ACYV
Según una encuesta realizada por la OCU en 2013, casi un tercio de los españoles adultos toma medicamentos para combatir la ansiedad.
La prevalencia tanto de la ansiedad como del estrés va en aumento en
las sociedades desarrolladas (y en edades cada vez más tempranas), y
numerosos estudios asocian ambas patologías a distintos problemas de
salud (cardiovasculares, asma, sistema inmunitario, úlceras…). Con la
vista puesta en la formación integral de la persona –que incluye además
de la vertiente intelectual, la del bienestar individual y social– en el
Colegio de San Francisco de Paula vienen trabajando desde hace años en
numerosas actuaciones orientadas a la preparación emocional de los alumnos.
Un programa que abarca desde intervenciones sobre convivencia en el
aula (dinámicas de grupos muchas veces basadas en juegos o intercambios
de roles) hasta un minucioso plan de acción tutorial con numerosos
criterios y orientaciones para tutores y profesores, en sus relaciones
con los alumnos y las familias.
En materia de prevención del
estrés y la ansiedad, el Servicio de Orientación del Colegio ha venido
desarrollando distintos talleres dirigidos a reducir la ansiedad
asociada a la toma de decisiones. Recientemente, recopilando algunas de
las experiencias y conclusiones vividas en esos talleres, acaba de
publicar una serie de pautas, aclaraciones y recomendaciones para
las familias a fin de combatir la ansiedad de sus hijos, y prepararlos
para que sepan gestionar las situaciones estresantes cuando lleguen a
adultos. Son las siguientes:
– No es lo mismo, pero sus síntomas se parecen: No
es lo mismo estrés que ansiedad. El estrés se produce como reacción a
una situación ante la que el individuo se ve desbordado en sus
capacidades. La ansiedad anticipa el temor ante una situación que aún no
se ha producido, su origen está en la intranquilidad por algo que no ha
sucedido aún pero que se imagina que va a suceder, y por tanto puede
decirse que tiene una causa más difusa. Los síntomas de ambas patologías
son, sin embargo, parecidos, y de ahí que ambos conceptos se confundan y
relacionen. Ambos pueden tornarse perjudiciales para el organismo,
afectando al sistema inmune, sistema digestivo, sistema cardiovascular y
también al rendimiento cognitivo.
– El amor es el mejor antídoto: Contra la ansiedad,
el estrés y el miedo... Amor, mucho amor, amor incondicional, que el
niño perciba que tiene el cariño de sus padres, a pesar de todo, a pesar
de sus tropiezos, de sus dificultades, de sus miedos… Así dicho, suena
fácil, pero en la práctica ese amor hay que demostrarlo en muchas
situaciones y a todas horas, incluso cuando no estamos para nada, solo
para acostarnos o descansar. El amor se les demuestra haciéndoles sentir
que estamos mejor con ellos que sin ellos, y que nos gusta su compañía
(cuando la realidad es que muchas veces preferiríamos estar solos). El
niño percibe amor cuando nos interesamos por sus juegos, por sus
problemas y por sus amigos, cuando sus limitaciones no nos importan y no
son el argumento para compararlos, y cuando les dejamos claro que
seguimos queriéndolos aunque se porten mal, aunque tengamos que
castigarlos.
– Confianza, autoestima y autonomía: Hay
que mostrar confianza en nuestros hijos, y enseñarles a que creen en
ellos, y en su capacidad de superación, potenciándoles la autoestima y
ayudándolos a ser cada vez más autónomos. Resolverles sus problemas,
evitándoles cualquier preocupación, tampoco es la fórmula, y de hecho no
les hacemos ningún favor, ni los queremos más, enfrentándonos por ellos
a sus dificultades. Con nuestro apoyo, son ellos los que deben resolver
sus problemas y sus agobios del día a día. Protección, sí.
Sobreprotección, no.
– Corregirle, sí, y elogiarle, también: Potenciar
la autoestima nuestros hijos no es decirles que todo está bien ni
hacerles creer que son infalibles. La tolerancia de la frustración es
fundamental. Y aceptar las correcciones de otros, también. Debemos
hacerle ver que nuestras correcciones no son a la persona, sino a sus
actuaciones.Igualmente es importante elogiarles por sus avances, pues si
nos centramos sólo en lo que hacen mal, su autoestima y confianza se
verán mermadas.
