OSCAR BROC
Uno de los delirios gastronómicos más célebres de la cultura pop es el de Popeye y las espinacas. Cuando Popeye está en un apuros, abre un bote de espinacas con la uña, se lo mete entre pecho y espalda, y adquiere una fuerza sobrehumana. Para popularizar esta verdura entre la chiquillada, se ha utilizado hasta la saciedad la imagen del marinero con el papo lleno de hojas verdes. "Si comes espinacas, serás tan fuerte como Popeye... ¡y te saldrá bola, que tienen mucho hierro!", me gritaba mi madre.
Y hasta cierta edad, la campaña de desinformación funcionó: las espinacas tienen vitaminas, son nutritivas y poco calóricas, pero no te convertirán en un clon de Vin Diesel, por muchas que engullas. Sin embargo, yo me creía a pies juntillas que podría zurrar a los malos merced a aquellas desagradables hojas. Y las comía, vaya si las comía. Es solo la punta de un iceberg de bulos, remiendos de sabiduría popular y medias verdades; una conspiración materna de toma pan y moja, que el grueso de los lectores también habrá sufrido en sus años mozos.
Red de mentirijillas
Ser madre y padre exige medidas efectivas y rápidas. El tiempo de un progenitor es oro, no tiene sentido perderlo haciendo el avión con un cacho de brócoli o componiendo figuras antropomórficas en el plato con puerros y guisantes. De ahí que los padres hayan encontrado en la manipulación de la información una excelente aliada para que la prole coma sano (o en su defecto, coma lo que los ellos digan.)
La mentirijilla piadosa, desplegada por un virtuoso del despiste familiar curtido en mil batallas, es rápida y letal; elegante cual fórmula de Einstein. Muy pocos niños se resisten a un embuste bien ejecutado, y lo digo por experiencia. Mi madre refinó tan noble arte hasta alcanzar umbrales de creatividad y retorcimiento que harían gimotear a Stephen King, pero consiguió que me gustaran las espinacas, las judías verdes, la remolacha, las legumbres. ¿Sus métodos fueron cuestionables? Henry Kissinger es un aprendiz a su lado, pero las situaciones extremas requieren medidas extremas.
El tema se presta al recochineo, pero sería un error subestimar estos dichos, pues algunos de ellos, más que mentiras, son exageraciones extremas de verdades microscópicas que yacen durmientes en lo más hondo de las proclamas. El problema es que cualquier atisbo de base científica queda diluido en hipérboles imposibles. Acudo a la nutricionista Susana Hernández para certificarlo. "La mayoría de esas mentirijillas se basaban en la preocupación que toda madre tiene por que su hijo esté bien alimentado. No obstante, muchos estos dogmas se han ido desmintiendo gracias a la evidencia científica. Aunque, lamentablemente, esta evidencia no haya llegado a nuestras madres”, asegura Hernández.
Los juegos del hambre
Supongo que las nuevas generaciones han tenido la suerte de ser alimentadas por padres y madres, pero los que ya tenemos una edad sabemos que eran las madres quiénes llevaban las riendas de la cocina y tejían la red de mentiras piadosas que nos hacía amar las acelgas. Hago una encuesta entre los colaboradores de El Comidista y me quedo asombrado ante las demostraciones de ingenio de sus mamás (y algún papá).
Como me recuerda Jorge Guitián, el diminutivo es uno de los recursos, una forma de allanar el camino y buscar una primera conexión entre la mente infantil y ese trozo de "pollito hervidito" que no se comería ni un dingo famélico. A partir de aquí, las tácticas se despliegan en muchas formas.
El terror suele funcionar. Y la historia de miedo más recurrente es la del chicle. "Si te tragas ese chicle se te pegará al estómago y podrías morir" (mi madre prefería el corazón, en lugar del estómago: le debería de resultar más convincente). Otro clásico español es "si comes chocolate te saldrán granos", aunque parece que en este extremo no iba errada la sabiduría materna. "No por el cacao en sí, que no tiene ninguna culpa, sino por los ingredientes lácteos o el azúcar presentes en el chocolate (que sí parecen tener relación con la aparición de acné). Hoy en día las tabletas de chocolate tienen poco cacao y mucho de otras cosas. Mirad la lista de ingredientes, que aparecen siempre por orden de cantidad. Veréis cual es el primero", asegura la nutricionista Susana Hernández.
