MIGUEL ÁNGEL BARGUEÑO
¿Mira a su alrededor y ve gente con gafas por todas partes? No es por
moda: el número de miopes se ha incrementado en los últimos años de
forma notable y, para algunos, alarmante. Para países de Asia Oriental,
la revista Nature
ya habla de “epidemia”: en China, donde hace sesenta años el porcentaje
de gente que padecía este problema se limitaba al 20%, hoy alcanza el
90% entre adolescentes y jóvenes adultos. En Seúl (Corea del Sur), la
cuota llega el 96,5% de los jóvenes, según la Universidad Católica de Corea en Suwon.
En el resto del mundo el crecimiento no es menos llamativo. A
principios de la década de 1970, la miopía afectaba en Estados Unidos a
un 25% de la población; entre 1999 y 2004 aquejaba ya al 41,6%, reveló
el Instituto Nacional de Salud de Bethesda, en Maryland (EE. UU.). El Libro Blanco de la Visión, publicado en 2013 por la Federación Española de Asociaciones del Sector Óptico España, sostiene que en la actualidad 25 millones de españoles utilizan gafas o lentes de contacto.
Algunas instituciones, como el Instituto para la Visión Brien Holden,
en Sidney (Australia), vaticinan que al término de esta década un
tercio de la población mundial podría ser corta de vista. Las cifras son
elocuentes: indican que algo condena a las nuevas generaciones a usar
cristales correctores. ¿De qué se trata?
“La miopía se produce cuando el globo ocular es más largo de lo
normal. En ese caso, la imagen no se forma en la retina, sino antes, y
lo que llega a la retina es una imagen borrosa”, explica el profesor
José Manuel Benítez del Castillo Sánchez, secretario general de la Sociedad Española de Oftalmología.
Hasta ahora se apuntaba a la genética como principal causa de este
defecto; sin embargo, estudios recientes añaden un factor ambiental: el
tiempo de exposición a la luz natural en edad de crecimiento. “En los
niños que están en penumbra disminuye la producción de dopamina, un
neurotransmisor que producen, entre otras, las células de la retina. Eso
ocasiona una debilidad escleral [el esqueleto del ojo], provocando que
este órgano crezca más de lo normal y se vuelva miope”, añade el
oftalmólogo.
¡Hágase la luz!
Allí donde hay niños encerrados en casa estudiando o pegados al
ordenador hay un buen caldo de cultivo para la miopía. No tanto por el
hecho de fijar la atención en la pantalla, sino por el entorno,
presumiblemente con poca luz, donde solemos consultarla. Expertos de la Universidad Estatal de Ohio,
en Columbus (EE. UU.), concluyeron: "Los niños que pasan menos tiempo
al aire libre tienen mayor riesgo de padecer miopía”. Y certificaban que
el ascenso de esta anomalía entre los jóvenes asiáticos “está
relacionado, posiblemente, con el estudio intensivo y la atención de
cerca”.
La Academia Americana de Oftalmología
reforzó esa teoría desde otro punto de vista, señalando que los
escolares de clase baja de China tienen mejor visión que los de clase
media. Tiene sentido, si aceptamos que la mayoría de los jóvenes menos
favorecidos de aquel país viven en entornos rurales y pasan más tiempo
al aire libre que sus colegas más acomodados. “Los estudiantes de áreas
de ingresos más bajos utilizan la pizarra para aprender y tienen más
dificultad para adquirir libros”, aclaraba el informe.
¿Tiene esto solución?
En estos tiempos en que prima el ocio tecnológico, los niños pasan poco tiempo en la calle. Y la clave reside en empaparse de luz. Investigadores de tres universidades australianas
recomendaron en 2013 que los infantes pasen al menos tres horas al día
bajo una luminancia de 10.000 lux, lo que equivale a estar en la calle, a
la sombra, en un día claro (en el otro extremo, un aula bien iluminada
no tiene más de 500 lux). Pasar más tiempo al aire libre parece, pues,
el remedio más efectivo para prevenir las complicaciones visuales de la
vida moderna: es bueno para nuestros ojos y, por qué no decirlo, para un montón de cosas más.
EL PAÍS, Jueves 16 de abril de 2015
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