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Por qué los padres también deberían ponerse límites en la relación con sus hijos

MARIO IZCOVICH
“No sé con quién sale mi hijo, ni qué hace cuando no está en casa. Me gustaría saber con quién chatea y a quién conoce en internet. Cada vez que llega a casa le pregunto qué ha hecho en todo el día y no me explica nada. Se cierra en banda. A veces reviso sus cosas o le controlo el ordenador”. Estos son sólo algunos de los comentarios que suelen repetirse con frecuencia entre los padres madres de los adolescentes.
La razón que esgrimen muchos progenitores para realizar extensos interrogatorios a sus hijos tiene que ver con los miedos que les genera el mundo exterior. Se podría resumir en el miedo a que a los hijos les pase algo malo. El mundo, la calle o internet están llenos de peligros. Intentemos ir un poco más allá y reflexionar acerca de esto.
A lo largo de la adolescencia los jóvenes realizan dos operaciones que están íntimamente ligadas y que son necesarias. Por un lado se recluyen en su propia intimidad al sentir la necesidad de crear un espacio propio libre del tutelaje de los padres que todo lo controlan y, por otro, necesitan explorar el mundo para alcanzar la exogamia, lo que les permitirá formar una familia, marchar de casa o asumir sus propias responsabilidades y continuar así con nuestra sociedad.
Una generación atrás los adolescentes hacían estas dos operaciones rompiendo con sus padres en un cambio radical. Tenían otros intereses, escuchaban otra música, se vestían de otra manera. Gráficamente en un momento determinado había una ruptura, resultado de una crisis, y el joven tomaba distancia de sus padres y comenzaba una vida más autónoma. Se hablaba de la rebeldía de la juventud.
En la época actual, a pesar de la ilusión de que no hay diferencia entre una generación y la otra, esto se manifiesta de otras maneras. Se trata de algo estructural en cada generación aunque tome nuevas formas. En relación a generaciones pasadas, ahora todo es más sutil. Los padres se esfuerzan por escuchar la misma música, se visten de igual manera, son padres “modernos. Pero al mismo tiempo, igual que hicieron sus propios padres, intentan que los hijos no se separen y acaban recurriendo a la sobreprotección.
El argumento utilizado es el de evitar que el adolescente pase frustraciones. Sin embargo, ¿los padres lo hacen por sus hijos o por ellos? Comprobamos, escuchando a los adolescentes, que les cuesta crear estos espacios de intimidad porque los padres les están muy encima. Una madre me dijo: “quiero que mi hija sienta que soy su amiga”. En el fondo, esto tiene que ver con lo que supone para los adultos que los hijos se separen.
Efectivamente hay peligros en la sociedad y hay jóvenes que hacen cosas delicadas. Pensamos que esta época no es peor que otras en cuanto a peligros. Sin embargo, ya no vemos a niños en la calle jugando solos -cuando antiguamente esto era lo más normal del mundo-. En la era de la información todo se amplifica. Algo que ocurre en Borneo puede servir para asustar a los padres y pensar que seguramente les podrá pasar a sus hijos.
Pensamos que todo esto esconde otra cuestión que el psicoanalista Jacques Alain Miller define como “la intromisión del adulto en el niño”. ¿Qué significa esto? La intromisión tiene que ver con querer moldear a los hijos a nuestra semejanza, en función de unos ideales, lo cual es verdaderamente imposible y está en la base del conflicto generacional.
El argumento de los peligros es usado para intervenir, para meterse más de la cuenta en la vida de los hijos. El adolescente deja de ser transparente a los ojos de sus padres, se encierra más en sí mismo. La reacción de los padres es el control, la moralina, opinar sobre su vida, intervenir en los estudios, en los momentos de diversión, presionarlo para que salga o que deje de salir, opinar sobre lo que le conviene, sobre quiénes son los amigos. La reacción lógica de los adolescentes suele ser el silencio o el negativismo, lo que genera un círculo vicioso de impotencia y malestar.
Probablemente ayude recordar que los adultos hemos sido adolescentes y que hemos pasado por situaciones de confusión, momentos difíciles y que hay algo de inevitable en todo esto. En las escuelas de padres que organizan las asociaciones de padres se suele insistir en hablar de cómo poner límites a los hijos. Podemos jugar con esta palabra y pensar si los padres no se han de limitar para intervenir menos en la vida de los hijos.
Pensar el límite como separación. Separarnos de ellos para poder acompañarlos mejor en la travesía que en definitiva es la de ellos. La nuestra es la nuestra. Aprovechar esto para hacer una introspección acerca de nuestra vida como adultos.
Son muchos los padres que piensan que los hijos tienen que poder vivir su propia experiencia, equivocarse, ser más autónomos. Como se dice en francés: “faire confiance”, que no es otra cosa que dejar al adolescente que pueda experimentar y encontrar sus propios límites.
LA VANGUARDIA, Jueves 04 de mayo de 2017

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