CECILIA JAN
Hace justo un año, escribí un post en el que os invitaba a sumaros a un desafío: dejar de gritar a nuestros hijos. Puede que os acordéis, el reto del rinoceronte naranja, que tuvo bastante repercusión entre otras madres blogueras
y en redes sociales. Un año después, constato con cierta vergüenza que
no lo he conseguido. Me planteé estar un mes entero, seguido, sin gritar
a mis niños. Durante cuatro meses, estuve llevando la cuenta de los
días que pasaba sin levantar la voz, y empezando otra vez cada vez que
la fastidiaba, aunque cada vez con menos convencimiento. Finalmente,
dejé de llevar la cuenta. He tenido periodos buenos y malos (escribir el
libro, quedarme por dos meses sin la cuidadora de la pequeña, y
preparar una boda no han ayudado a relajarme, precisamente), pero creo
que ni en los mejores he estado un mes entero sin perder la paciencia y
gritar.
Aun así, solían ser estallidos ocasionales, una vez cada unos cuantos
días o semanas. Algo que no me termina de satisfacer, pero tampoco
demasiado terrible. Pero resulta que llega julio, se acaba el colegio, y
con él, el comedor escolar, y me encuentro una semana seguida
enfureciéndome y volviéndome Darth Vader todos los días. ¡Qué
casualidad! Otra vez tengo el periodo crítico de gritos y enfados en verano. ¿O puede que no sea casual?
"A más tiempo de contacto, más posibilidades de que surjan
situaciones de conflicto. Te pasa con tu pareja, te pasaría con tu madre
si te fueras de vacaciones con ella, y también te pasa con los niños",
me confirma Mónica Serrano, psicóloga infantil responsable de la web psicologiaycrianza.com y experta de la Pedagogía Blanca. De hecho, después de las vacaciones, suelen aumentar los divorcios.
La combinación de niños ociosos y padres cansados es explosiva. Sobre
todo cuando ellos están de vacaciones y nosotros aún estamos trabajando.
"Los niños siguen teniendo la necesidad de estar activos, jugando,
explorando, que durante el curso se cubre con el colegio y la
extraescolares", explica. Y claro, llegas tú, adulto, cansado después de
tu jornada laboral y deseando tirarte en el sofá, y te encuentras con
que están aburridos y ya han visto demasiada tele, que tienes que
planificar sus comidas, conseguir que se lo coman, bajarles al parque o a
la piscina, separar hermanos que se pelean...
¿Qué podemos hacer para sobrevivir, e incluso disfrutar de este periodo? No, no vale mandarlos de campamento, ni a casa de los abuelos...
En mi casa, hay varios momentos críticos cada día:
- La hora de comer. David (casi 7 años), Natalia (5 años) y Elisa (3 años) tienen el famoso detector de verdura. No sé dónde lo compraron, o cuándo se lo instaló un extraterrestre malvado. El caso es, como leí en el chiste, que no son capaces de encontrar sus zapatos teniéndolos delante de sus narices, pero encuentran un trozo minúsculo de cebolla o de cualquier otra verdura en medio de cualquier plato. Hallazgo que comunican con grandes gestos de asco y que ralentiza la comida. También tienen esa sinceridad infantil criminal, que les hace decir "me gustan más las lentejas del cole" (cámbiese lentejas por cualquier plato medio sano que hayas pergeñado) y que te hunde más que si te lo hubiera dicho el jurado de Masterchef.
- La hora de bajar a la piscina. Doy gracias todos los días por tener piscina en la comunidad. Pero el momento de que recojan el cuarto, se preparen, preparar yo la bolsa, las toallas, y salir de casa es muy complicado. Normalmente la pequeña se niega a recoger o a vestirse, los mayores acaban antes de tiempo y se empiezan a sobreexcitar y a perseguirse, molestarse o gritar. Me empiezo a poner nerviosa, me queda algo por guardar, o por coger, o una merienda por preparar... Veo tan cerca la luz... Y a la vez tan lejos... Cada vez que abro el portal y salen, me recuerdan a los toros en Sanfermines saliendo de los toriles, tal es la energía que tenían acumulada.
- Las peleas entre hermanos. Son agotadoras. Te sientes árbitro y juez injusto todo el día. "¡Mamaaaaaaaá, David no me deja el iPad y me toca a mí!" "¡No es verdad, ella ya ha jugado una partida muy larga!" Eso cuando no oyes directamente los llantos porque alguien ha atizado a alguien.
