DIANA DE HORNA
Aprendiz profesional, Proyecto 'Esto no es una escuela'
Aprendiz profesional, Proyecto 'Esto no es una escuela'
Muchas personas nos preguntan qué es lo más importante que hemos aprendido en nuestro viaje.
Es muy difícil resumir siete meses de vivencias intensas, describir a
cientos de familias, educadores, expertos y estudiantes, generalizar
sobre las más de veinte escuelas que hemos visitado en Europa y Estados
Unidos. Por eso, esta vez voy a centrarme en un tema del que se habla
mucho últimamente: el talento. Y voy a intentar contaros cómo hacen
estas escuelas diferentes que hemos conocido para conectar con el
talento de sus alumnos y alumnas.
En realidad, en estas escuelas,
no son los maestros ni los profesores quienes descubren el talento,
sino que son los propios estudiantes quienes encuentran las condiciones
adecuadas para darse cuenta por sí mismos de qué es lo que les apasiona
hacer. Cuando eso ocurre, cuando encuentran algo que les fascina, el
mundo cambia. Hemos conocido a muchos niños y niñas en este viaje;
recuerdo ahora a un adolescente autista que vivía para tocar el piano.
También a un grupo de chavales que pasaron meses trabajando en un
proyecto para diseñar y construir una cúpula geodésica (y superaron un
montón de retos en el camino) sólo porque querían aprender.
Pero
antes de entrar a describir estas condiciones que requiere el talento
para visibilizarse, quiero contaros algo que me pasó hace poco, mientras
estaba en un lugar que me parece de los sitios donde más se puede
aprender de educación y pedagogía; y además, gratis: el parque de mi
barrio. Un día estaba yo en el parque con mi hija, y escuché una
conversación. Quien hablaba era un niño de unos ocho años: les estaba
contando a un grupo de adultos lo que le gustaba jugar con piezas de
madera, lijarlas, cortarlas, encajarlas... En algún momento dijo algo
así como que le gustaría dedicarse a la carpintería. Enseguida, una de
las personas mayores le espetó: "Y ¿por qué no te haces arquitecto? Es
casi lo mismo... y ganarás más".
Los adultos somos auténticas apisonadoras de talento. El
mensaje que este niño recibió fue que a las personas mayores no les
importa que te dediques a algo que te hace feliz. Lo que les importa, lo
que valoran, y lo que les hace sentir admiración es que ganes dinero.
Sobra
decir que la arquitectura y la carpintería no son lo mismo. A este niño
seguramente le gustaba tocar la madera, trabajar con sus manos, la
sensación de crear algo partiendo de un material indefinido. Pero, muy
probablemente, si continúa recibiendo mensajes como ese (explícitos pero
también implícitos, como los que nos llegan a través de la publicidad,
los programas de televisión y el propio ejemplo de los adultos que nos
rodean y que vale mucho más que sus palabras), y si es un chico de esos
que llamamos "buenos estudiantes" (es decir, que hacen lo que los
adultos esperamos que hagan, y que muy a menudo están hambrientos, más
que de conocimiento, de reconocimiento) se irá apartando de la
carpintería y un buen día, sin darse cuenta, se habrá olvidado de lo que
disfrutaba trasteando con sierras y martillos.
Éste es un ejemplo de lo que Katharina Rutschky denominó pedagogía tóxica:
esa educación emocional tóxica que está aún en la base de nuestra
relación con nuestros hijos e hijas pero también en nuestro sistema
educativo, que muchas veces gira en torno a juicios de valor, premios,
castigos, y otras formas más o menos sutiles de manipulación.
Entonces, ¿qué pasa con el talento en nuestros coles e institutos? La verdad es que sale muy mal parado.
El
talento se asienta en la inteligencia, pero muy especialmente en una
faceta de ésta que es la creatividad, y que tradicionalmente ha pasado
casi desapercibida en nuestra educación, asociada si acaso con el arte y
con asignaturas de segunda. Las asignaturas que nos parecen importantes siguen siendo esas en las que hay que hacer codos, empollar.
Es decir, memorizar. Así que nuestro modelo educativo sigue premiando
con buenas notas a los estudiantes que son capaces de repetir como
loritos lo que les enseñamos en clase.
