VIRGINIA MENDOZA
“De largo como una cuarta, / de grueso lo suficiente; / tiene pelos en la punta / y sirve para hacer gente”. Cuesta creer que alguien creara estos versos pensando en el pincel de Velázquez. Pero así fue. Sí nos da una pista de que, contra lo que creemos hoy, las adivinanzas de antes no eran para los niños. Ideadas como detonante de la imaginación y creadoras de misterio, las adivinanzas son tan enigmáticas que ni su origen está claro.
Durante su carrera como investigador, el catedrático de la Universidad de Murcia Ramón Almela Pérez, hoy jubilado, se interesó por todo aquello que no hubiera sido estudiado en profundidad, así como por el lado oculto de otros temas conocidos. Cómo no iba a estudiar las adivinanzas y los enigmas. Aunque la docencia no le dejaba mucho tiempo para desarrollar todo lo que él quería escribir sobre las adivinanzas, fue acumulando material y, cuando se jubiló, al fin pudo escribir su libro Teoría e historia de las adivinanzas, que ahora publica edit.um, de la Universidad de Murcia.
La pretensión de Almela, cuenta a Verne, “no era hacer un catálogo de adivinanzas (había centenares), sino estudiarlas desde la perspectiva lingüística”, además de “proponer una teoría lingüística”. Lo que ha estudiado es, no tanto la historia de las adivinanzas, como el “género adivinacístico”. Aunque encontró “un atisbo de teoría de las adivinanzas en una obra griega de los siglos II/III” y algunos “anticipos teóricos en San Agustín”, no halló bibliografía que hubiera tratado en profundidad la adivinanza a nivel lingüístico.
Cuando no tenían ninguna gracia
Aunque se cree que surgieron en China, sólo tenemos la certeza de que las adivinanzas son casi tan antiguas y universales como la tradición oral y que proceden del enigma, protagonista indiscutible en banquetes griegos cuando adivinar el mensaje oculto aún era cosa seria. Poca broma: algunos banquetes acababan fatal, incluso con asesinatos por falta de ingenio. En ellos se daba una de las muertes más ridículas de la historia.
Los enigmas, hoy convertidos en adivinanzas, eran muy útiles para hacer alarde de inteligencia en banquetes, demostrar nivel cultural y, a menudo, incluso servían para infringir castigos a aquellos que no lograban desentrañar el significado del enigma enunciado. Con el paso de los siglos, la adivinanza ha ido perdiendo gravedad, ha ganado en indulgencia y se ha acabado asociando con el entretenimiento infantil.
Magdalena Fuentes escribe que “prácticamente todas las culturas” tienen adivinanzas y expone la seriedad con la que se tomaban hace siglos. “Los griegos, por ejemplo, practicaban el ingenioso juego de la adivinanza y realizaban competencias de acertijos. En Egipto los faraones la consideraban como parte de la sabiduría y ponían a prueba a sus habitantes. Incluso se cuenta que en algunas ocasiones se resolvían destinos al dar respuesta a un acertijo”. Es decir, dar la respuesta equivocada podía costarte la vida.
Pero, ¿cómo cambió de manera tan radical el carácter del enigma? Para Almela, la seriedad del enigma comenzó a difuminarse alrededor del siglo V a. C. Hasta entonces los enigmas “consistían en misterios o situaciones comprometidas”, pero en ese momento apareció el “enigma divertido”, que incluso convivió durante un tiempo con el “enigma serio trágico” y, posteriormente, con el “enigma serio didáctico”.
Solo así se entiende uno de los aspectos de las adivinanzas que más fascinan a este catedrático: su relación con el chiste y también su doble sentido, casi erótico en algunos casos.
La 'prima pobre' del enigma
En su libro, Almela escribe cómo el enigma se ha relacionado históricamente con un elevado nivel cultural y cómo la adivinanza ha quedado relegada al campo (con cierto desprecio) y se ha llegado a considerar una “pariente pobre”, así como “el lado bufonesco” del enigma; el “doble que lo caricaturiza y lo frivoliza”.
Para aquellos autores que separan enigma y adivinanza, dice Almela, ese elitismo del enigma es lo que ha acabado con él, mientras que la plasticidad y popularidad de la adivinanza le ha permitido mantenerse en el tiempo y no sólo eso: gracias a su adaptabilidad pasó del campo a la ciudad “hasta transformarse en un reclamo urbano”.
El lingüista murciano, en cambio, no establece tal diferencia porque considera que “los enigmas antiguos pueden ser considerados los precedentes de las adivinanzas.”
¿Por qué se convirtieron entonces en entretenimiento de niños? Para Almela, “hoy en día las adivinanzas son socialmente un entretenimiento que gusta en trances de bromas lúdicas. Y cómo estas satisfacen más a los niños, ellos las utilizan más”.
Algunas adivinanzas que expone en su libro se dan en términos casi idénticos en diversas culturas, a menudo muy alejadas entre sí. Además, se da una serie de temáticas que adquieren cierta popularidad a la vez en distintos lugares. Los temas más recurrentes son un reflejo de la historia de la cultura en cuestión: los temas eran eminentemente rurales y religiosos en el siglo XIX, pero ambos fueron perdiendo relevancia a lo largo del siglo XX.
La existencia (y permanencia) de la adivinanza responde a una necesidad del ser humano tan antigua como él mismo: indagar en lo desconocido para comprenderlo. Junto a este misterio, aclara Almela, “siempre fluye, bajo todas esas formas, una corriente de agua llena de ingenio y juego”.
EL PAÍS, Lunes 21 de agosto de 2017
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