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Niño, sube la música: el rock a todo trapo ayuda a estudiar

RAQUEL RIVERA
En los manuales sobre técnicas de estudio leeremos conceptos como repetición, esquemas, resumen, fichas, subrayados, ejercicios prácticos… Todo esto en una habitación con ventilación, libre de ruidos y distracciones. Pero, ¿y la música? Hay investigaciones que relacionan el lenguaje musical y las emociones que genera con la capacidad para memorizar y aprender contenidos. Un estudio publicado en la revista Learning and Individual Differences comprobó que los alumnos que habían recibido una hora de clase con música clásica de fondo sacaron mejor nota en el examen de la materia impartida que el grupo que escuchó la misma lección sin ambiente musical. La explicación: la música fortalece el ánimo y nos hace más receptivos a la información.

Una forma divertida de aprender

 El buen humor anima al cerebro a retener. Cuando este trabaja con música, se está acostumbrando a unos ritmos que lo van a predisponer a fijar la atención sobre un contenido. Puede ser relacionado con el tema, como cuando se emplean las canciones para aprender un idioma. Lo explica Marie Lallier, investigadora del Basque Center on Cognition, Brain and Language (BCBL): “La música que escuchamos nos permite destacar y predecir señales auditivas. Cuando el cerebro está habituado a coger los ritmos del habla, llega a hacer predicciones automáticas de esas fluctuaciones y le permite fijarse en el contenido de la lengua”. Pero también con un asunto ajeno. “Estudiar con música implica beneficios emocionales, y el cerebro se sitúa en un estado cognitivo apropiado para poner en práctica la tarea de memorizar”, dice.
Hablamos del placer de estudiar con música, ya sea clásica, rock, flamenco, heavy-metal, pop, reggae, jazz… Lo importante es que la elija quien vaya a aprender esos contenidos. “No hay una música mágica para estudiar y concentrarse. La canción o melodía debe tener un vínculo con la persona, con su historia, porque el cerebro hace asociaciones. Si existe, se llegará a un estado de relajación que ayudará a jugar con esos acordes y servirá de apoyo para las estrategias mnemotécnicas”, sostiene Antonia de la Torre, especialista en musicoterapia del centro Isomus de Córdoba. “Nuestra capacidad de memorizar es mejor cuando escuchamos música, pero siempre que nos agrade”, insiste Javier Chirivella, director del Centro de Rehabilitación Neurológica FIVAN de Valencia. La razón: los hemisferios izquierdo (que se encarga de la parte verbal, la lógica y la aritmética) y derecho (el de la imaginación y la creatividad) se unifican con fuerza. “La comunicación interhemisférica es potente. Por ello, la música puede facilitar la memoria a largo plazo”, sostiene De la Torre. Por su parte, Manuel Arias, neurólogo coordinador del Grupo de Estudio de Humanidades de la Sociedad Española de Neurología (SEN), subraya que la respuesta emocional de la música facilita la concentración y la relajación en el momento del estudio, pero sobre el efecto en la memoria cree que todavía queda por investigar para llegar a una evidencia científica clara: “Lo que sabemos es que el lenguaje musical, el ritmo y la armonía hacen que nuestro cerebro disfrute y eso es positivo en el proceso de aprendizaje”. Pero Chirivella sostiene que la exigencia cognitiva que supone escuchar obras clásicas es mayor que con temas donde impere el ritmo. Por ello, la música barroca y la de Mozart se han utilizado para focalizar la atención en tareas como la memoria y la lectura. ¿Y qué ocurre cuando hay letra? “En este caso se analiza a través del sistema de procesamiento del lenguaje, además de activar la corteza visual, la motora y el sistema límbico (respuestas emocionales). Este tipo de música se puede emplear como herramienta para trabajar el habla o el vocabulario”, explica.

El curioso caso de Mozart

El efecto Mozart ha incitado multitud de debates sobre el poder de la música en el aprendizaje. En 1993 un grupo de científicos de la Universidad de California constataron en un trabajo publicado en la revista Nature la influencia positiva de la música del genio en el cerebro: comprobaron que los estudiantes que escuchaban durante 10 minutos la Sonata para Piano en Re Mayor (K.448) obtenían mejores resultados en razonamiento visual y espacial. Pero este beneficio duraba entre 10 y 15 minutos. “Mozart tiene una música formal, cuadriculada, matemática, que tiende a transmitir a la persona orden y seguridad”, indica De la Torre.
Walter Verrusio, investigador de la universidad de Roma La Sapienza, ha publicado recientemente un trabajo sobre cambios neurofisiológicos en el cerebro tras escuchar obras de Mozart, unos efectos que no se producen, por ejemplo, con la música de Beethoven. “Se observa un incremento de las ondas alfa, relacionadas con la memoria y la resolución de problemas. Parece que la música de Mozart es capaz de activar unos circuitos corticales neuronales relacionados con la atención y las funciones cognitivas que otro tipo de obras y compositores no pueden”, apunta Chirivella. Lo que ha sido un error de interpretación es relacionar la música del compositor austriaco con un mayor desarrollo de la inteligencia. Y al calor de este mito también se han sucedido trabajos que echan por tierra las supuestas virtudes de la obra de Mozart. Por ejemplo, un trabajo desarrollado por la Universidad de Viena en 2010 indicó que no hay resultados concluyentes para decir que escuchar la famosa sonata potencia nuestra inteligencia. Nils Nilsson, profesor de la Universidad de Stanford, incidía en este punto en un artículo: “No se ha probado de manera concluyente que la música incremente el razonamiento espacial. Los efectos tienen que ver con el estado de ánimo, la excitación y el disfrute”.
Por lo tanto, hasta que los científicos se pongan de acuerdo, nos quedamos con el placer de escucharla, siempre que nos guste. “Nuestro cerebro necesita alimento cognitivo para enriquecerse”, concluye Chiriviella, quien en este punto recuerda una de las frases célebres de Nietzsche: “Sin música, la vida sería un error”.
EL PAÍS, 3/12/2015

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