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Con cada refresco, sus dientes se hacen más pequeños

MARTA DEL VALLE
“Es el peor enemigo de nuestra sonrisa: silente, invisible, nos acecha día y noche. No vemos el ataque y, sin embargo, cada mañana al despertar nuestro diente desaparece un poco más”, asegura la odontóloga Debora Vilaboa. Es el terrorífico guion de lo que el desgaste dental está haciendo ahora mismo en su boca. El estrés tiene bastante que ver: además de fatiga, dolor de cabeza, molestias gástricas, tensión muscular… provoca bruxismo y cambios en el pH de la boca que, como mal menor, hacen que sus dientes cambien de color. Veamos qué es, cómo prevenirlo y qué tratamientos corrigen sus consecuencias.
Las alarmas han saltado. “Que los dientes se desgastaran era hasta ahora un achaque de la edad, pero hoy se ve demasiado frecuentemente en jóvenes. Y hay que frenarlo cuanto antes”, advierte la doctora. “La expectativa de vida crece y tenemos que conseguir una dentición sana, bonita y funcional durante más años”. Nadie está a salvo. Tres de cada cinco adultos padecen este desgaste. Aunque vivan relajadamente o se laven los dientes con fruición: además del estrés, afectan la dieta, el estilo de vida y ciertas intolerancias y trastornos alimenticios. ¿Qué ocurre exactamente? Jaime Jiménez García, experto en implantes de la Clínica Ciro y director de máster de Implantología oral avanzada la Universidad Europea de Madrid, explica que primero se come el esmalte hasta que llega a la dentina, produciendo sensibilidad. “Provoca pérdida de altura de los dientes, en longitud y volumen, haciendo que la sonrisa se retraiga marcando arrugas peribucales (la sintomatología de Popeye) y horizontales sobre el labio superior e inferior. Además de limitaciones funcionales por problemas en la oclusión, la relación entre dientes superiores e inferiores puede derivar en molestias musculares en la cara, cuello y espalda”, añade. Una advertencia más de Vilaboa: la dificultad de detectarlo e interceptarlo mediante prevención. “En determinados casos se produce de una manera lenta y puede pasar desapercibida tanto para el paciente como para el dentista. Y cada milímetro de longitud de diente que perdemos nos hace envejecer diez años”. Si Hitchcock levantara la cabeza…

