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"Os dejamos a un niño y nos hemos llevado otro"

LAURA PERAITA
No queda otra opción. Los niños de vacaciones y los padres no. Los numerosos campamentos de verano que se ofertan cada año suponen una buena solución para aquellos que no tienen con quién dejar a sus hijos mientras los padres trabajan. Pero, ¿cómo afecta a los niños acudir por primera vez a un campamento y separarse drásticamente de sus padres durante varios días? ¿A partir de qué edad es recomendable que acudan?
Empecemos por el final. Más que preocuparse por la edad habría que tener en cuenta las circustancias y características de cada niño. Los hay que presentan más dificultades si tienen que separarse de sus padres, que aún no son autónomos para ducharse, cepillarse los dientes... ni emocionalmente están preparados. «Por eso, una buena opción es que los hijos hayan dormido antes alguna noche en casa de amigos, para que sepan lo que es estar en otro ambiente y sin los padres», apunta la psicóloga Rocío Ramos, más conocida como Supernnany.

La edad más adecuada para empezar

Por poner una edad, a los siete años es muy adecuado apuntar a un niño a pasar unos días a un campamento. «Es mejor que empiece con 7 que con 11. Los de siete años se adaptan mejor porque no piensan tanto la experiencia que van a tener, simplemente lo hacen y ya está, como una una enseñanza más de todas las que a su edad están recibiendo —explica Nacho Planelles, director desde hace 18 años del Campamento Peñas Blancas en Peguerinos—. Sin embargo, el de once años se siente mucho más apegado a sus padres y cuesta más que se adapte a vivir una experiencia nueva sin sin ellos, hasta que no pasan unos días y se da cuenta de que no pasa nada y, encima, se divierte».

Cambios en su estado de ánimo

El estado de ánimo de un niño cuando acude a un campamento a dormir es muy variable. «El primer día están muy asustados porque no saben lo que se van a encontrar —apunta Rocío Ramos—. Se va a la cama sin tener a sus padres que son su única referencia desde que nació. Poco a poco va tomando posición de lugar, comieza a tomar referencias del nuevo lugar en el que está, personas que hay alli, y va ganando en seguridad. Pasado el tiempo —según las características de cada niño— va perdiendo el miedo y se da cuenta de que se divierte y se lo pasa bien con sus nuevos amigos. El tercer y cuarto día ya está adaptado y disfruta al máximo de las actividades. Posteriormente, los dos ultimos días de campamento se siente triste porque sabe que la aventura se acaba y tiene que dejar el lugar donde tantas cosas nuevas y amigos ha tenido».
Según Nacho Planelles, hay padres que a los pocos días de recoger a sus hijos en el campamento aseguran que «os dejamos a un niños y nos hemos llevado otro». ¿Cómo influye esta experiencia en los pequeños? «Ganan en autonomía, se hacen más responsables y adquieren una mayor disciplina: se lavan las manos antes de comer —cosa que no todos hacen en sus casas—, comen a la misma hora, y todo lo que hay en el plato, limpian y recogen la mesa, ordenan su habitación, se encargan de no perder su ropa...».
Según el director de Peñas Blancas, «todos los niños deberían ir obligatoriamente a un campamento en su etapa lectiva porque es muy positivo para ellos: les ayuda a formarse como personas, les facilita las relaciones sociales, la empatía y les enseña a contactar con un entorno diferente al suyo donde hay niños de todas condiciones y orígenes. La experiencia siempre es muy positiva».
ABC, Martes 1 de julio de 2014

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