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¿Para estar sano hay que ser un poco sucio?


JESÚS MÉNDEZ GONZÁLEZ
Desde la distancia, el propósito de la siguiente investigación podría sonar hasta ridículo. Científicos del departamento de alergología del hospital de Gotemburgo, en Suecia, seleccionaron a más de mil niños y mandaron una serie de preguntas a sus padres. Unas iban dirigidas a saber si sufrían alguna de las más comunes alergias: asma, eccemas en la piel, rinitis o conjuntivitis. Hasta ahí, naturalmente, nada raro, teniendo en cuenta el origen de sus intereses. Sin embargo, después les preguntaban algo más extraño: ¿usaban lavavajillas en su casa o fregaban los platos a mano? La pregunta parecía no tener sentido, más allá de que las máquinas son más eficaces al lavar.
Pero los investigadores partían con algo en la cabeza, y los resultados confirmaron lo que ellos ya podían intuir: los niños que vivían en casas sin lavavajillas tenían aproximadamente la mitad de riesgo de sufrir alergias que los niños de casas más... modernas. No solo eso, el riesgo disminuía aún más si comían productos fermentados y si sus padres solían comprar comida directamente de las granjas. Es decir, las casas extremadamente asépticas daban lugar a un efecto paradójico: hacían más probable que las defensas de los niños se volvieran irritables. Es lo que se conoce como 'la hipótesis de la higiene'. Y eso era justamente con lo que los investigadores partían en sus cabezas.

La importancia de tener hermanos

La hipótesis de la higiene nació en 1989. En ese año, el epidemiólogo inglés David P. Strachan, tras estudiar a más de 17.000 niños, llegó a la conclusión de que el factor que más protegía de sufrir rinitis alérgica era, simple y llanamente, tener más hermanos mayores. La que seguramente sea una de las mejores definiciones de la sospecha aparece, precisamente, al final de ese estudio: “El aparente aumento de las enfermedades alérgicas podría ser explicado si estas fueran prevenidas por infecciones durante la infancia temprana, ya sean transmitidas por un contacto poco higiénico con hermanos mayores o adquiridas antes de nacer. A lo largo del siglo pasado, la disminución en el tamaño de las familias, el aumento de las comodidades en el hogar y los mayores estándares en cuanto a higiene personal han reducido las posibilidades de que las infecciones se transmitan en las familias. Esto ha podido dar lugar a que se hayan extendido las manifestaciones clínicas de las alergias”.
Por aquel entonces, la hipótesis aún era muy débil. Al fin y al cabo, solo se trataba de números que tendían a encajar, pero eso no significaba que una cosa causara la otra. En los siguientes años, no obstante, la conjetura fue calando, siendo examinada de forma bastante más precisa. Así lo asegura Francisco Guarner, presidente de la Sociedad Española de Probióticos y Prebióticos y responsable en España del proyecto europeo MetaHIT, que estudia el microbioma humano (el conjunto de microorganismos que nos pueblan): “La hipótesis de la higiene sigue siendo una hipótesis, pero cada vez van encajando más piezas. No solo se han confirmado los estudios sobre los hermanos, también se ha visto que hay más alergias en aquellos niños que toman más antibióticos, en los países desarrollados respecto a los más pobres, en las ciudades respecto a los pueblos y, especialmente, hay menos alergias en los niños que viven cerca de granjas”. En los adultos, la evidencia del fenómeno es mucho menor.
Un gran estudio publicado en una de las más importantes revistas clínicas, New England Journal of Medicine, fue un paso más allá. Comprobó cómo no solo los críos que vivían cerca de ranchos tenían menos alergias, sino que esta relación dependía de la cantidad de endotoxina bacteriana (un componente de la pared de muchas bacterias) que había en las sábanas con las que dormían. De alguna manera, la presencia de los microbios protegía de las alergias. Pero, ¿cómo era eso posible?

