S.F.
Son muchos los padres y madres que en ocasiones tienen que
enfrentarse a una situación delicada: contarle a sus hijos el
fallecimiento de un ser querido. ¿Cuándo y cómo se lo digo?, ¿cómo
reaccionará? ¿debo implicarle en los actos de despedida? Desde Meridiano
Compañía de Seguros han elaborado una guía que, bajo el título «Mamá, papá, ¿qué es la muerte?», un completo manual para ofrecer ayuda a la familia que se encuentra en esta tesitura.
El hecho es que, casi inevitablemente, los adultos tenemos la tendencia de proteger a nuestros hijos del dolor,
asegura el equipo de psicólogos que ha realizado este informe y que ha
estado liderado por Nuria Javaloyes, Miguel Sánchez y Lara Botella. Sin
embargo, en la actualidad sabemos que hablar de la muerte y el dolor con
ellos no solo les perjudica, sino que les ayuda a realizar
correctamente el duelo. Así, pese a que nuestro impulso inicial sea
proteger a los niños apartándolos de lo que ha ocurrido, la muerte del
ser querido se ha de comunicar lo antes posible», advierten. Pero, ¿y
qué le decimos?
Estos son los consejos y recursos necesarios para afrontar la muerte de un ser querido de un niño:
¿Cómo transmitir la noticia? Según este equipo de expertos, hay que decirle la verdad,
graduada y adaptada a su capacidad de entender, sin utilizar eufemismos
que pueden confundirle, perdiendo el miedo a utilizar la palabra
muerte. «Intentaremos, según la edad, ponerle ejemplos cercanos de
fallecimientos que ya han ocurrido (el abuelito de su amiga, el perro
del vecino, etcétera) para que el niño pueda asociar conceptos y
entender la irreversibilidad de la muerte», explican. Es importante,
prosiguen, que además «hablemos del niño de lo que significa estar
muerto, el final de la vida, no poder ver, ni oir, etcétera. Asimismo
intentaremos darle experanza explicándole que el vínculo con esa persona
sigue vivo en el recuerdo», añaden.
Además, continuan, «intentaremos proporcionarles un entorno de seguridad y tranquilidad, sin dar toda la información de golpe.
Tanto la excesiva información por ejemplo, de detalles morbosos, como
el defecto de la misma, por ejemplo, decirle que "papá se ha ido de
viaje", no son recomendables». Pero, ¿cómo se sabe la justa medida? «Para
eso el niño necesita que estemos muy atentos a sus preguntas tanto en
el momento como tiempo después. Obesrvar al niño es el mejor
"termómetro" para saber que necesita en cada momento y poder adaptarnos a
sus necesidades».
También debemos tener en cuenta que cuando alguien muere, la intensidad del duelo es directamente proporcional a la intensidad del vínculo que se tiene con esa persona. Por eso hay que tener en cuenta estas diferencias:
1. Pérdida de los abuelos. En la muerte, no es tan
importante el grado de parentesco como el grado de vinculación afectiva
del menor con la persona fallecida. En este sentido, la pérdida de un
abuelo con el que no se tiene mucho contacto puede llevarse más
fácilmente que en casos donde el niño tiene una relación más cercana o
incluso ha compartido domicilio con él. No obstante, la pérdida de
personas mayores es transmitida por los adultos como algo más natural
("ley de vida"), por lo que este tipo de pérdidas no suelen
habitualmente constituir duelos complicados en niños.
2. Pérdida de un progenitor. Sin duda la muerte del
padre o de la madre constituye para el menor una experiencia que
afectará a su forma de estructurar la visión de sí mismo y del mundo. De
este modo, el padre/madre superviviente actúa como modelo transmitiendo
cómo afrontar la muerte. No es recomendable, en ningún caso, que el
niño sienta que además de su propio duelo tiene que hacerse cargo del
duelo de su progenitor. Es decir, un niño no debe ser el punto de apoyo
en el que el adulto deposite su sufrimiento.
3. Pérdida de un hermano. Es fundamental que el niño no
sienta la expectativa sobre él de sustituir en cierto modo al
fallecido. Tampoco es adecuado transmitir, ni siquiera de manera
indirecta, comparaciones en ningún sentido entre ellos. En este caso los
padres deben estar atentos de no sobreproteger al hijo vivo ya que, sin
pretenderlo, estaremos generando efectos indeseados en el bienestar
emocional del menor. Suele ser frecuente que el niño tenga un
sentimiento de inmensa culpa por haber deseado la muerte o la
desaparición de su hermano de manera inocente (deseo que en su fantasía
se ha visto cumplido pero del que se arrepiente profundamente). En este
sentido, el niño va a necesitar de nuestra aceptación y comprensión
incondicional para poder superar este sentimiento.
ABC, 29/10/2015
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