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Lo que te puede suceder si abusas del chocolate o las grasas

ELSA VELASCO
Abusar del chocolate o las grasas induce comportamientos propios de la adicción que promueven la obesidad y la diabetes, según una investigación realizada en ratones y liderada por la Universitat Pompeu Fabra (UPF) y el Centre de Regulació Genòmica (CRG), ambos en Barcelona. Tras exponerse a largo plazo a dietas ricas en chocolate o en grasa, los animales desarrollan adaptaciones en el cerebro similares a las que producen las drogas. Extrapolado a personas, eso indicaría por qué es tan difícil tratar la obesidad: por mucho que se intente cambiar la dieta, los cambios en el cerebro promueven que los pacientes recaigan y vuelvan a comer alimentos ricos en grasas y azúcares.

“Debemos ser conscientes de la vulnerabilidad que genera la exposición repetida a este tipo de dietas con altas calorías y muy apetecibles”, advierte Rafael Maldonado, investigador de la UPF y codirector de la investigación, publicada en dos artículos en el mes de marzo en la edición impresa de la revista Addiction Biology. “Si nos exponemos de manera repetida a este tipo de dieta, se pueden producir cambios muy sustanciales en nuestras conductas, a muy largo plazo y posiblemente muy difíciles de revertir”, remarca Maldonado en entrevista telefónica.
Los investigadores han realizado dos tipos de experimentos. En uno de ellos, los ratones podían elegir entre comer un preparado hecho con chocolatinas de las marcas Bounty, Snickers, Mars y Milka –escogidas por ser las más consumidas– o pienso normal, que les proporciona una dieta equilibrada. En el otro experimento, los ratones solo podían comer una dieta rica en grasas.
En ambos casos los ratones se volvieron obesos y diabéticos. Y los que podían elegir entre pienso o chocolate preferían con creces la segunda opción. “A los ratones les encanta el sabor del chocolate”, señala Rafael Maldonado. Además, después de varios meses –equivalentes a años en personas– ambas dietas alteraron profundamente su comportamiento.
Los ratones se volvieron menos flexibles con la comida: dejaron de querer comer otra cosa que no fuese el chocolate o el pienso rico en grasas. “Si una persona se levanta, va a desayunar y no encuentra magdalenas, comerá otra cosa”, explica Maldonado. Pero si se vuelve inflexible, no se conformará con un sustituto y no desayunará hasta encontrar sus magdalenas. “Si perdemos la flexibilidad en la conducta alimentaria, será más fácil que reincidamos una y otra vez”.
Y ya no era solo que los ratones no quisieran otra comida, es que sus vidas pasaron a girar en torno al chocolate y el pienso rico en grasas. “Los animales perdieron el control de la ingesta. Dirigían todas sus actividades hacia la búsqueda y el consumo de esta comida”, relata Maldonado. En cuanto los investigadores les servían el alimento, se daban verdaderos atracones. Además, pasaron a picotear constantemente y a comer también durante el día, cuando los ratones son nocturnos y normalmente solo se alimentan de noche.
Los investigadores también probaron a devolverles una dieta equilibrada, pero en cuanto los volvían a exponer al chocolate o las grasas, los animales recaían en su conducta alterada. “Curiosamente, recaían con los mismos tres estímulos que hacen recaer a las personas”, señala Rafael Maldonado: el estrés, la propia comida y un estímulo que les recordase a la comida. En el último caso, el estímulo era una luz que habían asociado con el alimento, pero en personas equivaldría a un anuncio publicitario, por ejemplo.
La ingesta de comida, especialmente si es sabrosa, activa los circuitos de recompensa del cerebro y produce placer. “Este circuito de placer está adaptado a recompensas naturales. Pero si lo activamos de manera repetida, se producen adaptaciones que generan adicción”, explica Maldonado. Es lo mismo que ocurre con las drogas, subraya el investigador. Y, al igual que un adicto a la heroína persigue la droga a cualquier precio, los ratones adictos a las grasas y el chocolate centraron todo su comportamiento en ingerir estos alimentos, incluso aunque eso les perjudicase: los investigadores probaron a disuadirlos provocándoles una descarga eléctrica cada vez que se usaban sus comederos, pero ni así dejaron el chocolate o las grasas.
Comer por placer
Los animales no solo comemos porque lo necesitamos, también porque nos produce placer. “Cuando vemos algo apetitoso, tendemos a comerlo, nos falte o no energía”, explica Rafael Maldonado. Se trata de un mecanismo evolutivo que nos permite acumular energía para cuando haya escasez de comida. Sin embargo, en nuestra sociedad, donde nunca falta alimento, este mecanismo nos puede jugar una mala pasada.
Aunque el mecanismo preciso por el que se producen estos cambios en el cerebro todavía no está claro, Maldonado y su equipo han hallado indicios que apuntan a que el exceso de placer por ingerir chocolate o grasa produce inflamación en el centro de recompensa. Esta inflamación estaría detrás de los cambios de comportamiento.
Los investigadores afirman que los resultados son extrapolables a nuestra especie, ya que el circuito del cerebro responsable del placer es muy similar. Además, el experimento en el que los ratones podían elegir entre el chocolate y la dieta equilibrada refleja la realidad en la que vive la sociedad occidental, según Maldonado. No obstante, el equipo ha planeado empezar estudios en personas.
Identificar los cambios de conductas y los tipos de dietas que los producen nos puede dar pistas sobre cómo revertirlos y dar con una estrategia terapéutica racional para el grave problema de salud pública que son la sobreingesta, el sobrepeso y la obesidad”, concluye el investigador de la UPF.
LA VANGUARDIA, Jueves 12 de abril de 2018

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