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La sorprendente consecuencia de que el menú del colegio no esté rico

MIGUEL ÁNGEL BARGUEÑO
La obesidad entre los más pequeños podría superar a la desnutrición infantil en 2022. Lo advierte un estudio que acaba de publicar la revista The Lancet en el que se confirma que, de 1975 a 2016, el número de niños y adolescentes obesos en el mundo se ha incrementado de 11 a 124 millones. Pero, ojo, porque las cifras no acaban aquí. El sobrepeso, antesala de la obesidad, ya alcanza, además, a 213 millones de menores.

Esta investigación dirigida por el Imperial College de Londres y la Organización Mundial de la Salud (OMS), la más exhaustiva hasta la fecha, analiza una muestra de 130 millones de personas mayores de cinco años de 200 países.
A pesar del aumento de la prevalencia en España en las últimas cuatro décadas–del 3 al 12% en niños y del 2 al 8% en niñas–, nuestro país no es de los peor parados. Las políticas emprendidas por el Ministerio de Sanidad, comunidades autónomas y ayuntamientos en los últimos años parecen haber ayudado a la ralentización en el aumento de estas cifras.

Comer en el cole

La Ley de seguridad alimentaria y nutrición advierte de que las comidas servidas en escuelas infantiles y centros escolares deben ser variadas, equilibradas y estar adaptadas a las necesidades nutricionales de cada grupo de edad. Y deberán ser supervisadas por profesionales con formación acreditada en nutrición humana y dietética. Campañas como los Desayunos Saludables de la Comunidad de Madrid destinados a la sensibilización de la comunidad escolar apuntan también en esa dirección.
¿Pero de qué sirve un menú equilibrado en la escuela si los niños lo encuentran insípido o aburrido, lo desechan y a la salida, hambrientos, se atiborran de chuches y bollería industrial?
Es lo que podría estar sucediendo en Estados Unidos, donde en 2012 se puso en práctica el programa Healthy, Hunger-Free Kids Act (Ley de niños sanos y sin hambre), que retiró de las bandejas de 30 millones de estudiantes pizzas, alitas de pollo y patatas fritas cargadas de sal. A partir de entonces, los menús tienen que ser bajos en grasas, calorías y sodio y contener proteína magra, más frutas y verduras y grano integral.
No hay unanimidad en cuanto al balance: si bien en 2016 un estudio publicado en JAMA Pediatrics concluía que “la implementación de los nuevos estándares de comidas no estuvo asociada con un efecto negativo en la participación de los estudiantes”, un artículo publicado en 2015 en el New York Times hablaba de cubos de basura desbordados”. (Una normativa de mayo de 2017 ha relajado esos estándares).

Una fruta fría en invierno no apetece

Ese periódico lo compara con Francia, donde “un menú típico (ensalada de pepino con vinagreta, lasaña de salmón con espinacas, fondue con pan para mojar y compota de fruta de postre) probablemente no pasaría el filtro de la Ley de niños sanos y sin hambre por el uso de granos refinados, grasa, sal y calorías”.
Ni por la tarta semanal de chocolate, plantea el rotativo, y recuerda que, sin embargo, allí la cuota de obesidad es la más baja del mundo occidental: está rico y se lo comen, lo que evita que suplan esos alimentos con comida basura.
Un menú saludable no puede ser que no sea rico: implica que sea apetecible”, señala Manuel Moñino, miembro del Área de Gestión del Conocimiento Científico de la Academia Española de Nutrición y Dietética. “Porque si no es apetecible, la promoción de hábitos alimentarios puede verse resentida, continúa.
Según explica este experto, la comida deja de ser atractiva, por ejemplo, cuando las texturas o los colores de todos los platos son similares. O cuando la temperatura no es la adecuada: “Una fruta fría y dura en invierno no se la come nadie; pero si está en buen estado y a una temperatura adecuada a la estación, es más fácil que el niño la disfrute”, aclara Moñino.

Las habilidades del chef, fundamentales

También depende de las habilidades culinarias del chef, claro está. El colegio puede contar con cocina in situ y que los platos que salgan no sean ricos al paladar. Y una comida de catering transportada “puede ser muy rica”, rebate el experto.
Para la dietista-nutricionista Juana María González Prada, directora técnica de la clínica Alimmenta (Barcelona), “el apetito está relacionado con saber identificar el alimento, que guste verlo, la textura…”. Y aclara: “No porque a los niños no les guste hay que dejar de ponerles pescado, pero añadámosle una salsa de tomate, verduritas salteadas… En fin, que esté rico”.
No hay que olvidar que al cole se va a aprender, y la hora de la comida no debe ser una excepción. “Con el sentido del gusto se nace, pero también se educa”, añade la nutricionista.
Un estudio publicado en 2015 en JAMA Pediatrics encontró que cuanto más agradable es el sabor de los menús y el entorno en que se come, mayor es el consumo de frutas y verduras.
EL PAÍS, Jueves 19 de octubre de 2017

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