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Hemos probado este robot educativo con tres niños, y lo mejor fueron las pegatinas

ROCIO P.BENAVENTE
Iván tiene nueve años y es uno de esos niños que muchos aseguran que ya no quedan: prefiere jugar en el patio de su comunidad de vecinos con sus amigos que estar en casa. Pero es 29 de diciembre y no hace tiempo de estar en la calle, así que cuando llego a casa está todavía en pijama. Es mi primer voluntario para probar a Zowi, el robot educativo que Bq lanzó hace unos meses y que vende por 99,90 euros (precio rebajado según aparece en su web, el precio original es de 129,90 euros).
Producido con la idea de acercar la robótica a los más pequeños, Zowi cuenta con distintos niveles de juego, desde las interacciones más simples y directas como reaccionar a palmadas o esquivar obstáculos hasta abrir sus tripas, o en este caso su cerebro) y aprender a programarlo, pasando por distintas actividades basadas en la aplicación asociada.

Iván acaba de conocer a Zowi y lo hace bailar con sus manos
Iván acaba de conocer a Zowi y lo hace bailar con sus manos
Iván no parece muy impresionado por el robot en ningún momento, que hace su presentación perdiendo el equilibrio un par de veces y cayendo de costado. Su cara le hace gracia, y sus torpes movimientos también, pero no hay mucho entusiasmo en sus pruebas. Cuando la aplicación del móvil hace aparición, el niño se anima un poco. Uno de los juegos de la app consiste en recordar los movimientos del baile de Zowi y marcarlos entre las distintas opciones que aparecen. Esto sí que le resulta entretenido durante un rato, pero ante la pregunta de qué le parece, la respuesta nunca pasa de un displicente "Bueno, está bien".

Rodrigo y Arturo, al asalto del fuerte

Rodrigo y Arturo tienen siete años. Cumplen 8 años en abril, que es la edad mínima recomendada para jugar con Zowi, así que probarlo con ellos es, técnicamente, hacer algo de trampas, aunque lo daremos por válido esta vez porque las edades recomendadas de los juguetes son como la fecha de caducidad de los yogures: todos las tenemos en cuenta pero sin un poco de margen nos arruinaríamos la diversión.
A sus siete años (casi ocho), estos dos mellizos son totalmente distintos: Arturo es más chiquitajo, parlanchín y paciente; Rodrigo parece más disperso, creativo y algo más serio, aunque los dos ríen a carcajadas a menudo durante mi visita. Llego a su casa con Zowi en la mochila una mañana durante sus vacaciones de Navidad. Siguen en pijama porque no tienen ninguna prisa por vestirse y es el uniforme oficioso para jugar a defender un fuerte que han fabricado con mantas entre los sofás y que se turnan para asaltar. Su hermana, Beatriz, de 12 años, se mantiene más formal y más tranquila, ojeando un libro para aprender a dibujar.
Al sacar el robot de la mochila se convierte en el centro de atención. Un juguete nuevo siempre es protagonista, y la simpática cara de Zowi les gana de inmediato. Los ruiditos y cabriolas del bicho aumentan el regocijo de los críos, que ven cómo pulsando sus botones o batiendo palmas a su lado el robot reacciona y se menea. A Bea el robot no le despierta interés más allá de un par de minutos.
Pero los niños son niños y se aburren pronto del repertorio de bailes del robot. Además, hay un gran obstáculo que les agua la fiesta una y otra vez: Zowi se desequilibra continuamente, cayendo de costado y quedando así, varado cual ballena, si no lo ponemos en pie a mano. Así que sacamos el móvil, donde hemos descargado previamente la aplicación asociada para manejar el juguete y que solo está disponible por ahora para Android.

¿Una 'app'? Mejor las pegatinas

Vuelve la atención: si algo le gusta a los críos de hoy es una pantalla tactil. La app amplía las posibilidades de Zowi, ya que incluye la posibilidad de marcarle una coreografía que el robot realiza con sus pasitos cortos, y un juego de observar y recordar sus movimientos en los que el niño va ganando puntos y va desbloqueando nuevos movimientos. Esta es la única actividad en la que hay un objetivo marcado y en el que se pierde o se gana, y es la que más tiempo nos entretiene durante el rato que estuvimos probando a Zowi. De nuevo, sus continuas caídas sobre su costado derecho entorpecen el juego.
Pero lo más divertido de Zowi, al menos para Arturo y Rodrigo, no fueron sus cabriolas ni su aplicación. La diversión alcanzó su punto álgido con sus pegatinas. Sí, pegatinas. En la caja del robot se incluye una lámina con pegatinas para darle personalidad: unas gafas, varios bigotes, narices, lazos, cejas, un hocico de perro y unas alitas de ángel. Ambos críos se morían de risa decorando la cuadrada cara del robot, cada uno modificando las ideas de su hermano y dejando a Zowi como un picasso, pegatina va y pegatina viene.
Una de las funciones que permite el robot es abrirlo para trastear con sus circuitos y aprender a programarlo, lo que seguramente es una buena idea, y muy práctica, que por desgracia requiere de niños algo mayores que mis conejillos de indias y su poquita paciencia e interés en el trasteo con los cables y en general el funcionamiento del juguete. Ellos querían jugar, no saber cómo funcionaba el robot. Y el juego no les resultaba muy interesante una vez terminadas las pegatinas.
Es difícil sacar conclusiones generales en lo que se refiere a los gustos infantiles, pero después de probar el robot educativo de Bq con Iván, Rodrigo y Arturo, estos son mis consejos para los padres que estén pensando regalarlo a sus hijos: Zowi retendrá su atención durante un rato nada más abrirlo, pero después, dependerá de si realmente les interesa la robótica y la tecnología que sigan jugando con él y que terminen por sacarle partido. El precio (casi 100 euros) invita a pensárselo bien antes de regalarlo sin saber si al crío le interesa el asunto más allá de un capricho visto por televisión.
EL CONFIDENCIAL, Sábado 2 de enero de 2016

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