M.J.PÉREZ BARCO
En verano, y en especial en vacaciones,
todo se relaja en la familia: horarios, rutinas, actividades... tanto
para los padres como para los hijos. Pero no hay que bajar la guardia,
aunque se puede ser más laxos y flexibles en la vida diaria, las normas y
los límites no deben faltar. Es la única forma de que no se enturbiará
la convivencia familiar.
Desde luego que las vacaciones son
para descansar y disfrutar. Además también los ritmos cambian pues hay
más horas de luz y el cuerpo pide adaptarse a nuevos usos horarios. «Es
lo saludable», aconseja Coti Coloma, psicóloga educativa y coordinadora de la Universidad de Padres. «Hay que adaptar los horarios y rutinas de los niños a la realidad que el verano marca», dice.
Pero sin perder de vista «una
disciplina flexible y coherente con las circunstancias de la época
estival», matiza. Es decir, ni acostarse a las tantas, ni levantarse a
la hora de la comida, ni siestas hasta media tarde. «Los horarios los
marcan los padres de antemano, o negociando con los hijos cuando ya son
más mayores. Mientras siga habiendo unos límites conocidos por los niños
y se cumplan, los nuevos ritmos no entorpecerán la vida familiar. El problema no es levantarse un poco más tarde
si no que por hacerlo la habitación se quede sin hacer, el niño no
colabore en las tareas domésticas o se retrase la hora de la comida más
de lo razonable», explica la psicóloga.
Lo que se puede estimular
Desde luego el verano pone a prueba
muchas capacidades de los padres: a la hora de buscar diversión y
entretenimiento para los hijos, a la hora de organizarse, si hay que
hacer deberes... Las vacaciones son buen momento para iniciar muchos
procesos de aprendizaje. Por ejemplo, es una época para introducirles de
forma progresiva en los quehaceres domésticos; para aprovechar tiempo y dedicar una media hora todos los días a reforzar la lectura y otras actividades educativas (visitar museos, excursiones culturas o a la naturaleza...).... Pero sobre todo es la época para «recuperar el valor educativo del juego»,
recomienda Coti Coloma. Pero no un juego con los típicos juguetes
educativos sino «un juego espontáneo —especifica— que el niño realiza en
función de sus gustos, necesidades y nivel de desarrollo. Las
vacaciones son un momento para que experimenten, disfruten, descubran
actividades nuevas y desarrollen otras habilidades menos propias del
aprendizaje académico, como la creatividad, la resolución de problemas y las habilidades sociales en su interacción con iguales».
Tampoco hay que dejar pasar la oportunidad de trabajar para que ganen en en autonomía.
«Hay niños más independientes que otros. Lo que sí es verdad es que es
un buen momento para ir dándoles de forma progresiva nuevas cotas de
autonomía y animarles a hacer cosas por sí mismo o con sus iguales y a
disfrutar de ellas», concluye la psicóloga.
ABC, Miércoles 2 de julio de 2014
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