Una campaña de terror habitual en mi casa aseguraba que si engullías muchas golosinas te saldrían gusanos por el ojete. A Patricia Tablado su abuela le contaba que comer muchas pipas producía un doloroso ataque de apendicitis. A Raquel Piñeiro le decían que los polos eran sinónimo de movimientos intestinales no deseados… ¡¿Cómo podíamos vivir en semejante estado de terror?!
Otra categoría que ha pasado de generación en generación es la de los alimentos entendidos como productos de belleza milagrosos, con propiedades curativas e incluso regenerativas. Premio para la sardina como la reina de las melenas brillantes y las pedicuras hollywoodienses. Premio también para el zumo de limón con miel como antídoto para todo.
En casa de Sabina Urraca, los guisantes te ponían los ojos verdes y redondos. Y en el hogar de Mònica Escudero, comer algo caliente cada día era bueno para el páncreas. En mi familia, las zanahorias te ponían moreno y te curaban las dioptrías, por lo que me entregué en cuerpo y alma a dicha hortaliza. Estoy más blanco que la leche y sigo calzando lupas, por cierto. "Las zanahorias contienen beta-carotenos (pro-vitamina A) y un déficit extremo de vitamina A puede causar ceguera. Pero en un entorno desarrollado como el nuestro, con una amplia disponibilidad de alimentos, es muy difícil que tengamos un déficit de vitamina A y, por lo tanto, no vamos a ver mejor por muchas zanahorias que comamos", comenta Hernández, nuestra especialista. Comienzo a pensar que mi madre fue una de las pioneras de la posverdad.
Jugando con tu mente
La carta del sentimiento de culpa también ha funcionado de maravilla en los últimos 30 años. En mi infancia y en la de muchos colaboradores de El Comidista, "los pobres niños que se mueren de hambre en África" eran el argumento utilizado de forma recurrente para conseguir que te lo pensaras dos veces antes de dejar media tortilla en el plato. Los abuelos iban mucho más fuertes y preferían golpear conciencias con un crochédemoledor: "Tendrías que pasar una guerra". KO técnico. Boxeador en la lona.
Uno no puede dejar de maravillarse ante tamaño despliegue dialéctico y de ingenio a la hora de manipular la mente del vástago. Acaso deseosos de que se largasen de una maldita vez a la escuela, muchos padres de mi generación conminaban a sus hijos a beber el zumo de naranja a toda pastilla, porque la vitaminas se escapaban. Y los críos se amorraban apresuradamente al vaso. "La vitamina C del zumo de naranja se mantiene perfectamente hasta 12 horas después de exprimir la naranja y no se evapora al instante. Aunque sí es cierto que la vitamina C se oxida en otro compuesto, este sigue teniendo las mismas propiedades", asegura Susana Hernández. La persuasión materna era tan poderosa que podía hacernos creer que los plátanos cuanto más negros y putrefactos mejor; que la Coca-Cola te dejaba mellado, pero también curaba la gastroenteritis; que con un "huevito" escalfado, las sobras de la comida se convertían en novedad para la cena, como en casa de Marta Miranda, nuestra Defensora del Cocinero.
Sí, hemos descorrido las cortinas, pero no tiene sentido alarmarse. Papá y mamá pusieron en marcha esta enrevesada trama de mentiras, magufadas e hipérboles por el bien de sus pequeños. Aunque también aprovechaban la inercia de la curva y barrían para casa. ¿Cuántas veces escuchamos a nuestros padres decir que aquel lingotazo de anís era para aliviar el dolor de muelas? El chupito tendría propiedades anestésicas, de acuerdo, pero quién dice que ellos tuvieran una caries.
¿Qué frases que te decían tus padres para que comieras unas cosas y no comieras otras? Compártelas en los comentarios.
EL PAÍS/EL COMIDISTA, Miércoles 2 de agosto de 2017
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