MIGUEL AYUSO
Las sustancias químicas utilizadas en los envases en los que se
almacena nuestra comida pueden dañar nuestra salud a largo plazo,
aseguran cuatro científicos ambientales en un artículo de opinión
publicado hoy en el Journal of Epidemology and Community Health. Aunque no se ha demostrado una relación causa efecto entre estas sustancias y las enfermedades que se les atribuyen, los
investigadores aseguran que los estudios epidemiológicos demuestran que
hay sustancias que pueden provocar daños a largo plazo. Y es necesario que se investiguen en profundidad.
Los
materiales que están en contacto con nuestra comida (conocidos
técnicamente como FCM, por sus siglas en inglés) son muy variados, pero
hay algo seguro: pueden filtrarse en los alimentos que comemos y son muy numerosos
(hay más de 4.000 sustancias potencialmente peligrosas). Por ello,
aseguran los científicos, deberíamos estar preocupados por aquellos
tóxicos que siguen presentes en los envases de los alimentos que
consumimos a diario.
Aunque algunos de estos químicos están regulados (se permite su uso hasta determinadas concentraciones), la
gente que consume con frecuencia alimentos procesados está expuesta a
pequeños niveles de estas sustancias durante toda la vida. Y no
sabemos realmente qué es lo que esto puede ocasionar. Máxime cuando la
migración de estos (la transferencia de las toxinas del envase a la
comida) varía en función de muchos factores difíciles de controlar, como
la temperatura a la que se calienta un paquete en el microondas o el
tiempo de almacenaje del producto.
Además de los tóxicos presentes en muchos FCM, los autores del artículo advierten sobre la presencia de los controvertidos disruptores endocrinos, como los ftalatos o el bisfenol A,
cuya peligrosidad está siendo debatida con virulencia entre
administraciones, científicos e industria alimentaria. Los autores
defienden que los cambios fisiológicos que provocan estas sustancias no pueden ser observados por los estudios de toxicología convencionales.
En su opinión, los disruptores endocrinos son unos “nuevos tóxicos”,
con propiedades y efectos únicos, que se deben estudiar con parámetros
distintos a los de los riesgos químicos convencionales.
Un recorrido similar al de la polución atmosférica
Según
explican los científicos en su artículo, el estudio de los FCM está
siguiendo un camino similar al que vivió la investigación sobre la
contaminación del aire. A principios de los 90, algunos científicos
empezaron a advertir de que las poblaciones expuestas a una mayor contaminación atmosférica en las ciudades sufrían mayores complicaciones cardiovasculares
que las que vivían en poblaciones rurales. Hasta entonces, las
publicaciones al respecto, realizadas con animales de laboratorio,
habían concluido que los niveles de contaminación atmosférica a los que
estaban expuestos los ciudadanos no eran suficientes como para causar un
peligro en la salud.
Los estudios epidemiológicos señalaron una
serie de efectos adversos de la contaminación cuyo mecanismo biológico
no era aparente. A partir de entonces, se realizaron muchos más
estudios, de laboratorio y epidemiológicos, y hoy nadie duda de que, en efecto, la polución provoca problemas cardiovasculares.
Algo parecido, aseguran los científicos, va a
pasar con las sustancias que están en contacto con nuestros alimentos.
Pero su estudio tiene una dificultad añadida. La polución atmosférica
varía enormemente entre el campo y la ciudad, por lo que es sencillo
estudiar poblaciones con exposiciones bien diferenciadas, pero actualmente casi todo el mundo come lo mismo, y es muy difícil averiguar la exposición de las personas a los FCM.
La realidad, como apuntan los autores del estudio, es que no se libra
nadie: todos estamos expuestos a pequeñas dosis de los químicos de
alguna u otra manera. Es imposible, por tanto, separar a un grupo de
control.
Los científicos reconocen que es un gran reto buscar la
relación causa-efecto entre la exposición a las FCM y los problemas que
los estudios epidemiológicos están empezando a atribuirles: cáncer,
obesidad, diabetes e, incluso, desórdenes neurológicos. Pero es
necesario.
Los autores del artículo proponen, en concreto,
estudiar la exposición a los FCM no sólo a través de cuestionarios y
diarios. En su opinión es necesario desarrollar tecnologías que permitan
biomonitorizar la exposición de las poblaciones de estudio a los
mismos. Además, se deberían estudiar mejor las prácticas de los consumidores:
qué compran, cómo almacenan la comida y cómo la calientan. Todo esto
permitiría obtener un mayor conocimiento de estos químicos y sus efectos
reales que conduzca a una regulación de los mismos más estricta.
EL CONFIDENCIAL, Jueves 20 de febrero de 2014
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