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Reír, dormir y jugar, trucos de empollón

MOISES ALONSO
A lo largo de su vida académica, cualquier estudiante ha sufrido inseguridad o frustración durante el periodo de exámenes, o tras obtener unos resultados por debajo de las expectativas. Y lo cierto es que estas malas experiencias podrían evitarse si tuviéramos un mejor conocimiento de nuestro cerebro. O al menos eso plantean desde el área de la neuroeducación, una disciplina en auge en los últimos años.
Los nuevos hallazgos pueden tener diferentes aplicaciones. Así nace la neurodidáctica como un conocimiento derivado de la neurociencia, la psicología cognitiva y la pedagogía. "La neuroeducación y, por tanto, la neurodidáctica", explica Anna Forés, profesora del Posgrado de Neuroeducación de la Universidad de Barcelona (UB), "nos ayudan a diseñar y repensar la educación en aquello que realmente puede mejorar el aprendizaje desde el conocimiento de cómo funciona nuestro cerebro".
Si, en el siglo XX, el gran reto fue descifrar el genoma humano, ahora lo es desenmarañar las conexiones neuronales para comprender el comportamiento del cerebro y del sistema nervioso. Con este fin, hay en marcha dos grandes investigaciones: BRAIN Initiative (EEUU) y Human Brain Project (UE).

Entiende tus emociones

Una de las principales líneas de investigación es la que analiza las emociones. Luis García-Fraile, psicólogo clínico con amplia experiencia en terapias de desarrollo personal, afirma que "cuanto más conectado con las emociones esté aquello que se estudia, más duradero y sólido será su aprendizaje". Este experto subraya, además, cómo "la inteligencia emocional permite regular las propias emociones en beneficio del bienestar y la eficiencia personales".
Esta inteligencia, sobre la que teorizó el psicólogo estadounidense Daniel Goleman, proporciona autoconocimiento, autogestión de las emociones, autorregulación de las motivaciones y capacidades para manejar el estrés y la ansiedad. Todo ello facilita afrontar cualquier tarea en estado óptimo y, por lo tanto, minimizar las opciones de fracasar.
Eso sí, para que la fórmula funcione es necesario alinear las respuestas corporales, los componentes cognitivos (como los pensamientos) y las conductas con las que se exteriorizan. "Con frecuencia disociamos alguno de estos elementos y el resultado suele ser no sólo el desconocimiento sobre nuestro mundo emocional, sino también los desequilibrios y la ineficacia", aclara García-Fraile.
En esa línea van estos consejos que ofrece la neuroeducación a cualquier universitario en apuros.

Alimenta tu creatividad

Otra línea de análisis es la que explora los beneficios de la educación artística. Estudios como el que se publicó en 2014 en la revista científica Mind, Brain and Education demuestran que las actividades artísticas favorecen la memoria a largo plazo. Otros, como el que divulgó en 2006 The Journal Of Early Adolescence, confirman que estas actividades ayudan a reducir los problemas emocionales y a potenciar las habilidades sociales, tales como la comunicación, la cooperación y la resolución de conflictos.
Igualmente, en El arte y la creación de la mente (2004), del profesor Elliot Eisner, se pone de manifiesto que el fomento de la creatividad ayuda al desarrollo del pensamiento divergente, con el que se pueden analizar los problemas desde diferentes perspectivas y encontrarles soluciones diversas.
Además, a través de acciones creativas, los alumnos se divierten mientras aprenden a realizar tareas que están deseosos de mejorar, lo que les ayuda a entrenar su autocontrol. "La educación artística", sostiene Anna Forés, "permite adquirir un conjunto de competencias socioemocionales básicas para el desarrollo personal, que agregan ese componente emocional imprescindible no sólo para el aprendizaje, sino también para el bienestar personal".

