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Dígame su nombre y le diré cómo le va a ir en la vida

MIGUEL ÁNGEL BARGUEÑO
Que suene bien, que nos traiga recuerdos de un viaje, que coincida con la onomástica del día, que rinda homenaje a un antepasado... Muchos son los factores que se tienen o se han tenido en cuenta históricamente a la hora de elegir un nombre para un hijo, una decisión a la que damos mil vueltas: el apelativo le acompañará toda la vida. Más aún, puede que incluso contribuya a configurar su forma de ser.
La personalidad de una niña que nazca hoy, aseguran los psicólogos, se forjará de forma distinta dependiendo de si se llama Lucía (el más común en esta década, según el INE), Nicolasa (con un aire pasado de moda) o Shakira (exótico, fuera del santoral e infrecuente: solo 57 registros desde 2010). Lo mismo que si a un niño le ponemos Daniel, Salustiano o Dylan. Como mínimo, todos somos un poco conscientes de que la percepción que susciten, o al menos la primera impresión, cambiará.
El asunto inspiró incluso una película, la comedia francesa El nombre (2012): durante una cena, uno de los invitados anuncia a sus familiares y amigos que el bebé que espera se llamará Adolphe. Los comensales desaprueban enérgicamente que vaya a llevar el nombre de Hitler. “Mira —grita su cuñado, agitando la ecografía—, ¡ya levanta el brazo, hace el saludo nazi!”. A lo que el futuro padre responde: “No creerás que Adolphe se convertirá en Adolf porque se llame Adolphe…”.
Los 1.776 niños nacidos en esta década inscritos como Kevin tampoco se convertirán automáticamente en actores de éxito. Pero el nombre será uno de los muchos factores que ayuden a moldear su carácter. “Claro que puede afectar a la personalidad”, dice el psicólogo Sergio García Soriano, portavoz del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid. “Los nombres son la piel de las cosas. Es con lo primero que nos encontramos. En la relación social, el nombre envuelve a quien lo posee, y dependiendo del tipo de nombre que tenga va a generar una serie de expectativas y albergar determinadas connotaciones que van a definir parte de lo que los demás esperan de esa persona”. Junto con nuestra apariencia física y nuestros modales, el nombre es nuestra tarjeta de visita. “Si la apariencia es el escaparate, el nombre podría ser el precio del producto, que te está dirigiendo hacia un lugar u otro”, añade este experto.

Unos sugieren éxito académico y otros, delincuencia

Según diferentes estudios, los nombres sencillos influyen más positivamente en la personalidad. Allá por 1954, y tras comparar los perfiles psicológicos de 104 chicos con nombres convencionales y otros 104 con nombres peculiares, los psicólogos Albert Ellis y Robert M. Beechley concluyeron que en estos últimos había una significativa mayor tendencia” a padecer una “severa perturbación emocional” que en aquellos con nombres corrientes.
Seis años antes, en 1948, dos investigadores de la Universidad de Harvard (EE UU) hallaron que los varones con nombres inusuales o excéntricos eran más propensos a mostrar rasgos neuróticos que aquellos con nombres comunes. Ese mismo año, los psicólogos Houston y Sumner, de la Universidad de Howard (EE UU), llegaron a la misma conclusión en su análisis con mujeres. En 1977, la psicóloga Susan D. Nelson encontró que existen estereotipos en cuanto a nombres que sugieren éxito académico o todo lo contrario. Dichos estereotipos son conocidos por los portadores de los nombres, lo que de algún modo podría condicionarles para cumplir lo que se espera de ellos, había sugerido en 1976 su colega S. Gray Garwood.
Estudios más recientes, publicados entre 2008 y 2011, también dicen “sí” a los nombres comunes y ponen pegas a los raros. Los individuos que tienen nombres familiares y fáciles de pronunciar causan mejor impresión, alcanzan puestos más altos en las empresas (esos Bill Gates, Steve Jobs…) y son contratados antes, aseguran tres investigaciones. Otra advierte de que los nombres excéntricos están asociados con la delincuencia juvenil.
“Con el nombre, a un niño puedes darle protagonismo o exclusión. Un nombre complicado genera poca integración”, justifica el psicólogo García Soriano, que explica así la mejor aceptación de los nombres comunes. “Permiten que uno no se tropiece con ellos, que los pueda pronunciar fácilmente. Por ejemplo, una abuela llamará más a menudo a un nieto con un nombre sencillo que a uno con un nombre que le cueste pronunciar, lo que hará que el primero tenga con ella un vínculo afectivo mayor". Lo mismo sucede en cualquier otro ámbito: cada vez que me trabo a la hora de pronunciar un nombre complicado se genera un conflicto, y, sin darme cuenta, lo relegaré”.

