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Tres horas al día de ‘sofá y tele’ pueden dañar la capacidad intelectual

JAVIER SALAS
¿La caja tonta atonta? ¿Es el sillón-ball un deporte de riesgo para el cerebro? Hasta ahora, la vida sedentaria asociada al consumo de muchas horas de televisión se relacionaba con problemas de salud de la misma gravedad que la adicción al tabaco. Pero puede que abusar del sofá no solo esté dañando nuestros corazones sino también nuestra materia gris, según un estudio que acaba de dar un paso importante para asociar estos malos hábitos con la pérdida de capacidad intelectual. En unos tiempos en los que se empiezan a plantear los problemas que puedan causar tabletas y móviles, conviene no olvidar que los españoles, por ejemplo, pasan cuatro horas de media al día frente al televisor.
"Bajos niveles de actividad física y altos niveles de consumo de televisión durante la juventud y la edad adulta se asocian con peor rendimiento cognitivo al llegar a la mediana edad", concluyen los autores del estudio. En particular, estos comportamientos se asocian con tener una velocidad de procesamiento de información más lenta y pero capacidad cognitiva como podría ser memorizar un teléfono o seguir el hilo de una conversación con distracciones. Comparados con otros sujetos que sí eran activos y veían poca televisión, los más sedentarios tenían hasta el doble de posibilidades de obtener resultados pobres en distintas pruebas para medir el estado de forma del cerebro.
Los investigadores, de varias universidades e instituciones estadounidenses, han seguido la evolución de más de 3.200 adultos durante 25 años (entre 1985 y 2011) para ver cómo les afectaba el alto consumo de televisión y la práctica ausencia de actividad física. Si bien la suma de ambos factores determinaba los peores resultados intelectuales al cabo de un cuarto de siglo, los resultados son más pobres en aquellos que pasaron más tiempo ante la tele que entre quienes hicieron poco ejercicio. Los resultados, que se publican en la revista JAMA Psychiatry, consideran un consumo televisivo de riesgo para la salud intelectual el que supera las tres horas diarias de media, una hora por debajo de la media española.
"Este es uno de los primeros estudios que demuestran que estos comportamientos de riesgo pueden ser objetivos fundamentales para la prevención del envejecimiento cognitivo, incluso antes de llegar a una edad mediana", aseguran los investigadores. Como posible explicación, proponen que la actividad física durante la edad adulta puede preservar la capacidad intelectual y contribuir a la producción de neuronas y al buen estado de forma de sus conexiones, particularmente en regiones asociadas con la función ejecutiva y la velocidad de procesamiento de pensamientos.
"Estudios fisiológicos sugieren que las conductas sedentarias, como ver la televisión, afectan negativamente a la función metabólica mediante el aumento de la presión arterial, así como los niveles de lípidos y glucosa. Ver la televisión también puede estar asociado con diferentes patrones cognitivos y sociales, depresión y patrones dietéticos pobres", proponen los autores como posible explicación.
El estudio tiene una pega y es la que se suele expresar con la manida expresión de que "correlación no implica causalidad", dado que se trata de dos situaciones que pueden ser bidireccionales, como reconocen los propios autores del estudio: la gente sedentaria presenta peores resultados intelectuales y viceversa, según se ha observado en otros estudios, por lo que estos dos factores podrían estar retroalimentándose. Los autores aseguran que dada la corta edad de los participantes en la inscripción en el estudio y el hecho de que permanecieron en él durante 25 años supone que sea "poco probable que tuvieran déficits cognitivos significativos".
En este sentido se muestra crítico el profesor de la Universidad de Zaragoza Juan Ramón Barrada: "El estudio es bueno, pero no garantiza que los problemas no arranquen desde el origen". "No sabemos si quienes realizaban baja actividad física ya presentaban una menor capacidad cognitiva a los 25 años (edad promedio en la primera recogida de datos). Quizá ya eran diferentes a esa edad", razona Barrada, que no ha participado en el estudio y que está especializado en medición y evaluación psicológicas.
EL PAÍS, Miércoles 02 de diciembre de 2015

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