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El Ratoncito Pérez: la ilusión de dejar un diente debajo de la almohada

ANA CAMARERO
Se despertó sobresaltado. De repente, le entró la duda de pensar si a lo largo de la noche habría ocurrido lo que desde hace días llevaba tiempo esperando. Horas antes, el diente que durante semanas se había ido descolgando de su encía, cayó sobre su lengua mientras daba un bocado a ese fabuloso bocadillo de chorizo. Al fin, -pensó-, ya lo tenía entre sus dedos y estaba claro que lo colocaría debajo de su almohada en el mismo instante en que se fuera a dormir. La luz entró por una rendija, se movió con sigilo y, poco a poco, a oscuras, deslizó su pequeña mano debajo de la almohada ante el temor de encontrarlo. No, había desaparecido… y en su lugar el Ratoncito Pérez había depositado dos monedas que destinaría a engrosar la pequeña hucha que tenía sobre su escritorio. Esta historia forma parte del acervo cultural de la mayoría de niños españoles y también de algunos países hispanoamericanos, desde que a finales del siglo XIX, el escritor, periodista y jesuita español Luis Coloma – a quien se atribuye la invención de este personaje fantástico- escribiera un cuento para el futuro rey Alfonso XIII, que entonces tenía 8 años, y al que se le cayó un diente.

Desde entonces, niños con edades comprendidas entre los cinco y los 10/11 años, han repetido esta costumbre de depositar sus piezas dentales debajo de la almohada para ser “premiados” por este personaje con algún pequeño regalo o alguna moneda. La existencia de la figura del Ratoncito Pérez u otros personajes imaginarios semejantes, como el hada de los dientes, en opinión de la psicóloga Carmen Durán, autora del libro “La benevolencia” (Editorial Kairós), “ayuda a los niños a asumir la pérdida de sus dientes de leche, al recibir un premio por ellos, haciendo más llevadero ese pequeño trauma”.
Durán apunta que el desenmascaramiento por parte de los padres de la figura del Ratoncito Pérez, debería producirse “cuando en cada niño se instaure el principio de realidad. Cuando los niños empiecen a cuestionarse cómo es posible que entre un ratón a su cama, como se puede llevar los dientes, para qué... Creo que ese es el momento de explicar el mito. Querer alargarlo, es como querer alargar la infancia y escaparse de los límites de la realidad”.
Francisco Basanta, pediatra del Hospital La Milagrosa, sostiene que es beneficiosa la existencia de este personaje en la vida de los más pequeños, “hasta que el niño tenga una madurez suficiente para asumir que los padres no engañan, sino que crean ilusiones o hasta que manifieste su descubrimiento por comentarios de compañeros. Generalmente, ambos procesos suelen coincidir en el tiempo. En cualquier caso, hay niños más y menos maduros y dependerá de cómo los padres aprecien el grado de madurez de su hijo y la ilusión con la que vive el tema”. Basanta coincide también con la psicóloga Carmen Durán en la manera en la que los padres deben gestionar con los más pequeños de la casa “la verdad” de este personaje de ficción. En este sentido, Basanta afirma que el “descubrimiento” de la realidad se tiene que efectuar “con naturalidad, que no se sientan frustrados ni perciban sensación de engaño por parte de los padres. Hablar con ellos con tranquilidad, explicarles que los padres crean una ilusión a los hijos, para que sean más felices. Disfrutar con ellos de lo bonito del cuento mientras duró”.
Pero, ¿qué tipo de efectos tiene el fomento de este tipo de personajes imaginario en la vida familiar y en particular en los niños? Carmen Durán considera que “el mito es como un puente tendido entre la etapa donde todo el imaginario es real y posible y aquella en la que empiezan a instaurarse los límites de la realidad”. Una cuestión que según Francisco Basanta, “no resulta perjudicial, en absoluto. Casi todos los niños sueñan y viven constantemente situaciones y con personajes que no existen en realidad, sin necesidad de que los adultos les estimulemos a ello. No hay nada de malo en que nosotros creemos una más que, probablemente, será menos agresiva que otras que se van a encontrar sin nuestra ayuda. Es bonito, es un cuento, una ilusión. Si a esa edad no tenemos ilusiones y sueños, mal vamos…”.
La creencia de muchos niños en la existencia del Ratoncito Pérez puede extenderse desde los cinco hasta los nueve, diez años, periodo durante el cual los veinte dientes temporales o “de leche” se irán desprendiendo uno a uno de sus encías. Un hecho, que en opinión de Diana González Gandía, socio titular de la Sociedad Española de Periodoncia y Osteointegración (SEPA), odontopediatra, “puede ayudar, en muchos casos, a un buen comportamiento y a tener una higiene dental más intensa en tiempo de cepillado y días anteriores a la caída del diente. Aunque en algunos niños puede suceder que la molestia de la movilidad del diente hace que evite la higiene dental en esa zona”. González Gandía explica que la caída de los dientes temporales (o de leche) empieza sobre los seis años con los incisivos inferiores centrales, sigue con los incisivos superiores centrales y acaba sobre los ocho años con los incisivos laterales superiores e inferiores. De este modo, se completa la primera fase del recambio dentario junto con la erupción de los molares de los seis años. “Esta es la etapa donde la imagen del Ratoncito Pérez es más importante, puesto que la segunda fase del recambio dentario es a partir de los diez años aproximadamente”. González Gandía señala que, “a veces, algunos niños que recambian los dientes tardíamente pueden incluso tener problemas en el cole por no pertenecer al “club de los mellados””.
Entre los consejos que hay que poner en práctica para que el Ratoncito Pérez recoja unos dientes y muelas en perfectas condiciones y pueda disfrutar de ellos, apunta González Gandía, se encuentran: “cepillarse tres veces al día después de las comidas, siendo importantísimo realizar siempre el cepillado de la mañana y, sobre todo, el de la noche, ya que se está inactivo y hay menos autolimpieza. Es aconsejable que el niño mastique cosas duras como manzanas, zanahorias, frutos secos (en vez de cereales, galletas, ganchitos y otros tipos de aperitivos salados) para un buen desarrollo de los maxilares y evitar azúcares pegajosos. Un consejo práctico para cuando empieza a moverse un diente es que lo sigan limpiando con cuidado pero mucho rato; de esta forma la encía no se inflama y caen con más facilidad. Ya sabéis el truco para vuestros hijos!”. Finalmente, se aconseja que los papás supervisen y repasen el cepillado de los niños, preferiblemente hasta los 10 a 12 años que es cuando ya adquieren suficiente destreza manual para hacerlo solos.
EL PAÍS, Miércoles 18 de abril de 2018

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