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Tus hijos no aprenden nada: la hecatombe del bilingüismo y otros dramas educativos

ALBERTO OLMOS
A menudo, muy a menudo, todo el rato y en toda ocasión, hay algún político que, preguntado sobre cómo solucionaría él un problema, dice muy serio: Educación. Inmediatamente comprendo que ese político no tiene ni la menor idea de cómo solucionar ese problema. Habrán notado que el comodín Educación vale para cualquier intangible, desde la violencia doméstica al machismo entero, pasando por la ecología, la xenofobia, la ética o la lectura. Lo que quieran se soluciona o se implanta con Educación.

Resulta que los niños y los chavales van al colegio o al instituto con la cabeza vacía, el alma virgen, y con un apañado hueco abierto más o menos donde antes estuvo la fontanela. Entonces el profesor coge el saber, la ética, los buenos sentimientos y se los mete por ahí al niño y salen las personas como queremos que sean, inalterablemente programadas.
Prueba de todo esto que digo es que, quien más quien menos, todos leemos unos cien libros al año. Qué remedio. En la escuela, el colegio y el instituto no pararon de decirnos que leyéramos, y ahora nos es imposible salir de casa sin un libro en cada mano.
Es normal, por tanto, que nos asustemos ante lo que sucede en las escuelas catalanas, donde manipulan a los niños y los hacen independentistas ya sólo con sacarles a la pizarra a pintar un lazo. Coge la tiza amarilla, nen, indica malévolo y triunfal el profesor. Y con eso ha creado un independentista de por vida.
Como, según parece, todo se arregla con Educación, pienso que es muy curioso que aún no se haya arreglado casi nada.

Cultura y Educación

Dijo muy bien Umbral cuando el PP unió por primera vez en un mismo ministerio Cultura y Educación que aquella mezcla era un disparate, pues la Cultura representaba exactamente lo contrario de la Educación. Aunque la idea parece juguetona, ingenio a tanto el kilo, yo la veo muy aplicable. Si algo nos defiende de que nos eduquen es la Cultura. Y, si algo entorpece que nos eduquen, es asimismo la Cultura. Asumamos por tanto que todo lo que no es escuela es Cultura.
Es ahí donde cobra todo el sentido la frase de Luis Alegre según la cual la escuela está para defender a los hijos de sus padres. Otra cosa es que la escuela pueda desintoxicar de machismo a un chaval que viene de una cultura machista, por ejemplo. La escuela, el profesor, lo intenta; y está bien que lo intente. Pero si somos un poco honestos y recordamos nuestro paso por las aulas, o convivimos con profesores de instituto que nos cuenten su día a día, convendremos en que, si ya les cuesta en muchos casos que un alumno baje los pies del pupitre, lleve un cuaderno, haga acaso algún deber o deje de llamar gordo a otro, cuánto más no costará cambiar la imagen de la mujer que tiene implantada, o sus prejuicios racistas o su desprecio por los libros.
La mala noticia que les traigo hoy -y traigo muchas- es que la escuela no hace milagros. Dudo mucho que un taller, una clase, una manualidad inclinada a propagar la igualdad de género o a promover la lectura cambie a un niño que procede de una cultura machista o embrutecida. La cultura machista sólo se limpia con Cultura igualitaria, no con instrucción. Un niño acostumbrado a oír y repetir barbaridades sobre las mujeres o sobre los chinos o sobre los andaluces sólo dejará de creer en ellas si cambia de entorno, cosa que suele suceder cuando deja atrás a su familia y -ojo- el propio sistema educativo. La escuela o el instituto no son entornos, sino una intersección de entornos. En rigor, un amable confinamiento. El niño, de alguna manera, lo sabe, y por eso casi ningún niño va contento a la escuela, pues la escuela es el sitio donde se lleva la contraria a los niños.

