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Y de deberes... ¡vacaciones!

OLGA R. SANMARTÍN
Ángela lleva a sus dos hijos al Liceo Francés de Madrid. Además de las vacaciones de verano, Navidad y Semana Santa, los niños tienen 10 días festivos entre finales de octubre y principios de noviembre, así como una semana sin clases en febrero. A cambio, el curso arranca nada más comenzar septiembre y termina el último día de junio.
Es el llamado Calendario Escolar de las Cinco Vacaciones, que funciona con éxito en Francia y en buena parte de los países europeos y que ha inspirado el sistema que va a implantar Cantabria a partir del curso que viene, con una semana de vacaciones cada dos meses.
El modelo ha suscitado un encendido debate en España. Asturias estuvo a punto de ponerlo, pero al final se encontró con una férrea oposición. Los padres están en contra porque no pueden compaginar sus días libres (regidos por el calendario religioso) con los nuevos festivos y se enfrentan a la difícil tarea de buscar actividades para sus hijos durante ese tiempo que sean algo más que un aparcadero. Los profesores están a favor y aseguran que este calendario favorece el rendimiento y el descanso de los alumnos. ¿Quién tiene razón? ¿Qué es mejor para los críos?
La literatura científica no se pone de acuerdo. Una investigación de la Universidad de Duke (EEUU) sugiere que los alumnos que en verano tienen largas vacaciones como las españolas presentan una ligera desventaja frente a los que disfrutan de descansos más cortos y más repartidos. Pero también hay estudios en sentido contrario: el de Paul von Hippel, investigador y sociólogo de la Universidad de Ohio, establece que el rendimiento académico de los alumnos es el mismo en ambos casos.
Los expertos consultados por EL MUNDO coinciden en que convertir los tres trimestres que dura el curso en cinco bimestres con cuatro parones (más las vacaciones de verano) puede beneficiar a niños y adolescentes, pero tienen serias dudas de que la realidad española permita que sus padres puedan conciliar.

Más descanso

José Gimillo, coordinador de la Unidad de Psiquiatría y Psicología del Niño y del Adolescente del Hospital Universitario Quirón de Madrid, sostiene que «hay que intentar disminuir los periodos escolares muy largos porque generan situaciones bastante estresantes para los escolares».
«Reducir el tiempo entre evaluaciones resulta positivo. Los descansos y vacaciones reducen el efecto de habituación, que significa que el cerebro se activa menos y presta menos atención a medida que pasan las semanas desde el comienzo de curso», explica el neuropsicólogo Álvaro Bilbao, que considera, sin embargo, que el nuevo calendario tiene pegas: «Estos chicos deben prepararse para la vida real y su cerebro debe acostumbrarse al esfuerzo sostenido».
Le da la razón Javier Andrés Blumenfeld, pediatra del Hospital de El Escorial (Madrid) y miembro de la Sociedad Española de Medicina de la Adolescencia: «Me encanta la idea, desde el punto de vista de la neuroeducación es estupenda, pero hay que ajustarla a la realidad social y esto complica bastante la situación a los padres, sobre todo los que tienen una situación económica desfavorecida».

¿Qué hacemos con los hijos?

El Gobierno cántabro plantea abrir los colegios durante esos días festivos, pero el comedor y el programa lúdico tienen un coste para las familias. «La gran pregunta es qué va a pasar durante esa semana de vacaciones. ¿Quién garantiza que esas actividades en el colegio sean de calidad y quién las financia? Si, durante esos días, se organizan visitas a museos o los alumnos hacen un viaje, eso tiene un valor pedagógico impagable, pero, al final, unos estudiantes se quedarán en casa viendo la tele porque sus padres no tienen medios económicos, otros serán enviados con sus abuelos...», argumenta el profesor Jerónimo García Ugarte, coordinador de la web Cinco Llaves para Educar.
La investigadora sobre educación y autora de best sellers educativos Catherine L'Ecuyer sostiene que «es bueno que los trimestres no sean tan largos». Ahora bien, «el problema de fondo no es otro que el asunto de la conciliación».
Ángela trabaja en una empresa francesa y no le ponen problemas para cogerse días libres en noviembre y en febrero. «Me voy de vacaciones fuera de temporada y es más barato. Este calendario escolar me permite gestionar mejor el verano, que, de otra forma, sería demasiado largo», explica.
El caso de Ángela no es habitual. «No puedes pedirle a tu jefe que te deje una semana libre para estar con tu hijo», insiste el psicólogo Javier Urra, ex defensor del Menor de la Comunidad de Madrid. «Conciliar es muy complejo. Esas vacaciones de los niños no coinciden con los festivos que les dan a sus padres», apostilla Begoña Ladrón de Guevara, presidenta de la Confederación de Padres de Alumnos (Cofapa).
La psicóloga Silvia Álava, autora del libro Queremos hijos felices, opina que, «más que descansar una semana cada dos meses, quizá es más razonable tratar de buscarles a los niños un poco de tiempo libre cada día que les permita parar, cargar las pilas y... aburrirse».
EL MUNDO, Jueves 09 de junio de 2016

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