Situaciones en las que, demasiado a menudo, al final pierdo la
paciencia y acabo zanjando con unos buenos gritos. Lo que por un lado me
desahoga, pero por otro, me deja hecha polvo y flagelándome el resto
del día y parte de la noche. Mónica Serrano da algunas pautas para
tratar de evitarlo:
1. Evitar conflictos innecesarios. Para ello, Serrano aconseja "ser más flexibles".
Pone como ejemplo el de la comida. "Sabes que es la única época del año
en la que comen contigo, así que procura poner platos que se coman
mejor, o dejar que fijen ellos la cantidad que quieren... No intentes
repetir en casa lo que sucede en el comedor. Son situaciones distintas,
con personas distintas y vinculaciones distintas", afirma. "¿Que van a
comer más espaguetis y menos verduras? No te digo que sea todos los
días, pero sí que lo intentes hacer más llevadero. Están todo el año
comiendo en el colegio de todo, les guste o no, la cantidad que les
dicen, a un ritmo determinado. Eso también les genera tensión. Necesitan
más flexibilidad, romper con ello". Me encanta la solución, para mí
sería lo más fácil. Pero ¿y no es poco sano?, pregunta mi yo
responsable. "También nos pasa a nosotros en vacaciones: comemos a
deshoras, tomamos más paellas, o cervezas o helados". Touché. La
psicóloga también recuerda que la comida tiene un componente emocional:
"Me la hace mamá, me la da máma... Y a mamá le reclamo lo que no puedo a
la cuidadora el resto del año".
Aboga por la misma flexibilidad en temas como recoger el cuarto o el
sueño. "Tienen más tiempo para jugar, y por tanto, para enredar y
desordenar. Pero hay que entender que necesitan romper con la rigidez del curso, de los horarios, los deberes, y relajarse".
"Lo importante es identificar los conflictos innecesarios, darse cuenta
de que no pasa nada porque en un periodo del año se relajen ciertas
costumbres", insiste. "Tenemos miedo que que si no comen verduras o
recogen, será siempre así. Pero no, luego se retoman los horarios y rutinas en septiembre. Les costará, pero a todos nos cuesta", recuerda, y nos insta a verlo como una época transitoria.
"Si nosotros somos más flexibles, el ambiente será más relajado". Los
niños estarán más tranquilos, y nosotros también, así que gritaremos
menos.
2. Llenar el tiempo con actividades interesantes. Serrano reconoce que el verano supone un reto para la creatividad de los padres,
y recomienda "planificar el tiempo de ocio, sobre todo si puede ser en
familia". "Durante el año, muchas veces no te ves, en muchas familias el
contacto diario con los niños se limita a los deberes, el baño y la
cena", describe. "Hacer actividades divertidas con ellos reduce la
tensión y mejora el ambiente familiar".
Buscar actividades, sobre todo al aire libre, es también la forma de
evitar otra fuente de conflicto frecuente: las horas de pantallas. "En
casa van a pedir tele, iPad, videojuegos... Para reducir ese conflicto,
lo mejor es salir, ir al parque, a la piscina, que ni se acuerden de las
pantallas".
Serrano no es partidaria de los deberes en vacaciones. "Igual que
nosotros intentamos no llevarnos trabajo a las vacaciones, me parece un
poco injusto obligarles a hacer deberes, creo que hay que descansar y
desconectar", opina. Pero es consciente de que muchos padres consideran
importante que los niños repasen. "Si hay deberes, con mesura, pocos y
poco rato. Y sobre todo, que no resulten una lucha". Y sugiere hacer
actividades distintas a las del resto del año, "pero que también son muy
importantes y necesarias", como deporte, natación... "Hay que
aprovechar los dos meses que tenemos para romper con el sedentarismo".
3. Peleas entre hermanos.
Para evitarlas, la psicóloga recomienda procurarles opciones de juego,
movimiento y actividad interesantes, ya que muchas veces surgen por el
propio aburrimiento. Como sucede con los padres, también con los niños
"cuanto menos tenso sea el ambiente, habrá menos peleas". Pero Serrano
recuerda que las peleas entre hermanos "surgen siempre, y que tienen su
función de socialización". Así que, en estos casos, "el papel más
importante de los padres es no tensar más. Si hay una pelea y yo
castigo, o pregunto a ver quién ha sido, se genera cada vez más tensión.
Hay que intentar no juzgar, porque muchas veces es culpa de todos, y consolar. Intervenir para parar la pelea e ir relajando el ambiente".
4. Rebajar las expectativas de los padres. Serrano
pone como ejemplo el del niño pequeño al que le da miedo el agua y no
quiere bañarse. "Los padres muchas veces se obsesionan con que tiene que
probarlo, que se lo pasará bien, y le intentan obligar", lo que genera
muchos conflictos. "No pasa nada, ya irá cogiendo confianza. Hay que
relajarse en todos los sentidos, y procurar adaptarnos a sus gustos".
En definitiva, recordar que en vacaciones a todos nos gusta
relajarnos, tener menos obligaciones, hacer cosas al ritmo que
queremos... Y a los niños también.
Intentaré aplicar estos consejos y retomar el desafío de no gritar. Si seguistéis el reto del año pasado, os invito a que contéis en los comentarios qué tal os ha ido. Nuria Amorós, que creó un grupo de Facebook a partir de ese artículo,
me cuenta que son más de 2.700 seguidores, y que aunque no lo ha
conseguido del todo, sí ha mejorado, al igual que otros miembros. ¿Os apuntáis?
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