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Los proyectos de hombre

BERTA GONZÁLEZ DE VEGA
La adolescencia llega y no es para tanto. Nada como imaginar un horror para que no lo sea. Tener expectativas altas con el posible desastre. Imaginarlos enganchados al porno 'on line' en prácticas sexuales de riesgo, comprando el botellón en el chino de la esquina. Pues nada. Que sí, que son menos cariñosos, a veces están mohínos y les cuesta más madrugar, además de que huelen a tigre cuando vienen de entrenar. Bah. Que todo sea eso. Y juegan mucho con el ordenador. Es más, juegan tanto y gritan con sus auriculares a sus amigos ("Nico, tío, me van a matar") que una casi acaba pensando que quizás no les viniera mal salir un poco y desvariar. Hacer el payaso, romperse la camisa como el Camarón a ritmo de... Taburete. No, nunca lo harían, porque en esta casa la única fan de Willy Bárcenas es una madre de la que se ríen. Son más de C Tangana y de Sabaton, un grupo sueco que hace heavy con letras sobre gestas bélicas y suben un tanque al escenario. Sí, también se aprende de los adolescentes.

Menudo rollo de etapa. ¿Alguien la puede echar de menos? Cada cana es una victoria, cada arruga es un peldaño hacia la perspectiva que ordena prioridades y principios. En la adolescencia, casi todo suele estar nublado por expectativas, decisiones duras (¿Letras o Ciencias?), deseos de matar a los padres que tan bien nos tratan, angustia hacia un futuro que siempre es negro. La recuerdo así. Nihilista como la banda que asalta la casa del Gran Lebowski, esos que "no creen en nada". En la adolescencia tenía sentido la decisión de Hendrix, Joplin y Morrison de abandonar el mundo antes de los 30 porque, ¿qué sentido tenía la vida después? Iba a ser una cuesta abajo de responsabilidades impuestas. Lo malo es que cada vez más cuarentones siguen ahí. Y cuarentonas. A unos les aplasta el sistema y a otras, el patriarcado.
A los adolescentes de ahora, según estadísticas, no les ha dado por las drogas duras. Tienen el móvil que, por cierto, es útil para esos momentos muertos que antes se mataban con un pitillo. Cuando desesperemos, conviene hacer memoria.
Los niños de la EGB nos criamos en los 80 con primos mayores y conocidos yonquis. Y palmaron, no sin antes hacer profundamente desdichados a sus padres. Pasaban por quirófano y mi padre les quitaba válvulas cardiacas calcificadas que volverían a estarlo si se seguían pinchando. Atracaban farmacias, como aquella de Plaza de España, calle Bailén, para las jeringuillas. Y, en Jaén, me contaban el otro día, los camellos cabrones captaban a los niños a las puertas de los colegios. Aquello nos vacunó y, por unos años, fuimos sanotes, antes del botellón y la cocaína masiva. Más de litrona, cubata y música.
Hay muchos padres que fueron más malotes que sus hijos. De hecho, conozco ya a varios que están mosca por lo poco que salen sus retoños a los bares, qué lugares, tan gratos para conversar. Otros han salido un poco helicópteros, vaya a ser que se nos escape el niño a que le echen chupitos de tequila en la boca en la barra de un bar y luego le agiten la cabeza, mientras lo expulsa por la nariz. O leche de pantera. Que no, que no son para tanto. Son un "proyecto de hombre" andante, pero, al menos, no acaban con las venas destrozadas en Proyecto Hombre. Se matan en el ordenador.
EL MUNDO/BLOG DE UNA MADRE DESESPERADA, Martes 24 de abril de 2018

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