Las mujeres con nombres más masculinos son más exitosas

Para José Elías Fernández, director del gabinete psicológico Centro Joselías, un nombre complicado “puede propiciar una personalidad conflictiva. El niño va a estar siempre nervioso, intentando aclarar su nombre, y le va a generar continuamente conflictos”. En cambio, los nombres sencillos “te generan familiaridad. Si vas a contratar a alguien y se llama José, te resulta conocido y familiar y te da confianza; un nombre extraño, menos oído, te provoca cierta desconfianza a priori. Todos tenemos unos parámetros mentales según los cuales cuando algo se asemeja a lo que nos parece conocido, nos permite funcionar mejor; cuando algo nos parece diferente, nos ponemos en guardia”.
Los prejuicios que persisten en la sociedad, causantes de desigualdades, también repercuten en la impresión que causan los nombres. Eso podría explicar las conclusiones de varios estudios, que afirman que los niños varones con nombres que suenan femeninos tienen problemas de integración y sacan peores notas en el colegio, las niñas con nombres de sonoridad masculina (Leslie, Jan o Cameron) tienen una carrera más exitosa en el ámbito laboral y las personas con nombres que sugieren que sus portadores son de raza blanca tienen más probabilidades de ser contratadas.
Sobre la concordancia de nombre y sexo, el psicólogo Sergio García Soriano piensa que “tiene sentido, ya que en el desarrollo infantil estamos permanentemente reforzando que somos niños o niñas, y eso genera un conflicto y cierta reticencia a su alrededor”. Por otra parte, nos recuerda que “a lo largo de la historia, muchas escritoras tuvieron que ponerse seudónimos masculinos para poder publicar. Eso ayudaba a que su trabajo tuviese una difusión mayor”.

Los nombres resonantes aportan energía

Si un nombre complicado puede determinar una personalidad complicada, ¿un nombre resonante (Ramón, Iván, Valeria) derivará en un carácter fuerte? “Se podría dar”, opina García Soriano. “La etimología de nuestro nombre nos impregna de ciertas características. El sonido presta alguna característica a la personalidad de quien lo tiene”. José Elías Fernández es de la misma opinión: “La sonoridad del nombre, su rotundidad, conlleva una vibración que aporta una energía que acompaña toda la vida”.
Los personajes populares han sido siempre fuente de inspiración para padres mitómanos o indecisos: en los 70, Noelia pasó de estar en el puesto 2.238 del ranking de nombres a entrar en el top 50, sin duda gracias a la canción de Nino Bravo de 1972; la irrupción de Shakira en la presente década y mucho más rotundamente la de Iker —nada menos que en el puesto 16 esta década— obedece claramente a la admiración de los progenitores por estrellas de la música o el deporte. José Elías Fernández alerta de las posibles consecuencias:Si tu padre te pone Rafael por Nadal y no sabes ni coger una raqueta, eso puede provocar que te sientas fracasado, porque no consigues estar a la altura de lo que esperaba tu padre”.

Los anticuados pueden marcar la adolescencia

Frente a los nombres convencionales y los inusuales están aquellos que un día fueron corrientes pero ya no lo son. Nos referimos a aquellos que traen reminiscencias de tiempos pretéritos (como Santiaga o Fructuoso). Este tipo de nombres, dicen los expertos, en el mundo moderno, pueden acentuar la timidez de la persona. Automáticamente ponen el foco en su portador, aunque él o ella no lo deseen. En la adolescencia, cuando los chicos y chicas presumen de estar a la última —en música, en tecnología...—, un nombre de estas características les deja fuera de onda, aunque solo sea en un primer momento.
Va a generar una suerte de prejuicios a su alrededor”, indica García Soriano. “El oyente le atribuye connotaciones que no le corresponden”. Si el niño lleva mal ese nombre antiguo, y es muy sensible, “es la gota que colma el vaso. Llama la atención frente a los demás, tiñe las relaciones personales de burla y eso es negativo si la persona que porta el nombre no tiene las habilidades personales para revertir eso. Va a generar que tenga que relacionarse negativamente con su nombre”, añade este psicólogo.
Estos nombres anclados al pasado pueden tener su origen en el deseo de recordar a un familiar que también se llamaba así. Es lo que García Soriano denomina el efecto vertrílocuo, poco beneficioso. “Esperamos que con el tiempo se parezca a esas personas que añoramos —dice—, le estamos dando unas expectativas que son irrealizables y le estamos poniendo una exigencia que va a suscitar en el otro una serie de cargas afectivas que pueden generar frustración”. Sin duda, el nombre es el primer regalo que le hacemos a nuestro hijo. Razones para elegirlo bien no faltan.
EL PAÍS, Martes 15 de agosto de 2017

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