Un concierto de defensas

El mecanismo parecía residir en la proporción de nuestras defensas. Entre el ejército de células que nos protege, se encuentran los linfocitos, las células que producen anticuerpos. Pero no todos los linfocitos tienen esta función. Como los rangos en el ejército, también se reparten los papeles. Algunos, los llamados “colaboradores”, participan regulando la batalla, actúan en cierto modo coordinando las respuestas. Y entre estos también se conocían dos grupos diferentes. El primero responde sobre todo contra virus y bacterias. El segundo tiende a dirigirse más bien contra otros parásitos, como los gusanos, y la forma de esa respuesta se parece mucho a la de las reacciones alérgicas. Lo que se vio es que los niños que vivían en ambientes más “limpios” tenían más linfocitos del segundo grupo de lo que era normal, y por eso tendían a tener más alergias. De alguna manera, el contacto temprano con los microorganismos “entrenaba” al ejército inmunitario para tener las proporciones correctas en cada división.
Pero algo no encajaba. Porque esos niños no solo tenían más alergias; también parecían desarrollar más enfermedades autoinmunes, como diabetes de tipo 1, enfermedad de Crohn o colitis ulcerosa. En esas enfermedades las defensas atacan a las propias células, y lo hacen sobre todo coordinadas por el primer grupo de linfocitos. Eso no cuadraba. Los niños, en todo caso, debían estar más protegidos, porque tenían menos células de ese grupo. ¿Dónde estaba la misteriosa razón? Según Guarner, en un tercer grupo de linfocitos descubierto poco tiempo después, los llamados reguladores,que son los que producen tolerancia”. El entrenamiento ofrecido por los microorganismos no solo permite tener las proporciones correctas, también crea un ambiente en el que el sistema de defensa tolera aquello que no le resulta perjudicial.
“El sistema inmunitario no evolucionó para distinguir lo propio de lo extraño, como se suele afirmar, sino lo patógeno [que origina enfermedad] de lo que no lo es”, sostiene Guarner: "Por ejemplo, para un gran porcentaje de la población el gluten no es en absoluto perjudicial, pero sí lo es para los celíacos”.
Para este experto, el artículo sobre el uso de los lavavajillas es un estudio sencillo, no un trabajo clave, "pero sí se trata de una pieza más que encaja en el rompecabezas”. Algunos científicos, sin embargo, cuestionan que la hipótesis de la higiene sea tan amplia e importante como se sugiere. Y se agarran a hechos como la disminución de enfermos de asma en países desarrollados, sin que a esto le acompañe una reducción de medidas de higiene. Guarner no comulga con esta suspicacia. “Lo que nosotros vemos es que, en general, las tasas de asma siguen subiendo. Y se ha confirmado que incluso emigrantes de países pobres a países más desarrollados tienen mayor riesgo de alergias y enfermedades autoinmunes”.

En busca del término medio

El microbioma es el conjunto de microorganismos que constantemente nos pueblan sin hacernos ningún tipo de daño. Y no son pocos. Por cada célula humana tenemos hasta diez bacterias, cumpliendo funciones de lo más diversas, y muchas veces fundamentales. Entre ellas está precisamente ese entrenamiento del sistema inmunitario. Pero poco a poco estamos perdiendo diversidad. “La introducción de los antibióticos y de nuevos métodos de esterilización ha hecho que ahora estemos colonizados sobre todo por las que son más resistentes”, asegura Guarner. “El sistema de defensa evolucionó para identificar y reconocer a aquellas que eran viejas amigas, pero ahora se equivoca mucho más, se ha vuelto más intolerante”.
Eso no quiere decir, ni mucho menos, que haya que renunciar a todos los éxitos de higiene logrados. “Por eso no nos gusta el nombre de 'hipótesis de la higiene”, apunta Guarner, “porque evitar las patologías obviamente no es malo. No hay que volver atrás”. Pero entonces, ¿cómo combinar las ventajas de ambos mundos? Una vía que se está estudiando es la administración de probióticos, organismos que mejoren la diversidad perdida. Pero, todavía, estamos muy lejos. Mientras tanto, Guarner aboga por “no abusar de la esterilización cuando realmente no hay un foco patógeno en la familia” (esto incluye que, mientras no haya un enfermo en casa, es innecesario lavar los textiles con lejía -con jabón y por motivos estéticos basta-, o hervir los chupetes del crío). Y añade algo que, intuitivamente, casi todo el mundo reconoce: "Conviene aumentar el contacto con la naturaleza”. Ensuciarse en el campo fortalecerá su salud.
EL PAÍS, 21 de abril de 2015

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