De nuevo, el estrés

Cuánto puede afectarle el desgaste dental depende de la estructura genética de su diente, del tipo de agresión y de su capacidad de defensa. “Hasta ahora se creía que, sobre todo, era un ataque físico: el que causa el bruxismo [apretar los dientes de manera involuntaria]. Y en ese cajón se metía todo…”, comienza Vilaboa. Ese rechinar nocturno, pesadilla casi más para quien le acompaña en sus desvelos, afecta a un 17% de quienes padecen estrés. “En la clínica lo hemos notado muchísimo, porque de alguna manera gran parte de la población ha sufrido la crisis, lo que ha provocado que los pacientes con problemas de bruxismo hayan aumentado muchísimo. Al apretar los dientes, erosionan y desgastan la dentadura, hasta se llegan a romper piezas”, confirma Jiménez García. Su hermana, la periodoncista María José Jiménez García, detalla: provoca microfisuras y aumenta la porosidad, que favorecen que el esmalte se manche más con vino, té o café, o incluso se fracture.
Utilizar una férula de descarga (molde de material flexible y blando que se erosiona en lugar de su esmalte mientras aprieta los dientes) o formar parte de ese privilegiado grupo que duerme a pierna suelta (poco más de la mitad de la población) solo evita uno de los problemas. “En el desgaste dental es casi más importante cómo afecta el pH de la boca”, avanza Jiménez García. Lo confirma Vilaboa: “Hoy sabemos que, sobre todo, lo originan causas químicas. Internas, por los ácidos del reflujo gastroesofágico, que afecta al 60% en algún momento de su vida, y los que provocan ciertos trastornos de la alimentación o intolerancias alimentarias que cursan vómitos”. El estrés, no desayunar lo que debemos, abrir latas de bebida en la oficina sin parar o creernos deportistas de élite; así como seguir a pies juntillas todas las tonterías que dicen las celebridades en Internet (como beber agua con limón, en ayunas o no, o hacer del vinagre de manzana el nuevo elixir antigrasa), son algunas de las causas que llaman externas o medioambientales. “¿Quién no toma un zumo de naranja por la mañana? ¿Y cuántos están limitando los lácteos? Bebidas isotónicas, carbonatadas, colas… Todas ellas contienen ácido cítrico que provoca un descenso en el pH de la boca y acelera el desgaste”, apunta la odontóloga.
Correr a por su cepillo de dientes mientras apura las últimas gotas del zumo o su refresco favorito es aún peor: “No sabemos por qué nadie dice que después de tomar una bebida ácida, como el jugo de cítricos del desayuno, hay que esperar al menos 20 minutos antes de lavarse los dientes para no frotar el ácido contra el diente haciendo que se desgaste aún más”, añade Silvia Jiménez García, también miembro de la Clínica Ciro y experta en ortodoncia. La recomendación de Vilaboa para contrarrestar los ácidos es: “Si no podemos evitar las bebidas gaseosas, mejor tomar a la vez alimentos. Y si queremos aromatizar la ensalada con limón, poner unas rodajas impregnadas en aceite”.
Las bacterias que viven en nuestra boca también atacan. “El desgaste por erosión ácida puede provenir de la gran cantidad de bacterias que viven en su interior”, continúa Vilaboa. “Bien por falta de mantenimiento o hábitos hay veces que las bacterias se descontrolan haciendo que los dientes pierdan hueso sin parar”, explica Jiménez García. La medicación es otra de las amenazas: “No solo hablamos de las tetraciclinas, que sabemos que tiñen los dientes, sino que tomar más de tres medicamentos al día hace que nuestras glándulas salivales pierdan la capacidad de proteger nuestro esmalte”, precisa Vilaboa.

La importancia de la saliva

“Cada día se produce una sucesión de agresiones que, si superan los mecanismos de defensa del diente, pueden desencadenar un deterioro precoz que conduzca a la destrucción de la dentición. Empezando por el esmalte, responsable de la dureza, la resistencia y el color”, previene Vilaboa. La saliva es la primera línea de defensa de la boca. “Un sistema natural que nos provee de protección, lubricación, humectación, capacidad antimicrobiana, remineralización… Arrastra las bacterias y lubrica las superficies en los constantes movimientos de los dientes”, añade. Traducido, la saliva nos protege de sufrir daños ante gestos tan comunes como machacar las tapas de los bolígrafos o abrir botes con las muelas; de que no rayemos los dientes al mordisquear muslos de pollo o costillas; hace de aduana de la fauna (bacteriana) que entra con los besos ajenos y trata de compensar una higiene digamos… justita.

Qué se puede hacer

Desde la Clínica Vilaboa recomiendan, como medidas de prevención, combatir el bruxismo diurno con la risa y el nocturno con férulas (“miorrelajantes, de descarga o Michigan”); comer mientras beba refrescos, zumo de naranja o limón, café o vino; mejorar la higiene y utilizar aceite de oliva para combatir bacterias (“el aceite impide que el estreptococo mutans desencadene erosión o desmineralización”) y vigilar que la producción de saliva no decaiga (“durmiendo con la boca abierta o abusando del alcohol”). Si se detecta pronto, la solución pasa por remineralizar el diente (y combatir las causas que lo provocan). En la Clínica Ciro se pone una cubeta de flúor de alta concentración, al 1,23%. Si no es suficiente, existen unos barnices de flúor que sellan bien. En casa toca cepillarse con pastas remineralizantes y enjuagarse con colutorios que lleven flúor. “También se pueden aplicar geles como Xerostom, que cubren los dientes con un aceite ayudando a que los ácidos no viajen bien por la superficie”, propone Vilaboa. Y si llegan tarde, siempre quedarán las carillas.
EL PAÍS, 29/11/2016

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