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El alérgico, ¿nace o se hace?

ÁNGELES GÓMEZ LÓPEZ
Después de unos cuantos días de lluvia, llegan las temidas alergias. Y como en tantas situaciones, la sentencia mal de muchos… no es un consuelo para los 16 millones de personas alérgicas que viven en España, de las cuales la mitad lo son a pólenes, una cifra que crece año tras año desde hace tres décadas. Además, hay niños muy pequeños, incluso de dos años, que tienen polinosis (alergia al polen), algo impensable en los años ochenta. ¿Es que se nace alérgico?El alérgico nace, en parte, porque hay un componente genético, pero fundamentalmente se hace”, sostiene Antonio Sastre, presidente de la Sociedad Española de Alergología e Inmunología Clínica (SEAIC).
No se es alérgico de nacimiento”, aclara el inmunólogo José Luis Subiza, del Hospital Clínico San Carlos de Madrid, ya que para serlo hay que exponerse previamente a los pólenes frente a los que el organismo reacciona produciendo un tipo de anticuerpos (IgE). Sin embargo, “los factores ambientales a los que está expuesta la madre durante el embarazo pueden condicionar la predisposición a desarrollar alergia en edades tempranas”, añade Oscar Palomares, del departamento de Bioquímica y Biología Molecular de la Facultad de Ciencias Químicas de la Universidad Complutense de Madrid.

Polémica teoría de la higiene

Factores ambientales para hacerse alérgico los hay de sobra, desde la contaminación (especialmente la producida por la combustión de los motores diésel, que hace que los pólenes sean más alergénicos) hasta la controvertida teoría de la higiene, que apunta a las vacunas, al consumo de antibióticos y a una alimentación esterilizada como causas que impiden la exposición a gérmenes en los primeros meses de vida y, por tanto, el desarrollo de inmunidad. “La falta de estimulación del sistema inmunológico provoca una situación de debilidad para combatir las enfermedades”, insiste el alergólogo Javier Subiza, director de la Clínica Subiza de Madrid.
La aportación del cambio climático tampoco se puede ignorar en el puzle del aumento de alérgicos porque las estaciones de ciertos pólenes se prolongan más. Ni tampoco ha sido inocua la plantación masiva de cipreses y arizónicas en las ciudades para delimitar urbanizaciones y colegios, que ha influido en el marcado incremento de pólenes de cupresáceas (familia de coníferas) en las últimas décadas. Según el presidente del comité de Aerobiología de la SEAIC, Ángel Moral, en los años noventa solo el 5% de los alérgicos a pólenes estaban sensibilizados a cupresáceas, una cifra que se dispara al 40% en grandes poblaciones como Madrid, Barcelona o Sevilla.
El plátano de sombra, una de las especies preferidas para plantar por muchos ayuntamientos, es otro de los principales causantes de alergia en las ciudades. En Madrid, el 40% de los alérgicos al polen lo son a este árbol (que poliniza entre el 15 de marzo y el 15 de abril). Para paliar la marea polínica, Moral aboga por limitar la plantación en las ciudades de especies que han demostrado ser muy alergénicas, como el plátano de sombra, cipreses, olivos, abedules y palmeras, y sustituirlos por otras como el almez o el falso pimentero. Otra propuesta es realizar podas controladas en el invierno, antes de la floración.
La combinación de los factores anteriores es que “los pacientes sufren más”, afirma Subiza. “En el pasado, solo tenían síntomas durante cuatro semanas, entre mayo y junio, pero ahora empiezan con los síntomas en enero y no se les pasan hasta julio. El periodo de síntomas se ha hecho multiestacional y en los que tienen alergia a varios pólenes pueden aparecer también en septiembre y octubre”, subraya.
La solución pasa por controlar los síntomas con antihistamínicos y la vacuna para modificar la evolución de la alteración. El aumento del número de pacientes alérgicos se refleja en la venta de estos fármacos que, durante el año pasado fue de casi 20 millones de envases (un 2,8% más que el año anterior) que supusieron un importe de 123 millones de euros, según los datos de la consultora IMS Health.

Sí a la vacuna

Si hay una cuestión en la que existe unanimidad total entre los alergólogos es sobre las vacunas. Estas (ganan fuerza las sublinguales y subcutáneas) se presentan como el único tratamiento para controlar la alergia, aunque requiere constancia para ver los resultados. Subiza explica que “el paciente mejora un 30% durante el primer año, para llegar al 60% el segundo, y entre el 70% y el 80% el tercer año”. La vacuna se debe poner una vez al mes durante un mínimo de tres años y un máximo de cinco. Pero la alegría de verse libre puede no durar mucho porque, como advierte el presidente de la SEAIC, “cuando desaparece la alergia a un polen puede surgir la sensibilización a otro”.
Entonces, ¿la alergia se cura? “La vacuna puede funcionar durante muchos años, pero el alérgico lo será toda la vida”, opina Sastre. Más optimista es Subiza: “Se puede llegar a curar con vacunas”; aunque Palomares opina que “es necesario diseñar nuevas vacunas que mejoren la eficacia, la seguridad, y que reduzcan el tiempo necesario para adquirir tolerancia”.

Cuidado con los hongos

Mientras los pólenes acaparan la atención de los alérgicos, otros enemigos silenciosos pasan desapercibidos: esporas y hongos, de los que hay entre cien y mil veces más que pólenes y “a los que toda la población está expuesta”, advierte la científica Ana Alastruey, del Centro Nacional de Microbiología del Instituto Carlos III de Madrid.
Hongos y esporas son menos populares porque hay menos población sensible a ellos, pero los que las padecen pueden desarrollar enfermedades importantes, potencialmente mortales. Los que corren más peligro son los pacientes asmáticos: entre el 5% y el 20% puede padecer complicaciones por hongos. Alastruey destaca que muchos de los alérgicos a hongos no saben que lo son y, además, es frecuente que también tengan alergia a pólenes.
Pero, frente a esta alergia, la de hongo “puede darse durante todo el año, porque siempre están ahí y en muchas partes”. Los hay en las casas (“el polvo está lleno de hongos”, dice), y esporas suyas en las hojas que caen en otoño o después de una tormenta de verano.
EL PAÍS, Miércoles 29 de abril de 2015

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