Los padres

Otra mala noticia que les traigo tiene que ver con los padres. Ha sido ahora que yo soy uno de ellos cuando me he dado cuenta de que la búsqueda de colegio por parte de los padres dista mucho del ideal “buen colegio”. Los padres no quieren decir con “buen colegio” que en él haya buenos profesores, método avanzados o instalaciones deslumbrantes. Es lo que dicen, sí, pero no es lo que quieren decir. Un buen colegio, para todos los padres, es aquel en que los demás alumnos pertenecen a un entorno privilegiado, lo más privilegiado y homogéneo posible. Quieren que el colegio sea una ampliación del entorno del niño, o el primer escalón hacia un entorno mejorado. Por eso, a los padres les preocupa mucho más con qué niños se va a mezclar su hijo que los profesores que va a tener.
Ahí entran los esfuerzos de una familia sin demasiados recursos por llevar a su hijo a un colegio privado, el falseamiento de la dirección postal para conseguir ser admitidos en determinados colegios públicos o el hecho, muy llamativo, de que ciertos institutos de Madrid concentren a los propios hijos de los profesores. Si de verdad creyéramos en la educación pública, todos llevaríamos a nuestros hijos al colegio que queda más cerca de casa.
Además, si a los niños estudiar no les importaría mucho en caso de que tuvieran otra opción, a sus padres que el niño aprenda les importa mucho menos que la providencia de que apruebe. Esto podrán decirlo los profesores, pero es seguro que van muchos más padres a quejarse de que su hijo ha sido suspendido que de que su hijo no aprende nada.

Bilingüismo

Si esto último -el deseo de que tu hijo aprenda algo- fuera lo común, hace tiempo que en Madrid se hubiera montado la mundial. Ahora mismo se está produciendo una hecatombe educativa en la Comunidad, hecatombe a la que se ha bautizado como bilingüismo. Ya son varios los padres que me han confesado que llevarán a sus hijos a un colegio que no sea bilingüe, o que lo cambiarán a uno no bilingüe el próximo año.
Esta disidencia se debe a que, en un colegio o instituto bilingüe -entre otras muchas alteraciones y tropelías- es normal que un profesor que ni siquiera ha aprobado la oposición dé clases de Sociales o Naturales en inglés sólo porque hay pocos profesores de Sociales o Naturales habilitados en ese idioma. Obviamente su dominio de un inglés tan específico muchas veces es bastante cuestionable, de modo que imparten clases de algo que está acreditado que no saben (suspendieron la oposición) en un idioma que no hablan bien del todo.
Es curioso que nos escandalicemos por que en determinadas comunidades autónomas alguien pueda convertirse en médico sólo por saber catalán y no nos escandalicemos por que en Madrid alguien pueda ser profesor de casi cualquier cosa sólo por saber (algo de) inglés.
Esto da un poco igual porque los niños únicamente aprenden palabras sueltas; las partes de la planta, por ejemplo. Como leímos en este mismo periódico, la fotosíntesis no se la puedes explicar a un niño en inglés. Así que adiós a la fotosíntesis. ¿Qué más da?
Una madre, además, me dijo que todas las clases en inglés que recibe su hija, sean Artes, Valores o Sociales, son para la niña una y la misma: Inglés. Cuando vuelve a casa, mi amiga le pregunta a su hija qué ha aprendido ese día. Y la niña es incapaz de decirle lo que ha aprendido. Esto supongo que también carece de importancia.
Lo importante es que aprueben, que sus compañeros sean de clase media homogénea, que el niño sepa decir “My name is Manolito” con siete años y que, mucho tiempo después, obtenida una licenciatura en Letras sin el menor esfuerzo, podamos pagarle uno de esos másters vacíos e innecesarios donde siga sin aprender nada, pero que decore su currículum.
Al final el máster de Cristina Cifuentes es nuestro penoso modelo: dinero + contactos; no sean hipócritas.
EL CONFIDENCIAL, Miércoles 11 de abril de 2018

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