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A este maestro de escuela le pueden dar el 'Nobel'

BERTA GONZÁLEZ DE VEGA
César Bona el síndrome del profesor quemado le dura, como mucho, un cuarto de hora. Suele coincidir con que le pilla rellenando papeles con indicadores, estándares, palabras burocráticas en formularios donde no cabe, por ejemplo, ese niño al que ha colocado en clase como encargado de Los altruistas. Con despacho de medio metro cuadrado donde empareja a los que van muy bien en mates con los que necesitan ayuda, los que leen peor con los que lo hacen de corrido. En esos papeles que pide cualquier Consejería de Educación que se precie tampoco puede contar cómo fue rodar aquel corto de abuelos y nietos en Bureta o aquella escena de la función de Navidad en Muel, otro pueblo zaragozano, donde había un niño musulmán al que puso de Hamik, el pastor y le dio una línea de charla con el Rey Baltasar: "No se piense que es broma, pero yo soy más de Mahoma". Experiencias que le hacen decir mucho que entrar en una clase como maestro "es todo un privilegio".
Ninguna de las historias de este maestro de primaria de Zaragoza se puede encasillar en un papel con porcentajes, pero sí contar en un vídeo que le ha valido para estar nominado en el premio de Mejor profesor del Mundo, que otorga la Fundación Varkey GEMS, dotado con un millón de dólares. Uno de los 50. Seleccionado entre 5.000 candidatos. Lo que significa, como dice Javi, ex alumno, "que es el mejor de España". Javi fue el que le enseño a César a tocar el cajón flamenco cuando tenía 10 años.
Esa es otra de las historias de este maestro, feliz de que ahora aquellos niños de esa clase donde había analfabetos, o los que no sabían multiplicar, le inviten a cumpleaños de rumbitas, palmas y cajón. Aquellos niños con los que quedaba de dos a tres, para que le enseñaran a él ritmo y compás. Javi se expresa muy bien. Ha acabado la ESO, pero en el instituto no encontró el ambiente de las clases de César. Especialista en educar a la "manada", como él mismo dice, porque, sobre todo, cree en el efecto «contagio». En sus clases, hay papeles: la abogada, el historiador, el juez. Roles que van cambiando porque, si hay algo en lo que cree este maestro, es en la empatía, en saber ponerse en el lugar del otro, por eso le parece estupenda la iniciativa del Gobierno de Canarias de enseñarla como asignatura.
Era jugador de futbol sala antes de ser profesor. Lleva 15 años en la docencia, de ellos, siete en la pública... "Yo intento aplicar lo que me ha ido enseñando la vida. Para motivar a los niños, se tienen que implicar", explica. Esas técnicas, cuenta el ex alumno, ayudan a unir a la clase. No era lo mismo en el Instituto. Marcado por aquel curso escolar con diez años, con aquel profesor que se plantó en una clase "de esas que no quiere nadie, con 20 gitanos, tres inmigrantes y una paya". Les puso a preparar una obra de teatro. Les hizo pintar grandes cuadros universales. Los Fusilamientos del 2 de Mayo o el Guernica. "La obra de teatro duraba dos horas, ¿eh? Y supimos lo que era la ópera. La historia de aquellos cuadros. Todos aprendieron a leer y a escribir", explica Javi. César Bona jamás habla de lo que hacen otros compañeros maestros, pero su ex alumno explica que se palpaba cierto resquemor en aquel colegio, el Fernando El Católico. Su profe había cogido esa toalla que otros antes habían tirado: 24 niños de barriada marginal.
El ambiente era distinto en los pueblos. En todos sus destinos, dejó huella. Un corto con los abuelos, donde los niños preguntaban qué hubieran querido ser a esos mayores de surcos profundos en la cara y acaban jugando a los cirujanos, a los arqueólogos, a las aviadoras. O aquella otra vez en la que empezaron a dar vueltas al concepto de superhéroe.
Llegaron a la clase de César pensando en Spiderman y acabaron viendo a una superhéroe en la madre de Hamik, por ejemplo, limpiadora. Porque no hay un botón mágico para cambiar el mundo, les decía, más que hacerlo lo mejor que se puede en la vida de cada uno. Y los superpoderes eran ayudar y respetar.
También a los animales, claro. César Bona es el artífice de El Cuarto Hocico, una protectora de animales virtual organizada por 12 niños que ha llegado a todo el mundo. Con estos proyectos, el maestro se embarcó a contarlo por toda España. Muchas veces, acompañado por sus alumnos. En el Congreso de los Diputados, por ejemplo. Allí, hablaron sin papeles, como a veces no saben hacer los parlamentarios. Defendiendo sus argumentos. "Tuve un alumno que tenía dificultades para pronunciar la 'r', muy tímido. Ha sido capaz de dar un discurso en un congreso", explica.
En uno de esos cónclaves, en Barcelona, conocieron a Jane Goodall, la primatóloga y, allí, les dijo a aquellos niños de un pueblo perdido de Zaragoza que, si de verdad tenían un sueño, lo persiguieran, sin importarles nunca qué decían los demás. "Con esfuerzo, que eso también lo digo. Me gusta esa frase en inglés de No pain, no gain. Sin esfuerzo, sin dolor, no se gana". Porque, en sus clases, no todo es divertido, sin reglas, con risas. "César también tiene un par de huevos", dice Javi. Pero este profesor de Zaragoza cree que el respeto hay que ganárselo, lo mismo que la autoridad. Por eso desconfía de los intentos de llevar la autoridad a las aulas con leyes que protejan la figura del profesor: "No puedes obligar por ley a enamorarse. Con el respeto pasa lo mismo".
Como salmones contracorriente. Así se siente a veces él y así educa a los niños por donde ha pasado. Para que no se dejen dominar por el ambiente. Buscando, él, en "un tubo que tengo desatascado que me une al niño que fui". Ahora, una iniciativa mundial le reconoce su entusiasmo. Hace unos meses, se quiso ir un año de excedencia a Granada o a Málaga. Echó curriculums en colegios privados y concertados. No contestaron. En el premio al mejor maestro del mundo, sí. Ahora, a esperar el fallo. Pero él dice que gana todos los días.
EL MUNDO, Domingo 14 de diciembre de 2014

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