S.F.
En los tiempos que corren, disponer de un buen ordenador, una buena tablet o un smartphone de última generación es algo que resulta imprescindible para ser competitivos y expeditivos en el trabajo y día a día familiar. Sin embargo, un uso excesivo de estas nuevas tecnologías puede acarrear consecuencias negativas para los miembros de la familia, especialmente para los más pequeños. Así lo determina un estudio realizado por Coaching Club, según el cual, la «tecno adicción» de los padres afecta a la «poda neuronal» de los hijos, es decir, que su cerebro no llega a deshacerse de aquellas conexiones que no le son útiles.
Verónica Rodríguez Orellana, directora y terapeuta de Coaching Club advierte que «muchas familias están dispuestas a pagar el alto coste que tienen estos dispositivos y por estar enganchados a la eficiencia y a la inmediatez, privándonos incluso de otras cosas más necesarias. Sin embargo, posiblemente el precio más elevado que se paga es el de la pérdida de conexión con el entorno que nos rodea, el crudo aislamiento en medio del espejismo de la comunicación».
Al pasar largos periodos de tiempo enganchados a los dispositivos, los padres se pierden gestos y estímulos irrepetibles por parte de los más pequeños de la casa: la sonrisa o los primeros pasos, los balbuceos iniciáticos, las primeras habilidades académicas...
¿Qué sucede cuando no prestamos a nuestros hijos la atención adecuada? «Una de las principales consecuencias en el caso más desfavorable se traduce en que los niños se acostumbren a esa falta de atención por parte de los padres y no reclaman, sino que terminan ignorándoles. El mejor y más deseable escenario es aquel en el que los niños se rebelan y se comportan mal con el objetivo preciso y deliberado de provocar nuestra reacción y reclamar nuestra atención», explica Orellana.
Datos obtenidos de consultas de terapia revelan que a medida que pasa el tiempo, y sin apenas percibirlo, los padres tienden a acostumbrarse o a infravalorar estas pequeñas y fascinantes cosas de la vida que se obtienen a través de los hijos. A su vez los pequeños tienden a sentirse poco atendidos y desdeñados, por lo que lo más probable es que se contagien de la dependencia tecnológica y el hogar parezca un conjunto de galaxias independientes.
Otra de las consecuencias habituales es que los pequeños imiten el comportamiento adulto, se abstraigan cada vez más, y hagan cada vez menos caso y que sea mucho más complicado resultar influyentes en su vida.
«Los niños, aunque no nos demos perfecta cuenta, están siempre pendientes de los padres porque sus respuestas los estimulan y los hacen sentirse importantes y valiosos. Incluso, con esta interacción, inducen dentro de su cerebro nuevas conexiones neuronales, lo que resulta trascendente debido a que la mente efectúa una especie de poda neuronal para favorecer aquellas zonas que realmente se utilizan y descartar las que no están en uso», explica la terapeuta.
Es muy importante que los padres colaboren decididamente para que prevalezcan las nuevas sensaciones sobre las podas por defecto de uso y eso se consigue a través de las miradas, de las risas, del juego, de la presencia y de las conversaciones; en suma, a través de las relaciones humanas.
ABC, Jueves 3 de agosto de 2017
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