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Ex conectados: Jóvenes que han conseguido dejar Internet

DIEGO BERMEJO

¿Se imaginan volver a vivir sin redes sociales, sin un teléfono móvil inteligente o directamente sin acceso a Internet? Lo que para la mayoría de nosotros se antoja imposible, más allá de las obligaciones laborales, lo ha conseguido un nuevo grupo social denominado ex conectados.
El término ha sido acuñado por Enric Puig Punyet, profesor de la Universidad Abierta de Cataluña (UOC) y doctor en Filosofía por la Universitat Autònoma de Barcelona. Él mismo lo define así: "Un ex conectado es alguien que se da cuenta de la naturaleza dependiente o adictiva de su conexión. Que se para a pensar acerca de los usos que hace de Internet. Cae en la cuenta de que quizá son demasiados y que le dejan poco espacio para su libertad".
Ponerse en contacto directamente con este profesor a través de Internet no es fácil. Tiene que ser a través de terceras personas. "Esto es porque no tengo perfiles en redes sociales y, por lo tanto, no me promociono a mí mismo", asegura.
La razón es obvia, Enric es uno de esos ex adictos. Cumplida la treintena ha dedicado gran parte de su trabajo a analizar las repercusiones sociales del uso de Internet, tal y como se puede comprobar en su último libro La gran adicción¿Cómo sobrevivir a Internet y no aislarse del mundo?' de Editorial Arpa. Un trabajo en el que echa mano de historias personales con las que pretende concienciar del mal uso que se viene haciendo de la red de redes, muy especialmente de un tiempo a esta parte.
"A través de fotos, vídeos y mensajes, las personas mezclamos trabajo y ocio, vida pública y privada al servicio de una imagen que queremos ofrecer de nosotros mismos. Una apariencia muy estudiada, muy cuidada, como la de una compañía bajo las directrices de un asesor de imagen. Yo no creo en esta visión del individuo. No creo que debamos todas nuestras acciones a un aspecto prefijado, con fines promocionales. Por eso no me interesan las redes sociales y no tengo perfil en ninguna de ellas. Trabajo a través de instituciones, enseño en universidades, escribo a través de publicaciones. Y son todas ellas quienes establecen un nexo entre el público y yo. A ellas se tiene que recurrir para obtener mi contacto", explica el profesor.

Una adicción global

Sea como fuere, el suyo no es un caso aislado. Cada vez son más los ex conectados que deciden cortar por lo sano con Internet tras autodiagnosticarse víctimas. Después de cerciorarse del problema, "lo único que se puede hacer es desconectar por completo", dice Puig.
Todos podemos caer en las garras de las redes sociales, puesto que Internet está pensado para que enganche a cualquiera. "Estas plataformas se aprovechan, sobre todo, de nuestros anhelos y temores: el gusto por agradar y ser reconocidos, el miedo a la soledad y al aburrimiento. Nos hacen creer que son la solución a todos nuestros problemas cuando, en muchos casos, consiguen que se vuelvan más graves", explica el autor.
La adicción a Internet aún no está catalogada en el DSM (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales) ni se ha encontrado, por el momento, vinculación con problemas de índole psicológico: "Todos somos esclavos de la Red. O, al menos, ésta quiere esclavizarnos a todos. Nos ofrecen sus servicios gratuitamente, pero también esperan que les ofrezcamos contenidos gratis. Su subsistencia y sus bolsillos dependen de nuestra participación. Cuantos más textos, fotos y vídeos colguemos, mejor para ellos. En resumen, cuanto más tiempo pasemos en Internet, más se enriquecerán".
Uno de los ejemplos de ex conectados que tuvieron la fortuna de darse cuenta de que se habían convertido en esclavos 2.0 es la ex influencer australiana Essena O'Neill. Un día, de golpe y plumazo, decidió cerrar sus perfiles en las redes sociales que aglutinaban más de medio millón de seguidores. Percibió que "lo único que realmente le hacía sentir bien era conseguir más followers". Pero "nunca era suficiente", tal y como ha reconocido en diversas entrevistas.
Mucho más próximos nos quedan los casos de Jon, un niño vasco de 14 años que se enganchó a las redes sociales por su adicción a los videojuegos y que ha sido capaz de escapar de esta dependencia, o de Cristina, una catalana de 29 años que llegó a hipotecar la mayoría de su tiempo libre en busca del amor en Tinder hasta decidió encontrar la felicidad en el mundo real.

Esclavos 2.0

"Cuando automatizamos una acción, como usar Whatsapp indiscriminadamente, debemos preguntarnos siempre qué nos aporta y qué nos resta. Desconectar de todo un buen rato es algo muy bueno: por lo menos, nos permitirá hacernos esta pregunta y tratar de contestarla honestamente. No hay nada malo en usar Whatsapp, pero sí en ser esclavo de él. Hay momentos en los que, simplemente, no deberíamos querer que se nos interrumpa; hay momentos que deberíamos querer solo para nosotros mismos", responde Enric a estos jóvenes (y no tan jóvenes) dependientes de la conexión Wi-fi o 4G.
Es cuestión de tiempo que se hable médicamente de la dependencia creada entre los usuarios y los dispositivos inteligentes: "Nuestras sociedades están llenas de adicciones. Que se diagnostiquen o no depende de muchísimos factores sociales, políticos y económicos. Pero, esté o no diagnosticada, hay una realidad que está a la vista de todos: en España consultamos nuestros smartphones una media de 150 veces al día, y nos entra ansiedad cuando nos quedamos sin Red. Nos aleja del espacio público y de el contacto físico con las personas, nos resta concentración, afecta negativamente a nuestra capacidad de aprendizaje y nos provoca incluso dolencias corporales". La era de digital ha traído consigo una nueva forma de esclavitud y esta se está cobrando ya sus primeras víctimas.
EL MUNDO, Martes 27 de diciembre de 2016

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