Pero
aquí viene la mala noticia: aunque las notas pueden funcionar para
recompensar una tarea repetitiva y mecánica como la memorización, no
sirven en absoluto para despertar la creatividad. No sirven porque
desplazan la atención de lo realmente importante, del proceso creativo,
el proceso de aprendizaje en sí, y la trasladan a algo secundario sobre
lo que el niño no tiene control (la nota), y que nos dice más bien poco
de lo que ocurre en su cabeza. Esta falta de control produce ansiedad y
bloquea la creatividad. Cuando nos centramos en las notas, estamos
impidiendo a los niños reconocer sus propias habilidades por sí mismos
(sin depender de un juicio externo), y les apartamos de su instinto y de
su capacidad para llegar a conocerse. Y esto es fundamental no sólo
para que desarrollen su talento, sino para que se desarrollen como seres
humanos y no como meras piezas de un engranaje.
En una clase tradicional, los estudiantes pueden dar la respuesta correcta, pero nunca llegan al pensamiento crítico y profundo que es indispensable en una formación completa.
(Patrick Hazlewood, Director de St. John's)
Lo
mismo ocurre con los exámenes: los exámenes penalizan los errores,
convierten a los estudiantes en personas temerosas de dar una respuesta
incorrecta, temerosas de fallar. Y el miedo al fracaso es enemigo del
talento: nos lleva a desmoralizarnos ante los fallos y nos hace olvidar
que, como decía Paulo Freire, es justamente la equivocación la que nos
permite aprender. El talento requiere perseverancia, resistencia a la
frustración, y aprender de nuestros errores, algo difícil de lograr en
un sistema educativo que sigue huyendo del error como de la peste, en
lugar de incorporarlo al aprendizaje.
Desgraciadamente aún hay más
cosas que van minando el talento de los niños y niñas. Por ejemplo,
organizarles todas las actividades, planificar cada minuto de su día a
día. La imaginación y la reflexión necesitan de un espacio de libertad,
de calma. Cuando un niño está sometido a estímulos constantes, su
imaginación se embota. Los niños necesitan un tiempo en el que poder
elegir qué hacer, o simplemente no hacer nada: el aburrimiento es el
acicate que nos lleva a descubrir que la vida no viene con libro de
instrucciones, y que lo importante es que tomemos la iniciativa.
Tampoco
ayudamos a los niños cuando confundimos disciplina con obediencia.
Desarrollar el talento requiere disciplina, tesón, resistencia a las
frustraciones, pero la disciplina auténtica nace de la propia persona,
de su voluntad y su motivación, no del miedo al castigo, ni de la
búsqueda de una recompensa. La mejor manera de aprender disciplina es
poder dirigir nuestro propio aprendizaje, poder decidir qué, cómo y
cuándo queremos aprender.
Y otra cosa que hacemos sin darnos
cuenta, y que impide que el talento aflore, es convertir la vida de
nuestras hijas e hijos en una carrera: meterles prisas cotidianamente,
porque el estrés y la ansiedad van a contrapelo de la creatividad; pero
también meterles prisa para que adelanten contenidos, para que aprendan
cosas antes de que estén realmente preparados y motivados para
aprenderlas. El talento no es como la pasta de dientes, que sale del
tubo a presión: para desplegarse necesita un entorno relajado y en el
que no haya miedo. Las prisas arruinan la curiosidad y las ganas de
saber.
Entonces, ¿qué podemos darles, qué necesitan de nosotros
para encontrar su propio talento? Necesitan algo que se me ocurre
resumir como "el ABC del talento": necesitan autonomía, necesitan
brincar y necesitan confianza.
Necesitan autonomía porque un niño
que puede explorar libremente es un niño que conserva la curiosidad, y
un niño curioso tiene muchas más probabilidades de descubrir y desplegar
su talento. En las escuelas que hemos visitado la autonomía se traduce,
por un lado, en libertad de movimiento, y por otro en libertad para
elegir qué aprender y cómo hacerlo. Son escuelas donde no hay aulas,
sino espacios de aprendizaje, muchas veces basados en las inteligencias
múltiples. El espacio exterior, ya sea un patio, un jardín o un espacio
natural como un bosque, se incorpora como un espacio de aprendizaje más,
y cada niña o niño puede decidir a qué dedica su tiempo. Los
estudiantes no están agrupados por edad, sino que pueden relacionarse
con otros mayores o menores. Se trata de proporcionarles un entorno
educativo rico que refleje la diversidad de aptitudes humanas, y en el
que el adulto, más que pautar el aprendizaje, acompañe a los niños
(también emocionalmente) en su proceso de descubrimiento, descubriendo
el mundo y descubriéndose a sí mismos.