Haz ejercicio

Otra buena manera de poner a nuestras neuronas a trabajar en beneficio de nuestros resultados académicos es practicar deporte. La revista científica norteamericana PNAS publicó en 2011 un estudio en el que se afirmaba que el ejercicio aeróbico mejora la memoria espacial y aumenta los niveles de BDNF, una proteína decisiva por tres motivos: ayuda a fortalecer las conexiones neuronales clave en el aprendizaje; impulsa la formación de nuevas neuronas en el hipocampo (facilitando procesos cognitivos y la formación de las memorias); y aumenta el flujo de sangre en las neuronas, otorgándoles más nutrientes que mejoran su funcionamiento.
Además, tal y como afirma Forés, "la actividad física genera una serie de neurotransmisores, como la serotonina o la dopamina, que mejoran el estado de alerta, la atención o la motivación, factores que son imprescindibles para que se dé el aprendizaje". También se ha demostrado que los beneficios del deporte son acumulativos y ayudan a prevenir enfermedades neurodegenerativas. Por tanto, parece que una manera natural de impulsar nuestro conocimiento y de mantenerlo es incorporando el ejercicio a nuestros hábitos. "El movimiento está asociado a nuestro proceso de desarrollo. Estar sentado o quieto poco tiene que ver con el aprendizaje", concluye esta pedagoga y escritora.

Descansa, duerme y ríe

Cuantas más sean las áreas cerebrales implicadas en el aprendizaje, más intenso será lo aprendido. Tal y como asevera Jesús C. Guillén, también profesor de la UB, autor del blog Escuela con cerebro y autor, junto a Anna Forés y otros expertos, del libro Neuromitos en la educación (2015), «nuestro cerebro holístico aprende mejor a través de un enfoque multisensorial, que es el que favorece la activación de mayor cantidad de circuitos neurales».
Pero dicha estimulación ha de alternarse con pausas en el estudio y momentos de descanso, pues con ellos se permite regenerar el cerebro para que continúe ofreciendo la mayor eficacia. "Unos pocos minutos para estirar las piernas y movernos nos permiten recargar los depósitos de neurotransmisores como la noradrenalina o la dopamina, que se han vaciado como consecuencia de la atención focalizada durante las tareas y que son imprescindibles para el aprendizaje". Incluso se ha confirmado que el sueño forma parte del aprendizaje. "Mediante el sueño", dice Anna Forés, "se mejora la integración y consolidación de la memoria implícita, que adopta la forma de hábitos", por lo que, cuanto mejor se duerma, mayor rendimiento arrojarán las horas de estudio.
También es importante fomentar una inteligencia emocional con la que conocer cómo somos y cómo nos sentimos para desarrollar respuestas más acertadas en cada situación. Envolverse en un entorno que favorezca este desarrollo es una de las claves para conseguirlo.
García-Fraile afirma que "la actitud positiva es una disposición en la forma de sentir, pensar y actuar que tiende a producir contagio favorable y, a la vez, crea un feedback de refuerzo social positivo en la interacción entre las personas".
Tal vez por ello la risoterapia sea una de las técnicas más acertadas para fomentar las emociones positivas y reducir el estrés. Ana Merillas, psicóloga y risoterapeuta en PositivArte, destaca como principales beneficios de la risa "la reducción del nivel de estrés a corto plazo y su efecto indirecto en el sistema inmunológico, ayudando a prevenir posibles problemas de salud".
Además, las emociones positivas ayudan a analizar las situaciones con perspectiva. "Después de reírnos nos sentimos más relajados y con mejor estado de ánimo para afrontar cualquier tarea", ilustra Merillas.

Juega

También hay investigaciones que reflejan los beneficios del juego. En su libro Juego y desarrollo infantil (1990), Maite Garaigordobil sostiene que las actividades lúdicas están ligadas a cualidades básicas del desarrollo: intelectual, psicomotora, afectivo-emocional y social.
Un estudio realizado con ratas (recogido en The Playful Brain: Venturing to the Limits of Neuroscience, 2009) demostró que aquellas que estuvieron privadas de juego desarrollaron mayor agresividad, una menor probabilidad de reproducirse con éxito y mostraban más temor e incertidumbre en nuevos entornos que las demás.
Otros estudios han reflejado la relación entre el juego y el desarrollo de la creatividad, del pensamiento matemático y del lenguaje. "El juego constituye un mecanismo natural de aprendizaje en el que confluyen emociones, placer y recompensa. Cuando se integra el componente lúdico en el aprendizaje, la tarea es motivadora, constituye un reto y suministra feedback constantemente", afirma Jesús Guillén.
Por tanto, esas emociones positivas despiertan motivación en el estudiante, lo que activa «el sistema de recompensa cerebral vinculado a la dopamina y conecta regiones del cerebro asociadas a procesos emocionales y cognitivos que nos hacen aprender más y mejor», describe Guillén. «La letra con sangre no entra porque sin emoción no hay razón», concluye este experto.
EL MUNDO, Martes 19 de enero de 2016

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