MARTIN PIÑOL
Muchos de nosotros no somos atletas olímpicos, precisamente.
De hecho, yo me agobio sólo con ver en Twitter las estadísticas de mis
amigos runners. Pero hay un deporte de competición en el que
cada pareja de primerizos se ve forzada a participar...y sólo puede
hacerlo a lo bestia si quiere mantener su orgullo y el de su retoño.
Estoy
hablando de... las comparaciones a muerte. (Bueno, sólo son
comparaciones, pero lo de "a muerte" era para generar más intriga y
visitas a la columna).
Hay padres que no tienen bastante con disfrutar de su bebé. Y
quieren que ese bebé sea El Elegido, Neo o el Más Algo del barrio. Eso
conlleva que los demás bebés tienen que ser menos y él está aquí para
juzgarlos.
Su primer movimiento es una preguntita inocente, pero con
mirada escrutadora de mecánico que te quiere cobrar un cambio de aceite:
"¿Cuánto tiempo tiene? ¿Ya anda? ¿Ya habla? ¿Cuántos dientes tiene?
¿Habéis entrado en la guardería pública?".
Y de repente nos sentimos concursantes de Saber y ganar.
Sólo les falta preguntar si la niña ya tiene tarjeta del Carrefour.
Si el “encuestador” no parece demasiado psicópata, se le
suele contestar por buena educación, a menos que sea posible hacerse el
sordo y tirar con el carrito hacia otra dirección (esto lo he
descubierto tras años de pasear la perrita y caer en la trampa de muchas
abuelas con ganas de hablar).
Pero respondas lo que respondas, llega la puñalada: "Pues el
mío..."/ "No es por nada pero a su edad la mía ya..." + proeza
magnificada.
Como apostadores profesionales que estuvieran en el
hipódromo valorando a los caballos, reducen algo tan maravilloso como
crecer a una carrera biológica a valorar estadísticamente.
Y con su pesadez acaban inoculando el virus de la
incertidumbre. A mí me da igual que la hija desconocida de un maleducado
a los 15 meses tuviera todos los dientes. (Doy por descontando que la
niña no es caníbal y no me querrá morder). Pero entonces me inquieta no
saber si la mía con 10 piezas va bien o mal y tiene que ir a septiembre
para repetir el examen de dentición.
Nuestra vecina Andrea tiene una niña que se lleva días con
la nuestra. Al ver que la suya ya caminaba y corría con alegría,
mientras que la nuestra aún se apoyaba en paredes cual gimnasta
recuperándose de una lesión, nos tranquilizó con una frase llena de
sabiduría: "Tiene toda la vida para andar".
Cada niño tiene su velocidad porque cada niño es único. Y los queremos tal como son.
En Facebook leí: "Si quieres un campeón en casa, entrena tú.
Deja que tus hijos disfruten con el deporte”. Pues lo mismo con los
críos. Si alguien quiere fardar en la vida y ser más que los demás, que
trabaje duro y/o se haga tronista e inaugure más discotecas. Y que
nuestros niños crezcan a su aire, con sus dientes y sus caminatas a su
ritmo.
EL PAÍS / DE MAMÁS Y PAPÁS, Lunes 3 de octubre de 2016
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