Necesitan confianza (y voy a
cambiar un poco el orden) porque para descubrir su talento, los niños
deben poder explorar terrenos desconocidos sin miedo. Esto ocurre cuando
sienten que nuestro apoyo es incondicional, que no les juzgamos, y que
confiamos en que pueden tomar decisiones por sí mismos. En las escuelas
que hemos conocido se confía en los niños y niñas hasta el punto de que
éstos tienen voz y voto, a través de asambleas, en cuestiones que van
desde la resolución de conflictos personales a la contratación del
profesorado.
Es imprescindible que los estudiantes sientan la libertad de equivocarse. Si sale bien a la primera, sólo están aprendiendo a seguir instrucciones.
(Tinkering School, San Francisco)
Y
por último, las niñas y niños necesitan brincar, es decir, jugar
libremente. El juego es la primera y más importante forma en que
exploramos y descubrimos el mundo, igual que el resto de los mamíferos.
Sin el juego, nuestra especie y nuestra cultura no existirían. Dice
Daniel Goleman, autor de La inteligencia emocional, que "la ciencia ha
demostrado que la autoconciencia, la confianza en uno mismo, la empatía y
la gestión más adecuada de las emociones e impulsos perturbadores no
solo mejoran la conducta del niño, sino que también inciden muy
positivamente en su rendimiento académico". Los niños aprenden todo eso
jugando. Pero no estamos hablando de jugar al parchís ni al tenis, sino
de una forma de juego en la que la participación de los adultos es
totalmente prescindible; que surge de la imaginación del niño, de su
curiosidad; que es elegida y creada por el propio niño, espontánea,
nacida del instinto de juego; en la que el proceso es lo más importante
porque no se juega para ganar, no hay competitividad. Este tipo de juego
se juega por el placer de jugar, y no busca más premio que divertirse.
El juego libre es esencial para el desarrollo emocional, cognitivo y
social de los niños. Y les ayuda a ser más felices, de niños y también
de adultos.
Descubrir los talentos de los niños y niñas debería
servir, en definitiva, para eso: para ayudarles a ser felices y
encontrar satisfacción y sentido en su trabajo, cualquiera que sea.
Escuchemos
más la intuición de nuestras niñas y niños: la carpintería puede ser
una base fantástica para aprender (de verdad) conceptos de matemáticas,
de física... para desarrollar la creatividad. Como curiosidad, en
Estados Unidos empresas como Boeing o la NASA desde hace un tiempo no
contratan a ningún ingeniero que de niño no haya hecho sus pinitos con
la carpintería o la mecánica porque consideran que sólo así han
aprendido realmente a resolver problemas creativamente. Y no es
casualidad que en todas las escuelas que hemos visitado haya habido
siempre un taller de carpintería.
Os decía antes que el talento se
asienta en la inteligencia. Hoy sabemos que la inteligencia de una
especie animal guarda una relación proporcional con la duración de su
infancia: cuanto más larga es la infancia, más inteligente es el animal.
Los seres humanos somos, de todos los mamíferos, el que tiene una
infancia más larga. Acortar la infancia de nuestros hijos e hijas no les
hará más inteligentes. En realidad, cuando acortamos la infancia de
nuestros niños, cuando limitamos sus posibilidades de jugar, de
explorar, de mancharse, de correr y de caerse para luego levantarse,
estamos también, sin darnos cuenta, cortándoles las alas, impidiendo que
desplieguen todo su potencial para aprender, crear y, sobre todo, para
ser felices.
Este texto se ha adaptado del original publicado en el blog de los autores www.estonoesunaescuela.org
Seguir a Diana de Horna en Twitter:
www.twitter.com/noesunaescuela
EL HUFFINGTON POST, Jueves 18 de junio de 2015
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