PATRICIA GONSÁLVEZ
“¡Vuva, vuva! ¡Aua vuuuu-vaaaaa!”, grita la niña en pelotas por la orilla. Sí, señora que me mira raro desde la sombrilla, la niña está gritando vulva. “El agua me llega a la vulva”, para ser precisas. Es apenas un bebé, no tiene dos años, pero por si alguien duda de sus palabras, cada vez que viene la ola, se la agarra con dos manos muerta de frío y de risa. “¡Vuvaaaaa!”.
Cuando yo era pequeña, en mi casa la vulva era la potola y no se gritaba en público. Siempre pensé que era una palabra privada, inventada por mis ancestras, traspasada amorosamente de madres a hijas. Pero no, mi madre me contó hace tiempo que se la copió a una vecina, porque el chichi de mi abuela le parecía vulgar. Desde entonces llevo un listado de las denominaciones genitales infantiles de mis amigas. Tengo más de 50. Los comunes pipi, tete y toto. El callejero parrús, y el cursi mariposita. Los autonómicos figa (en Valencia) y shoshete en el Sur. El obsoleto pesetilla. Alguno más rebuscado como castañita, tortuguita... Pañuelito, ¿en serio? También rajita, chirla y huchita, para que la niña aprenda de dónde sale el dinero, imagino. Muchas simplemente lo llamaban ahí, abajo o eso, como el primo de la Familia Addams antes de que le creciese el pelo. A mí el peor me parece culito de alante. Es oírlo y ponerme a hacer los Kegel.
Yo decidí empezar a usar vulva en sororidad, bañando con dos amigas (que de pequeñas decían miniculo y ahí) a nuestras hijas. Las suyas ya decían vulva con naturalidad. Me convencieron. Al principio se me hizo raro, frío, hasta que otra amiga me dijo que a ella vulva le sonaba como a heroína vikinga. Rollo Juego de tronos: Vulvareis de Vulvaria, la khaleesi de los chochos. Más empoderamiento imposible.
Admito que a veces digo vulveta. Que quieren, me gustan las palabras y ser vulgar e inventar códigos con mis hijos. Con el niño mayor ni me lo planteé en su momento y siempre le dije pito. Intento corregirme y decir más pene y testículos, pero él ha optado por el concepto unitario pitohuevo y no hay quien lo saque de ahí. Me da igual, porque no es lo mismo para los niños y las niñas. ¿Por qué? Es el patriarcado, estúpido.
Lo malo de los chichis, las maripositas, las potolas y las huchitas no es que infantilicen, sexualicen, sean machistas o simplemente un poco tontos. Creo que el problema de fondo es que muchas niñas crecimos sin una palabra compartida para hablar de nuestra vulva, sumando al pudor anatómico, el lingüístico. Quiero que mi niña pueda hablar de su vulva sin que la primera traba sea cómo referirse a ella para que la entiendan sus amigas, su médico, su novio o la señora de la playa. Ese es mi regalo. Y luego ya, cuando crezca y me odie, que la llame como le salga del coño.
EL PAÍS, Jueves 3 de agosto de 2017
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