S.F.
Gestionar las vacaciones de los hijos puede convertirse en
un gran dilema. Existen muchas opciones: campamentos, excursiones,
viajes, etc., pensadas a menudo para que los más pequeños no se aburran.
Para Guillermo Bautista y Beni Gómez-Zúñiga, profesores de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC, «el aburrimiento
no es malo; al contrario, es una buena oportunidad para los niños», y
añaden que «les genera la necesidad de activar la mente, de pararse a
pensar qué les gusta y qué quieren hacer». Las vacaciones y el aburrimiento pueden
ser un buen momento «para aumentar su creatividad y brindarles la
oportunidad de llenar su espacio en función de sus intereses», lejos de las agendas y las actividades extraescolares.
Las vacaciones deben ser sobre todo «una oportunidad para
pasar tiempo juntos, y para que padres e hijos se comuniquen y se
relacionen», afirman Beni Gómez-Zúñiga y Guillermo Bautista. Hay que
aprovechar que «tanto unos como otros suelen estar más relajados y esto
hace que la comunicación sea más auténtica y más intensa». Para hacerlo bien, los expertos aconsejan «estar muy receptivos y muy atentos a nuestros hijos.
Así podremos mantener conversaciones significativas para ellos,
entender qué puede interesarles y llevar la iniciativa de una buena
comunicación». Gómez-Zúñiga y Bautista proponen una serie de actividades
para compartir entre padres e hijos:
—Comentar un libro, hacer juegos relacionados, vincular libros con películas...
—Ir a un museo, a un festival de música, al cine o al teatro y hablar del tema del que trate el acto.
—Inscribirse en familia a competiciones deportivas lúdicas para fomentar la vida saludable y la actividad física.
—Hacer un vídeo o reportaje fotográfico con texto para reforzar la comprensión escrita y oral.
—Cocinar juntos para trabajar aspectos como los sabores, los tipos de alimentos, la procedencia...
—Hacer creaciones artísticas o manualidades para trabajar medidas, colores...
—Dar más responsabilidades
a los pequeños haciéndoles ir a comprar y asumir tareas del hogar,
entre otras cosas, con la intención de fomentar su autonomía.
Imponer rutinas o libertad total
«En verano las rutinas deben flexibilizarse un poco, tener
menos o mantener aquellas que más les satisfagan», consideran Bautista y
Gómez-Zúñiga, quienes remarcan que también «depende de la edad de los niños; a mayor edad, mayor flexibilidad, pero si son pequeños, hay que mantener unas rutinas básicas, porque eso los ayuda». Los más pequeños tienen «una gran necesidad de tener su mundo organizado»;
en cambio los mayores «ya tienen integrada una manera organizada, así
que pueden flexibilizarla en verano, porque tienen capacidad para
autorregularse», afirma Beni Gómez-Zúñiga.
El descontrol absoluto tiene contraindicaciones.
Los expertos consideran que «no es bueno para nadie», y para los niños
tampoco. «Necesitan mantener conductas que se repitan a lo largo del
día; este control les da autonomía y confianza», afirma Bautista. Para
ello proponen «rutinas vinculadas a la vida diaria y al entorno, como
ordenar los juguetes, sentarse a la mesa para comer con el resto de la
familia, recoger la habitación, bañarse, comer fruta, lavarse los
dientes, hacer deporte, etc.», es decir, rutinas que «mantienen la
estructura diaria básica y ayudan al niño a funcionar mejor».
Deberes de verano, ¿sí o no?
Hay que procurar que «esta actividad no implique malestar o sufrimiento». Lo más importante, afirman los expertos, es «mantener el hábito intelectual: pensar, reflexionar, compartir conocimiento y aprender,
y esto se puede hacer de muchas maneras, más allá de las tareas
escolares de los cuadernos de verano». Tanto Bautista como Gómez-Zúñiga
coinciden en que las vacaciones «son un momento para aprender de una forma diferente al resto del año; no se debe perder la rutina de aprender o de fomentar la inquietud del saber, pero hay que hacerlo de una manera alternativa».
ABC, 31/07/2015
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