían ver que por las mañanas no habían dado los “buenos días” a sus hijos, mirándoles a los ojos. Despedirte de ellos, desear que tengan un buen día, preguntarle cómo está. En cambio, podían haber empleado palabras malsonantes o críticas. Vale. No se trata de autoflagelarse. No somos perfectos: si has tenido una discusión con tu hijo o le has hablado mal, no pasa nada. Reconcíliate, toma conciencia y elige mejor tus palabras la próxima vez.
P. ¿Por qué no se incorpora a la enseñanza todo este conocimiento sobre la influencia y el riesgo del lenguaje?
R. Esto requiere una franqueza absoluta: la educación en España tiene un problema y son los políticos, que han caído en la “psicología de la escasez”. No hay pactos educativos. Tenemos un alto índice de abandono y fracaso escolar. Cuando les planteas la evidencia científica y les pides medidas te dicen “Uy, sí, el lenguaje es importantísimo, vamos a hacer cosas”. Pero nunca se da el paso, no se toman decisiones políticas mientras el bullying se extiende y los niños se dicen barbaridades frente a un espejo. Aprenden mucho de matemáticas o historia, pero poco de cómo hablarse a sí mismos. En Canadá y Francia quieren introducir el lenguaje positivo como base de la inteligencia emocional dentro de la enseñanza. Es un primer paso. Si las instituciones no lo hacen, mi petición sería que los colegios, los profesores, las asociaciones de padres se pongan en contacto con nosotros. Ellos tienen las herramientas: el lenguaje es gratis. Nosotros solo tenemos que enseñarles cómo funcionan las palabras.
EL PAÍS, Lunes 29 de enero de 2018

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