– Hablar, hablar y hablar. Y escuchar: Que
el niño pueda expresar sus sentimientos, y que perciba que esos
sentimientos y opiniones nos importan y nos la tomamos en serio, que nos
preocupa cómo se siente. Contarles cómo nos sentimos nosotros, como
padres, de vez en cuando, tampoco es mala idea, para que ellos vean que
nosotros también compartimos nuestros sentimientos, y que es normal
hacerlo, no es una cosa de niños. Si nosotros como padres contamos con
ellos para expresarnos y desagobiarnos, ellos contarán con nosotros.
– Los miedos no hay que evitarlos, hay que vencerlos: No
hay que evitar que los niños se enfrenten a sus miedos, sino ayudarlos a
afrontarlos y superarlos, porque sólo afrontándolos se darán cuenta de
que no hay nada que temer. El miedo aumenta cuando sistemáticamente se
eluden los acontecimientos que generan ansiedad. La mejor manera de
superar el miedo a pasar la noche fuera de casa o a volar, es pasar la
primera noche fuera y realizar el primer vuelo. La mejor manera de
superar el miedo a los exámenes o hablar en público es incorporarla a la
rutina de los días, sin darles mayor importancia.
– Ensayar las situaciones: Cuando
los problemas o situaciones que causan ansiedad están identificados y
localizados, ensayar esa situación puede ser una muy buena idea. Si a tu
hijo pequeño lo han nombrado llavero de la clase y esa designación le
causa ansiedad, darle las llaves del portal de casa para que se vaya
habituando puede ser una forma de entrenarlo en su nueva responsabilidad
para que la asuma sin temor cuando llegue el momento.
– Hábitos sanos que favorecen la relajación: Una alimentación
y una actividad física adecuada, con tiempo de ocio dedicado al deporte
y a los amigos, y no sólo a Internet y los dispositivos móviles. Una
rutina proporcionada a la edad de horas de descanso, sueño y trabajo, favorecen indudablemente el equilibrio emocional, evitando los episodios de estrés y ansiedad.
– Ser un ejemplo: Lo hemos dicho en otras ocasiones y
para otras cuestiones. Los niños no imitan lo que sus padres les dicen,
sino lo que ven en ellos. Si ven a sus padres estresados, conectados
todo el día al móvil, sobrecargados de trabajo y estando en casa sin
estar, lo más probable es que esa tensión se contagie a los niños.
Igualmente, si los niños ven que aplazamos nuestros problemas, que
ocultamos nuestros sentimientos y en suma que vivimos la vida con
ansiedad, ellos aprenderán inconscientemente a afrontarla de la misma
manera.
– Ajustar las expectativas: Ni subirlas
desproporcionadamente ni bajarlas al suelo. Simplemente situarlas en
relación con sus capacidades, ajustando sus ritmos y la presión de las
actividades extralectivas y de las notas, a sus capacidades y
necesidades. Sí, es difícil, pero hay un barómetro infalible: ¿se le ve
contento habitualmente?
– Una técnica de utilidad en cinco pasos: Consiste
en los siguientes: 1) reconocer el problema con nuestro hijo,
haciéndole ver que las situaciones problemáticas son algo normal en la
vida diaria y que la mejor manera de enfrentarse a ellas no es
inhibiéndose ni dejándose llevar por los impulsos; 2) describir con
detalle la situación problemática (quién, dónde, cuándo, cómo…),
explicándole que el problema real no es la situación, sino cómo se
responde a ella; 3) buscar con nuestro hijo todo tipo de respuestas
alternativas al problema, cuantas más mejor, sin excluir ninguna, por
absurda que nos parezca; 4) ayudarle a elegir una, después de analizar
las ventajas y desventajas de todas; y 5) animarle a ponerla en marcha,
evaluando con él los resultados y elogiándole sus avances.
EL CONFIDENCIAL, Martes 9 de junio de 2015
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